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Crónica:TOUR 2008 | 15ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sastre ataca, Evans cede

La brutal caída de Pereiro y la labor de Andy Schleck para su hermano Frank, nuevo líder, marcan la primera cita alpina

Carlos Arribas

La sangre, los hilos de sangre, el charco de sangre en una rotonda donde caen patinando una docena de ciclistas, Nibali, blanco manchado como un torero cogido; los huesos rotos de Óscar Pereiro, los vínculos de sangre, más fuertes que cualquier contrato, de los hermanos Andy y Frank Schleck (ay, Sastre, el pastor Riis vigila, juega con fuego); la sangre, más fuerte que cualquier sentimiento, en las gentes de la Sakana, Egoi Martínez y José Luis Arrieta; y Menchov en el suelo. Así como en las tragedias, fueron las pasiones entre los personajes, los instintos casi animales, y no las reflexiones de sus directores, los que desencadenaron la acción y escribieron un guión que acabó con Frank Schleck -la imagen de la renovación, de la limpieza, del ciclismo, tras estos días tan borrosos- de amarillo; con Cadel Evans, derrotado pero no hundido -Evans nunca se hundirá-, separado a la fuerza de su león de peluche; con Sastre -el único idioma clásico del ciclismo entre los seis primeros, los seis que se apelotonan en 49s hablando en alemán, en ruso, en inglés, y en español-, como siempre pese a haber estado como nunca; con Menchov -el oso agazapado, pese al desliz-, más feliz que nunca; con Valverde chapoteando entre los mejores de nuevo, y con los dos navarros de la fuga, Egoi y Arrieta, los vecinos de la Barranca, engañados por su corazón y por un australiano que iba para Casey Stoner y que terminó imitando a Phil Anderson levantándoles la etapa a ambos.

"¿De dónde ha caído?", le preguntó Sastre a Valverde cuando vio al gallego sobre el asfalto
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Y el futuro que decidirá el ganador entre todos ellos -el mayor de los Schleck, Sastre, Evans, Menchov y, además, los inesperados Vandevelde, el yanqui de abuelos belgas emigrados a Chicago, y Kohl, el vienés que ha devuelto el Tour a la televisión austriaca- mañana y pasado, entre la Bonette Restefonds, la Croix de Fer y Alpe d'Huez, no lo escribirá Riis en su bloc de notas negro, como tampoco escribió, pese a que podría creérselo, lo que debía pasar ayer entre los cientos de miles de tifosi que jalearon a los ciclistas entrando en Piamonte, ascendiendo sobre Cuneo entre anuncios de trufas negras de Alba que hasta otoño no serán frescas (pero huelen igual). No lo escribió Riis pese a que manejara al gran equipo que lleva como si llevara las riendas de una cuadriga, o la maquinaria de un barco, con la seguridad de que todos sus deseos serían realidades instantáneas. Pelotón a 70, puede decirle al tremendo Cancellara sabiendo que inmediatamente el suizo alcanzaría precisamente esa velocidad a la cabeza en los falsos llanos que llevaban a la base de Prato Nevoso, dejando sin aliento y sin equipo a Evans, el objetivo del día. Fuerza ahora, puede repetirle una y otra vez a Andy, el pequeño de los Schleck, para dejar al grupo en media docena, en los mejores, ya en las rampas del puerto de primera en que acabó la etapa.

Pero ni la velocidad de Cancellara tuvo toda la influencia que habría querido ni la exhibición de Andy, una y otra vez, habría tenido la fuerza que tuvo si no hubiera sido por la sangre. Por la caída, acrobática, terrible, de Pereiro que dejó pálido al pelotón en el descenso interminable del Agnello -"¿de dónde ha caído", le preguntó, blanco, sin sangre en el cuerpo, Sastre a Valverde cuando vio al gallego clavado, de espaldas, sobre el asfalto; y a Valverde, su amigo, le temblaba tanto el cuerpo que fue incapaz de responderle, que fue incapaz de reaccionar durante 30 kilómetros-, la fuga de los dos navarros, el australiano y el estadounidense Pate llegó hasta el final pese a la imposible velocidad de crucero generada por los CSC; el pelotón se paró, congelado, y cuando volvió a coger velocidad, otra caída, la de la rotonda de Busca, dejó heridos a Cunego y Nibali, los dos italianos que soñaban con ganar la etapa: sus equipos, que eran los animadores, dejaron de tirar.

Y sólo por la sangre, por los lazos abisales entre dos hermanos inseparables, entre dos jóvenes de la misma comarca, pudo ocurrir lo que ocurrió en los 10 kilómetros que ascendían hasta Prato Nevoso. En la fuga, impaciente, nada más empezar el ascenso, Egoi demarra y no para hasta lograr su objetivo, soltar a Arrieta. Se lleva a Pate y Gerrans a rueda, confiando en su fuerza y en la promesa que le hizo el australiano: "Tranquilo, que yo no te disputo la victoria".

Pero Egoi no es ningún ingenuo, tiene 30 años, conoce el Tour, conoce esa citación: hace cuatro años le pasó lo mismo con Moncoutié. En el grupo de los grandes, Andy acelera una y otra vez, Evans resopla, Sastre contraataca, Menchov remacha, Frank duda, Andy anima a Frank, el amarillo te espera, venga, venga, Menchov vuelve a atacar, tres kilómetros, la puntilla: no, la caída. Patina en una curva, cae. Sin embargo le esperan: son inteligentes los CSC, deportivos: para volver a enlazar, Menchov, que aunque no lo aparente sufre un subidón de adrenalina, sprinta fuerte, se acalora. Llegado el momento final, el repecho más duro, a 900 metros, no puede más. Sastre y Kohl se escapan. Frank de amarillo, Sastre más fuerte, y la sangre de Andy: ¿cómo piensa Riis que podrá escribir lo que pase mañana? Hoy, descanso.

Frank Schleck, poco antes de cruzar la meta y arrebatar a Cadel Evans el <i>maillot</i> amarillo.
Frank Schleck, poco antes de cruzar la meta y arrebatar a Cadel Evans el maillot amarillo.AFP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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