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Huyendo de la casa de papá Gaddafi

Los hijos del líder libio escriben el enésimo capítulo de su diáspora familiar

Francesco Manetto

Pasa por ser la cara más amable, renovadora y reformista del régimen libio. Pero a principios de febrero se le perdió la pista. Tras asistir al foro económico de Davos, Saif al-Islam, hijo primogénito del segundo matrimonio de Muammar el Gaddafi, no volvió a Trípoli y, según adelantó el diario helvético La liberté, pudo llegar incluso a pedir asilo político en Suiza, una información desmentida esta semana por el gabinete del padre. El interesado, sin embargo, confirmó en una entrevista concedida al periódico en lengua árabe Asharq al-Awsat su intención de fijar su residencia en Europa.

Podría tratarse del enésimo capítulo de la diáspora familiar de los Gaddafi, que comenzó a principios de la década con las huidas o las extravagantes (en ocasiones lamentables) actuaciones de otros tres de los ocho hijos de los dos matrimonios oficiales del presidente libio.

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Primero fue Al-Saadi, quien decidió invertir sus influencias en jugar al fútbol. Nada interesado en las actividades paternas, el joven tenía otros sueños: convertirse en una estrella del calcio y lucirse en algún partido de la Liga de Campeones. Pero se tuvo que conformar con vestir las camisetas de los equipos del Perugia, Udinese y Sampdoria, disputar tan sólo dos partidos a lo largo de tres ligas italianas, entre 2003 y 2007, y enfrentarse además a una sanción por dopaje. Saadi, sin embargo, no se desanimó y decidió centrar sus esfuerzos (y dinero) en su otra pasión, el cine, y fundar una productora de películas del Oeste.

Los personajes que, en cambio, parecen haber salido de un disparatado guión son sus hermanos Hanibal y Aisha. El primero fue detenido el verano pasado en Ginebra por agredir a dos empleados del hotel en el que se alojaba con su esposa, Aline. Tras pasar dos noches en la cárcel y abonar una fianza de casi 300.000 euros, Hanibal regresó a Libia. Su hermana Aisha, abogada que trabajó en el equipo de letrados defensores de Saddam Hussein, se personó en Ginebra para advertir a las autoridades helvéticas: "Aplicaremos la política del ojo por ojo y diente por diente". Y así lo hizo. Provocó una crisis diplomática.

Es lo que tiene ser hijo de papá Muammar, que al final nunca duda en ponerse firme para sacar de apuros a sus herederos. Cuestión de amor de padre. O, más bien, de privilegios dinásticos.

Arriba, Al-Saadi Gaddafi, hijo de Muammar el Gadaffi. Abajo, Aisha Muammar Gaddafi, en Trípoli,
Arriba, Al-Saadi Gaddafi, hijo de Muammar el Gadaffi. Abajo, Aisha Muammar Gaddafi, en Trípoli,AP

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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