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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Órdago terrorista

ETA ha pretendido disimular su debilidady su aislamiento con un atentado espectacular

La banda terrorista ETA ha vuelto a cometer un atentado por el método del coche bomba. El lugar elegido ha sido la casa cuartel de la Guardia Civil en Burgos, donde se encontraban 114 personas, de las que 41 eran niños. El volumen de la carga explosiva y el hecho de que no hubiera aviso previo apuntan a que los terroristas pretendían perpetrar una matanza. Por fortuna, el balance no arroja víctimas mortales, aunque sí una cincuentena de heridos, además de daños en la casa cuartel y algunos edificios colindantes. Se trata, por tanto, de un atentado fallido que, sin embargo, ha dejado constancia fehaciente de hasta dónde están dispuestos a llegar los terroristas en su desprecio por la vida.

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El último atentado mortal de la banda tuvo lugar el pasado 19 de junio, cuando asesinó al policía nacional Eduardo Pueyes adosando una bomba a los bajos de su coche. Ahora los terroristas han pretendido lanzar un órdago criminal de mayores dimensiones, como si quisieran disimular tras una acción espectacular su debilidad y su aislamiento. Si los terroristas han optado por el coche bomba y no por el atentado selectivo es porque saben que sus crímenes no van a doblegar a las instituciones ni a los ciudadanos, y piensan que multiplicando el horror aumentan las posibilidades de imponer su voluntad. En realidad, lo único que acrecientan es la repugnancia hacia sus métodos. Sobre todo cuando, como ayer en Burgos, tratan de perpetrar un brutal atentado indiscriminado aunque disfrazándolo de ataque contra la Guardia Civil. Sólo el azar de que no se produjeran víctimas mortales ha ahorrado escucharles el ignominioso argumento de que los agentes se esconden detrás de sus familias o de sus vecinos, según han hecho en otras ocasiones.

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Los terroristas se obstinan en seguir matando mientras los acontecimientos a su alrededor van desmintiendo una a una sus pretensiones. Si en el pasado nada les autorizaba a hablar en nombre de los vascos, con menos razón aún en el presente. El Gobierno de Ajuria Enea resultante de las últimas elecciones no defiende, siquiera, un ideario nacionalista, con lo que las ensoñaciones de los terroristas no sólo no están más cerca de cumplirse, sino que se han alejado. De igual manera, el Tribunal de Estrasburgo ha puesto fin a los recursos contra la ilegalización de los partidos que, como Batasuna, han operado en diversas citas electorales como brazo político de los terroristas. Los jueces europeos no han hecho otra cosa que poner letra jurídica a lo que dictaba el sentido común: no es tolerable que un partido ofrezca cobertura política a una banda que, entretanto, asesina a quienes piensan de modo diferente. Si la condescendencia de la izquierda abertzale después de cada crimen terrorista era un signo de complicidad, ahora es, además, una prueba de su irrelevancia frente a los pistoleros.

Los terroristas están atrapados en un círculo vicioso que no conseguirán romper sino el día en que decidan renunciar al crimen. Si imaginaban que la bomba de Burgos constituiría su peculiar manera de presentar recurso contra la sentencia de Estrasburgo, se encuentran con que, por el contrario, demuestra su necesidad y su acierto en todos y cada uno de sus extremos. Puesto que en este momento los terroristas tienen todas las puertas cerradas, confían en que sólo una atrocidad nunca vista les permitirá forzar una salida distinta a la simple aplicación de la ley. Nada de eso está hoy encima de la mesa y sí la determinación de combatirlos policial y judicialmente, compartida por la totalidad de las fuerzas políticas democráticas. La cosecha de ETA es, estrictamente, una cosecha de sangre, que las instituciones y los ciudadanos rechazan procesar en clave política. Y ahora, además, con el respaldo inequívoco de Estrasburgo.

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