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El conflicto de Oriente Próximo

Los extranjeros abandonan Gaza

Israel permite la evacuación de 400 personas por el paso de Erez - Se teme que la medida sea el preludio del ataque terrestre - Hamás decreta un 'día de ira'

Mientras decenas de palestinos regresaban ayer a Gaza por la frontera egipcia, algunos tras años de exilio, unos 400 extranjeros y palestinos con pasaportes de otras nacionalidades abandonaban la franja, con permiso israelí, por el norteño paso de Erez. Resulta arriesgado vincular esta evacuación a la inminencia de una masiva operación terrestre del Ejército contra Hamás, aunque los preparativos militares han concluido y los grandes objetivos de la aviación ya han sido arrasados. Pero pasan los días y los carros de combate no invaden la franja, mientras las milicias islamistas continúan lanzando cohetes contra Israel.

La mayoría de expertos militares opina que sin asestar otro severo golpe desde tierra, la misión rondaría el fracaso: demasiados proyectiles quedarían en manos de Hamás tras la oleada de ataques aéreos, un enorme riesgo en tiempos de campaña electoral en Israel. Pero la invasión acarrea también otros dilemas no exentos de peligros. Brotan las incógnitas. ¿Hasta qué punto la opinión pública israelí soportaría la llegada de féretros de soldados sin culpar a sus líderes? ¿Cuál es el límite temporal de su tolerancia al lanzamiento de cohetes? De embarcarse en la operación terrestre, ¿cuánto duraría para no embarrarse en el avispero de Gaza?

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Mientras el Gobierno deshoja la margarita del sí y el cuándo a la invasión de la franja, los letales bombardeos continuaron ayer, concentrados principalmente en las casas de militantes o dirigentes de Hamás. Los daños a los vecinos son inevitables, lo que no arredra al Ejército israelí. Siete personas murieron. Los civiles, casi todos niños, pagaron ayer la factura más alta. Tres perecieron, uno quedó decapitado, mientras jugaban en una calle de Jan Yunis. Otra niña de 14 años falleció por un ataque cardiaco, bien por la explosión de una potente bomba en un edificio cercano, o por el estruendo indescriptible de las bombas de sonido que ayer emplearon los militares israelíes para despejar algunas zonas.

Son ya 427 los muertos palestinos en siete días de asalto a la franja, al menos una cuarta parte inocentes, según la ONU. Y seguirán pagando el precio los civiles una vez concluya esta guerra, porque los cientos de edificios públicos que han sido laminados (o deberán ser demolidos) y los servicios sociales, ya muy afectados después de tres años de bloqueo económico, requerirán tiempo para rehabilitarse. Gaza, como amenazaron varios dirigentes israelíes, retrocederá en el tiempo. Una funcionaria de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados aseguraba ayer que la situación es "traumática", y que Israel sólo deja pasar el 10% de la ayuda humanitaria imprescindible.

En los años cincuenta, miles de palestinos, la inmensa mayoría gente que trataba de regresar a sus casas tras la expulsión de 1948, fueron tiroteados cerca de las fronteras. Los Gobiernos israelíes los tildaban de ladrones y cuatreros. Años después, en los sesenta, se hizo fuerte la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Y en la década pasada y la presente -años después de reconocer la legitimidad del Estado de Israel y las resoluciones de Naciones Unidas- fue destrozado su liderazgo, encabezado por Yasir Arafat, al que se tachó de terrorista. Ahora Hamás es, a ojos israelíes, la suma de todos los males. Y la destrucción de las infraestructuras, viviendas, edificios oficiales, mezquitas y comisarías se repite de nuevo. "Tenemos la capacidad para fijar un alto precio por nuestra sangre. Un precio demasiado alto para que la comunidad árabe, los Ejércitos árabes y los Gobiernos árabes piensen si vale la pena pagarlo", dijo el legendario Moshe Dayan hace medio siglo. Apenas cambios mínimos pueden apreciarse en las políticas represivas de Israel a lo largo de seis décadas, unas políticas que se anclan en dos pilares: Israel siempre es la víctima que responde a las agresiones, y desata castigos a la población civil para que se revuelva contra su liderazgo. "Hamás es malo no sólo para Israel, sino para todo el pueblo palestino", afirma estos días la ministra de Asuntos Exteriores y candidata de Kadima, Tzipi Livni.

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Imagen del entierro de Nizar Rayyan y de varios miembros de su familia.
Imagen del entierro de Nizar Rayyan y de varios miembros de su familia.EFE

Multitudinario entierro del líder islamista asesinado con su familia

Las fotografías de Salah Shehade, ex jefe militar de Hamás, penden todavía en muchas paredes de Gaza. Murió en 2002. La aviación israelí arrojó una bomba de una tonelada sobre el edificio en el que vivía. Murieron también 14 mujeres y niños. Media docena de generales y dirigentes políticos que decidieron esa operación afrontan problemas judiciales en varios países europeos. Les acusan de crímenes de guerra. Según se iban desenterrando los escombros anteanoche en el campo de refugiados de Yabalia, los pedazos de los cadáveres de Nizar Rayyan, uno de los máximos dirigentes del movimiento islamista, y su familia afloraron.

Nueve mujeres, cuatro de ellas esposas de Rayyan, y 11 de sus hijos fallecieron en este asesinato colectivo. Un caso calcado al de Shehade. Como entonces, Hamás clamó ayer venganza y su intención de "golpear los intereses sionistas en cualquier lugar".

El abogado israelí Michael Sfard se escandalizaba en octubre pasado tras escuchar cómo el general Gadi Eisenkot despreciaba la legislación internacional y las convenciones internacionales sobre derechos humanos firmadas por Israel.

Amenazaba el militar con arrasar poblaciones enteras de Líbano en la próxima guerra con Hezbolá. "La posibilidad de dañar a la población civil es el único medio para contener a Hasan Nasralá", decía el uniformado. "Estas intenciones", añadía el letrado Sfard, "son simples y claras, como la estrategia de una organización terrorista: dañar a los civiles para conseguir objetivos políticos". En Gaza está sucediendo algo similar a lo pensado para Líbano.

Miles de vecinos de Gaza acudieron ayer, mientras los cazas israelíes les sobrevolaban, al entierro de Rayyan, un profesor de la Universidad Islámica, de 49 años, que abogaba por reanudar los atentados suicidas en Israel y que de vez en cuando se iba de patrulla con milicianos jóvenes a la frontera.

Proponía que la gente no abandonara las viviendas cuando el Ejército israelí llamara a las casas que luego son bombardeadas. En muchos vecindarios la gente se ha subido a los tejados y algunas operaciones de la aviación han sido abortadas.

Tal vez Nizar Rayyan, que tenía fama de cabezota, fue fiel a su propia receta y permaneció en su hogar. Lo pagó. Pero algo es a todas luces seguro: sus fotografías colgarán largo tiempo en muchas fachadas de las casas de cemento de la gris Yabalia.

Como siguen las del jeque Ahmed Yasin o las de Abdelaziz al Rantisi, máximos dirigentes de Hamás liquidados por la aviación israelí en la primavera de 2004.

Los hijos de Rayyan fueron enterrados ayer. Seguramente no ocurre muchas veces que 11 hijos de la misma familia perezcan al mismo tiempo. Pero en Gaza es sencillo encontrar familias con dos o tres hijos muertos en combates contra el Ejército israelí. En 2007, la esposa y siete de hijos de Jalil al Haya, otro dirigente de Hamás, murieron en similares circunstancias.

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