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Cuando el profesor admira a sus alumnos

La inteligencia emocional, entendida como manera de conocer y controlar las emociones de forma inteligente, puede ser aplicada para proporcionar al niño recursos que le ayudan a resolver problemas y, a la vez, le dota de una buena herramienta para su vida escolar y social.

Es además especialmente útil con niños que presentan trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Estos alumnos, que suelen presentar un buen rendimiento académico, tienen dificultades para permanecer sentados y atentos en una sesión escolar, lo que dificulta el rendimiento propio y el de los demás compañeros.

Cuando en el colegio nos encontramos con uno de estos casos, nuestro punto de partida es hacerle consciente de las situaciones de falta de control para que se implique en mejorarlas. Le proporcionamos una serie de ayudas para evitar en el aula situaciones tensas por su mal comportamiento. Algunas consisten en permanecer de pie durante una explicación, o dar un paseo por el centro antes de volver a su actividad escolar, o encomendarle pequeñas tareas de responsabilidad, como dar un recado a otra clase o repartir circulares de una excursión. Todo ello hace posible que, de forma paulatina, controle sus deseos irrefrenables de moverse sin parar. Lo anterior, unido a un registro diario en el que el niño anota sus logros y errores, y la aplicación de los refuerzos positivos correspondientes (premios), hacen posible que el niño alcance el objetivo propuesto: favorecer una actitud adecuada dentro del aula, evitando la sensación de estar sometido a la tortura de permanecer quieto durante algún tiempo, dándole la oportunidad de sentir la satisfacción de poder controlar sus impulsos.

Todavía hay personas que no conocen la empatía
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La experiencia nos demuestra que las técnicas basadas en la inteligencia emocional funcionan. También resulta muy útil ante los alumnos con dificultades de relación y escasas habilidades sociales. Estos niños tienen en ocasiones un comportamiento agresivo con algún compañero, o golpean algún elemento del material común. Estas actitudes son corregidas progresivamente pidiéndoles que cierren los ojos y visualicen la escena detalladamente unos minutos después del incidente. En alguna ocasión el alumno ha roto a llorar ante la toma de conciencia de la situación que había provocado. A continuación, les pedimos que verbalicen la sensación que hubiesen experimentado en la persona del niño agredido, es decir, cómo se hubiesen sentido ellos mismos en esa situación si ha hubiera provocado otro compañero. Finalmente, la descripción de la forma en que podía haberse resuelto la situación de otro modo suele convencer a nuestros alumnos de la necesidad de controlar esas situaciones. Esta estrategia es utilizada durante algunos meses, después de los cuales sus actitudes mejoran significativamente hasta prácticamente desaparecer. Por todas esas razones nuestro colegio fomenta la buena gestión de la inteligencia emocional como una filosofía de vida.

Estamos a principio del curso escolar y quienes trabajamos en la docencia sabemos lo que significa: preparación de aulas, elaboración de material para la primera semana, ajuste de las secuenciaciones, reuniones con padres de alumnos nuevos...un sin fin de tareas que nuestro cerebro debe priorizar aunque alguna se nos quedará por el camino. A pesar de ello hemos buscado tiempo para algo aparentemente menos urgente pero importante: la formación. Y el tema tratado en la última de nuestras jornadas de formación ha sido la inteligencia emocional. Nos venimos planteando desde hace unos años que no podemos trabajar con los alumnos y enseñarles un concepto de algo que nosotros no conocemos. Todavía hay personas que no conocen la automotivación, la empatía o las habilidades de relación. Los profesores necesitamos saber cómo se gestiona todo ello para transmitirlo a los alumnos.

Hemos aprendido la importancia de la gestión y el dominio de la actitud: hacia nuestros compañeros, nuestros alumnos, las familias de nuestros alumnos; nos ha sorprendido comprobar que podemos variar nuestra actitud, que nosotros somos los que controlamos nuestro estado, que éste es fruto de una elección. ¿Hay algo más gratificante que escuchar a un profesor contar con pasión y armonía cuánto le emocionan sus alumnos? ¿O a aquel que siente admiración por sus alumnos? Nuestros escolares están obligados a pasar en nuestras aulas al menos seis horas de su día. El regalo que merecen es una buena gestión de la inteligencia emocional por nuestra parte.

Paloma Sanz es directora de proyectos del colegio Ramón y Cajal de Madrid.

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