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Reportaje:Karl Lagerfeld

El último superviviente

Eugenia de la Torriente

Incluso para alguien tan acostumbrado a la soledad de lo excepcional, éste es un momento crítico. Karl Lagerfeld es el último de una estirpe. La de los grandes monarcas de la moda, formados en la era dorada de la alta costura parisiense. Muerto Yves Saint Laurent y retirado Valentino, permanece como el único superviviente de un oficio que se extingue. Pero que nadie espere que el septuagenario alemán enarbole con orgullo esa bandera. Detesta la cuestión generacional, aborrece la nostalgia y mentar glorias pasadas es la forma más rápida de exasperarle. "La verdad es que los talleres de los años cincuenta eran de lo más sórdido", apostilla con el característico deje teutónico que tanto impresiona la primera vez que uno se enfrenta a su vertiginosa elocuencia.

"El diseñador torturado esconde un complejo de inferioridad por no ser artista"
"Mi madre era divertida y ácida, no mala. siempre tenía razón. Fue perfecta para mí"
"Nunca he querido hijos. Los trataría como a mí y estarían demasiado consentidos"
"Me gusta que piensen que soy perverso. Y tengo un vicioso talento para la venganza"

Para explicar la longevidad de Lagerfeld hay que entender ciertos aspectos de su personalidad. Además del olfato para identificar el signo de los tiempos, está la germánica intelectualización de cuanto le rodea. Su pose es extravagante y le gusta desafiar las convenciones, pero su disciplina le sitúa a años luz del hedonismo desbocado de Valentino y de la atormentada existencia de Saint Laurent. "Me mantuve a una distancia prudencial de la locura en los sesenta y setenta", admite. "Soy un voyeur, no una víctima. Mi instinto de supervivencia creó un muro de cristal. Me gusta la idea de la decadencia, pero no lo soy demasiado. No me interesan las drogas, ni el tabaco, ni el alcohol. La verdad es que no siento la necesidad de paraísos artificiales".

Si con Valentino mantuvo una relación suficientemente cordial como para asistir a las interminables celebraciones de su 45º aniversario en la moda, con Saint Laurent mantuvo una rivalidad histórica. El planteamiento que Lagerfeld hace de su antagonismo vital arroja otra clave sobre ese espíritu de supervivencia en el que le gusta reconocerse. "Lo conocí muy bien a los 20 años. Hasta que apareció Pierre Bergé y lo estropeó todo. Pero la auténtica historia es muy distinta a lo que lees por ahí. Yves interpretaba el papel de la víctima, pero no lo era. Me parecen patéticos todos esos lloros sobre el chiffon. Hay algo impúdico en semejante despliegue de emociones. En el fondo, el diseñador torturado esconde un complejo de inferioridad por no ser artista. Todos querrían ser grandes artistas, pero han acabado haciendo ropa. Igual que querrían ser de la alta sociedad y sólo pueden vestirla".

Un libro que él desprecia, The beautiful fall, apunta que la enemistad entre Lagerfeld y Saint Laurent se debió a motivos bastante menos conceptuales. Coloca en el centro del conflicto al tormentoso Jacques de Bascher. "Se dice que fue mi novio, pero no es cierto", asegura. "Era la persona más divertida y más distinta a mí que he conocido. Salvaje, chic y divertido. Tenía todos los defectos y todas las cualidades. Para mí era divino, pero otros lo encontraban diabólico". De Bascher, que murió de sida en 1989, está enterrado junto a la otra figura fundamental de la vida de Lagerfeld -su madre- en un castillo de Bretaña que fue propiedad del diseñador durante 15 años. "Es terrible vivir junto a alguien que sabe que va a fallecer", recuerda. "Cuando era joven fantaseaba con la idea de morir a los 23, pero, a los 30, cuando le llegó la hora de morir, ya no quería desaparecer tan pronto".

Lo asombroso de Lagerfeld es que no sólo ha desplegado una carrera de una enorme vitalidad y potencia a lo largo de medio siglo. Además, ha exhibido su talento en distintos frentes y disciplinas. A una velocidad tan constante como mareante. Se instaló en París a principios de los años cincuenta y, tras su época como aprendiz en Balmain y Jean Patou, trabajó como freelance para varias firmas. Hasta que estableció una relación duradera con Chloé en los años setenta. A partir de la década siguiente -y hasta hoy- compaginó su trabajo de diseño de prêt-à-porter y alta costura en Chanel (lo que ya significa, al menos, ocho colecciones al año) con la dirección creativa de la casa peletera italiana Fendi y la de sus propias líneas (colecciones de hombre y mujer, de gafas, de novias o de perfumes). En 1987 empezó a fotografiar sus campañas de publicidad y a disparar reportajes y retratos para revistas como Harper's Bazaar, Vogue o Visionaire. Su triángulo profesional se cierra con su faceta de librero y editor. Este ávido coleccionista -propietario de una biblioteca con más de 200.000 volúmenes- inauguró una tienda de libros en 1999 y poco después lanzó una editorial en colaboración con Steidl.

"Es un omnívoro cultural", opina el periodista Tim Blanks, que lo entrevistó por primera vez hace 20 años. "Es el último de una raza, porque ya no existe la cultura para producir tipos así. Las revoluciones que él ha vivido, su sentido de la historia y su devoción por el conocimiento ya no son valores que la sociedad promueva. Aunque va a toda velocidad, es producto de un tiempo más lento en el que se permitía el aprendizaje". Por famosa que sea su colección de 20 iPods, su infancia pertenece ciertamente a otra era. El único hijo varón de una cultivada pareja de ascendencia sueca, rusa y alemana, nació teóricamente en 1938 en Hamburgo. La cautela se debe a una confusión alimentada por él desde la aparición de un acta de bautismo fechada en 1933. "Esto no es un tribunal, así que puedo decir lo que me dé la gana", responde. "¿A quién le importa si nací cinco años antes o después? Este lío me hace reír y me permite tener en menor consideración a los periodistas. Por perezosos. Es divertido ver los infantiles esfuerzos de la gente para escribir algo con sentido sobre ti".

Su padre, un pragmático industrial nacido en 1880, hablaba nueve idiomas. Su madre, violonchelista de indocumentada fortuna, había vivido en el alocado Berlín de los años veinte. La familia se trasladó al campo en 1943, y allí, aislado y rodeado de adultos -su hermana y su hermanastra fueron enviadas a internados-, se formó su carácter. Le gusta contar que la velocidad y el ingenio de su discurso se deben al peculiar instinto de su madre. Su escasa paciencia para las diatribas de un niño le obligaba a contar las historias muy rápido, antes de que ella consiguiera escapar de la habitación. Y a esmerarse para captar su atención. "Tú tienes seis años, pero yo no. Haz un esfuerzo", le espetaba. Lagerfeld, que habla tres idiomas, asegura que no fue al colegio y que jamás pisó una iglesia. Una vidente predijo que sería cura, y la idea asustó tanto a su madre como para prohibirle que se acercara a un templo. Ni siquiera para una boda.

"Siempre me sentí protegido por mis padres", explica. "Nunca tuve necesidad de escapar al mundo exterior porque me gustaba la libertad y protección de la que gozaba en el interior de casa. Mi madre era ácida, pero no mala. Era divertida y siempre tenía razón. Fue perfecta para mí. Yo nunca quise ser un niño, de todas formas. Odiaba a los otros chavales y los usaba para que me lavaran la bici. Pasaba el tiempo dibujando o aprendiendo idiomas". Desde la muerte de su madre, Lagerfeld se enorgullece de no tener lazos familiares que le perturben. "Constantemente estoy de mal humor conmigo mismo, nunca miro el reloj... Siempre supe que no estaba hecho para la vida en familia o en pareja. Me gusta estar solo". Su hermana vive en Estados Unidos junto a su marido, sus hijos y un devoto y religioso círculo de familiares políticos en el que cuesta imaginar a Lagerfeld. "Soy demasiado raro para la América profunda", explica divertido. Su obstinada renuncia a la nostalgia explica que vendiera la casa de Hamburgo y Gran Champ, el castillo en el que enterró a su madre y a De Bascher.

Tal vez, el dato definitivo para entender a Lagerfeld esté encerrado en esa terca huida hacia delante. En su firme defensa de que el futuro es lo único que importa y que en él todo es posible. El definitivo triunfo de la voluntad. Capaz de doblegar hasta el más primario de los apetitos. En la trastienda de su librería, más de 50.000 volúmenes cubren por completo las altas paredes de su estudio fotográfico. Se cuelan por todos los rincones, desde los camerinos hasta la cocina. Envuelto en ese apabullante tapiz de letras, en el curso de una conversación de dos horas regada por abundante Coca-Cola Light y marcada por su mordaz carisma, Lagerfeld repite varias veces una idea: "No es tan importante hacer las cosas como saber que puedes hacerlas. La posibilidad es excitante, aunque no la uses".

No puede estar quieto. No quiere hacerlo. Empezó el siglo quitándose de encima 47 kilos y subastando su colección de mobiliario del siglo XVIII y sus valiosas pinturas clásicas. Obtuvo 30 millones de dólares por la operación y adaptó su hôtel particulier de la Rue de l'Université a su nueva figura y estética. Lo decoró con piezas de afiladas líneas de Jean Michel Frank o Eileen Grey y pantallas de plasma. No le duró mucho. Nunca lo hace, en realidad. En los últimos 50 años ha tenido más de 20 residencias: en Biarritz, Montecarlo, Berlín, Roma o, recientemente, en Vermont (EE UU). El año pasado cerró la casa de París, que redecoró cinco veces en los 30 años que allí vivió de alquiler, y se trasladó a un apartamento en Quai Voltaire, a orillas del Sena. Un piso de ocho habitaciones y tres baños desapareció para convertirse en un laboratorio hipermoderno -casi un platillo volante- de un único espacio. Todo cristal, Corian, acero y muebles diseñados después de 2000. Ya planea su próximo movimiento, harto de oír su nombre por la megafonía de los barcos de turistas que recorren el río. "Es poco saludable estar demasiado apegado a los espacios, ya que no puedes llevarlos contigo. Por eso he tenido casas tan distintas. En dos o tres de ellas ni siquiera llegué a vivir: no me gustaron cuando estuvieron terminadas. Colecciono cosas, pero no quiero poseerlas. Construyo decorados de películas. Cuando quiero ver una nueva, lo cambio todo".

Por mucho que a Lagerfeld le guste la soledad, en esas películas tiende a utilizar abundantes extras. Los amigos son el único vínculo afectivo que reconoce. "No son como la familia. Son una elección", argumenta. "Nunca veo a gente de mi generación. Me aburren mortalmente. Tengo un presente más que placentero, ¿por qué desperdiciarlo recordando el pasado? Así que mis amigos son más jóvenes, o mucho más mayores". Entre ellos está Stephen Gan, de 42 años y fundador de la revista Visionaire. "Conocí a Karl en 1996", recuerda. "En esa época organizaba fantásticas cenas en su jardín de la Rue de l'Université. Recibí una llamada diciendo que Karl quería 'gente joven y divertida'. Le pedí a Hedi Slimane uno de los primeros trajes que había diseñado. Era de seda brillante. Cuando me presentaron a Karl, lo primero que me dijo fue: '¿Lila?' con cara de asombro. Yo sabía que era estridente, pero Hedi me había dicho: 'Si no puedes ponértelo en casa de Karl Lagerfeld, ¿dónde vas a poder?'. Después llevé a Hedi a conocerle y a partir de ahí empezó a perder peso. El deseo por la moda consiguió alterar por completo su silueta".

Su fascinación por la belleza y la juventud se ha concentrado últimamente en un modelo, Baptiste Giacobini, que protagoniza sus campañas publicitarias, desfiles y exposiciones. En la última edición de la feria de arte de Basel presentó una serie de imágenes de gran tamaño en platino de Giacobini, escultóricamente desnudo y emulando a un dios contemporáneo. Las ocho se vendieron -por 25.000 dólares cada una- la noche de la inauguración. Lagerfeld está encantado con él: "Cuando le preguntaron si no le importaba estar desnudo, ¿sabe qué dijo?: 'Pero si todo el mundo sabe que los chicos están hechos así'. ¿No es un planteamiento saludable? Estoy muy orgulloso de haberlo encontrado. Vi en él algo que los demás no veían".

A sí mismo, tal vez. Aunque niega buscar su reflejo en otros hombres, admite que se interesó por el chico porque le recordaba a él en su juventud. No pudo resistir la tentación de jugar a El retrato de Dorian Gray, una novela que ya inspiró uno de sus libros de fotografías. "No estoy seguro de que yo fuera tan mono", confiesa sarcástico. "Es el mismo tipo de hombre, eso sí. Está increíblemente dotado para la transformación y es muy inteligente... Si tuviera un hijo no me importaría que fuera como él. Me entiende mejor que los demás".

-¿Alguna vez ha pensado en tener hijos?

-No. Los trataría como a mí mismo y estarían demasiado consentidos. Y no estaría preparado para que me decepcionaran. Mi hermana no fue lo que mi madre esperaba. Era amable y dulce, pero un incordio. Así que cuando se fue a EE UU apenas volvieron a hablar. Eso es cruel.

-¿Qué actitud tenía su madre hacia su manera de vivir la sexualidad?

-Era más que tolerante con la orientación sexual. Cuando tenía 10 o 11 años le pregunté qué era la homosexualidad. Me dijo que era como el color del pelo: que unos eran rubios, y otros, morenos. Yo no le ponía nombre, pero supe muy pronto lo que quería y nunca tuve ningún problema con ello. Aunque no estoy convencido de que las parejas de hombres homosexuales adopten niños. Prefiero que lo hagan las lesbianas. Estoy a favor del matriarcado. Mi madre decía que los hombres eran totalmente irrelevantes porque una mujer (si no era demasiado fea) podía tener un hijo con el que quisiera.

-¿Ella era guapa?

-Se consideraba la mujer más bella del mundo. En las fotos tiene buen aspecto, pero cuando nací ya no era joven, así que no puedo saberlo. Si alguna vez le preguntaba por su juventud, me respondía: "Te puedo hablar de mi infancia o de mi vida adulta. Lo del medio no es asunto tuyo".

El rastro de la madre de Lagerfeld puntea constantemente su efervescente conversación. Ella nunca aprobó que su hijo se dedicara a la moda y jamás asistió a sus desfiles. "Tampoco fui a la oficina de tu padre", argumentaba. A sus enseñanzas le debe Lagerfeld acicalarse tanto para meterse en la cama como para ir a una fiesta. Aunque afirma dormir siempre solo ("estoy para los buenos momentos, no para los malos"), se acuesta con una camisa de noche hecha a medida por Hilditch & Key, el mismo artesano camisero que le proporciona los característicos cuellos que luce en público. El acicalado y caricaturesco personaje que ha construido con el tiempo -con sus ajustados vaqueros, anillos, gafas, guantes y corbatas- se ha convertido en un icono global. Una estrella para los adolescentes. "Conecto con los jóvenes porque no me creo uno de ellos. Les aporto algo que no tienen, y a la inversa. En la calle, mis mayores fans son muy jóvenes. La mediana edad no es mi público", remata entre risas. Una popularidad a la que, sin duda, han contribuido la colección que creó para el gigante textil H&M en 2004 -inaugurando las colaboraciones entre diseñadores de prestigio y cadenas asequibles- y dos documentales recientes, Lagerfeld confidential l y Un roi seul.

El primero, presentado en 2007 en el Festival de Cine de Berlín, ofreció la oportunidad de atisbar, por vez primera, su intimidad. A pesar de que se dejó acompañar por la cámara de Rodolphe Marconi durante dos años, la película no conseguía desvelar el misterio del personaje. Lo fallido del ejercicio servía para subrayar cuán poco en realidad sabemos de un hombre tan locuaz y público. "Nadie tiene acceso a mi verdad", alardea. "Soy un gran actor. Puedo interpretar cualquier papel y siempre tendrá una parte de mí. Pero la realidad es propiedad privada. Aun así, vivo en un mundo de comunicación, ¿por qué debería cerrar la puerta? No soy tímido y no tengo nada que esconder".

Su hiperactividad convierte en cansino cualquier intento de enumerar sus proyectos simultáneos. Si no está diseñando un piano o un muñeco, puede que acepte doblar a un personaje de dibujos animados o idear el vestuario de un ballet. ¿Vacaciones? No, gracias. "Eso es para los que tienen que ir a una fábrica a diario. La idea de viajar a una isla remota y exótica pertenece a una generación que cree que tiene que escapar de su realidad. ¿Para qué iba a querer huir de mi mundo si lo he creado a mi medida?". A pesar de su cerrada defensa de la modernidad, en ese universo privado -en el que no puede entrar ni el servicio, a no ser que sea expresamente llamado-, Lagerfeld disfruta de placeres antiguos y ascéticos. Sin móvil, sin ordenador, con mucho papel.

"En unos años no encontrarás una sola máquina para reproducir un CD. En cambio, siempre podrías leer en papel. Si te quedas sin batería, tu ordenador no vale para nada. Mientras tengas ojos, un libro nunca será inútil". Se confiesa desordenado e incapaz de hacerse la cama, y un cocinero elabora toda su comida en una cocina externa al piso. Es su secreto para mantener su escueta figura. De hecho, cena en casa antes de ir al más exquisito de los restaurantes. Pescado y verduras, hervidas y a la plancha. Fruta, Coca-Cola Light y pan de maíz. Poco más. "He olvidado que otras cosas pueden ser deliciosas. Me he convencido, no sé cómo, de que cualquier alimento que antes me gustara y que ahora no me convenga, en realidad, no me apetece".

-Usted se define como un "mercenario de la moda" porque no se casa con nada, ni con nadie. No le interesa la parte empresarial de su trabajo y debe de ser una de las pocas personas en la industria que no han tenido que tomar partido por Bernard Arnault y François Pinault y que trabaja al mismo tiempo para Chanel y para LVMH.

-¿Sabe por qué? Porque soy serio y sincero con la gente que lo es conmigo. Por eso puedo estar en medio. No lo convierto en un problema personal y nunca haría nada a espaldas de estos hombres. Es sólo una cuestión de honestidad, aunque me gusta que la gente piense que soy perverso. Si alguien es malo conmigo, tengo un vicioso talento para la venganza, que es una forma de arte muy refinada. No tuve una educación religiosa y no creo en lo de poner la otra mejilla. A veces, la venganza es desproporcionada con la afrenta inicial, pero así es el juego. Soy la persona más pacífica del mundo. Pero no tengo ningún interés en ser la víctima. Otros matan en oficinas, yo lo hago en cenas.

-¿Tiene enemigos?

-Eso espero. Pero ir en mi contra es un lujo que sale muy caro. Porque sé cómo manipular y cómo tensar cuerdas... Incluso desde la distancia. No tengo nada en contra de que la gente intente oponerse a mí. Deben saber que es un juego arriesgado, eso es todo.

Cada mañana, su agenda está en blanco hasta que él decide cómo llenarla, y suele tener 20 libros abiertos al mismo tiempo en su mesilla de noche. Siempre es cuestión de opciones. "Los dioses nos dieron la posibilidad de la vida. Es cosa nuestra sobrevivir".

Autorretrato de Karl Lagerfeld
Autorretrato de Karl LagerfeldKARL LAGERFELD

Detrás de las gafas

Chanel

Desde 1983 perfecciona el vocabulario establecido por Coco Chanel y, de paso, convierte a la firma, propiedad privada de la hermética familia Wertheimer desde 1974, en una de las más lucrativas de su sector. "Cuando llegué estaba muerta y acabada. Tuve que destrozarla sin respeto para que fuera de nuevo respetada. No es una idea de marketing, es pensamiento lógico. Yo hago lo que me dicta mi instinto. Y funciona".

Librero y editor

"Los libros son los mejores amigos que puedes tener". Como extensión de su voraz coleccionismo, en 1999 abrió su propia librería. La llamó 7L (en referencia a su dirección: 7 Rue de Lille), y prontó se asoció con la editorial Steidl para publicar algunos títulos propios al año. En su catálogo, un cofre portafolio de Lou Reed, una crónica de París en los años treinta o una recopilación de fotos de la revista Another Magazine.

K Karl Lagerfeld

Dentro de la amalgama de líneas y productos que forman Karl's World (es decir, todas las colecciones que llevan su nombre) destaca esta firma de jeans unisex. En ella proyecta su pasión por la juventud y el rock and roll. En el catálogo de la próxima primavera aparece la banda Neimo (en la imagen).

Fotógrafo

Descontento con las imágenes que le ofrecían para el dossier de prensa de alta costura de Chanel de 1987, Lagerfeld decidió dispararlas él mismo. En estos 20 años ha firmado las campañas de publicidad de las firmas para las que diseña y las de productos tan diversos como el champán Dom Pérignon o los chándales Adidas. Colabora habitualmente con revistas y publica libros de fotografía. Entre sus temas, la arquitectura de la casa Malaparte o un estudio de la evolución del modelo Brad Kroening.

Karl Lagerfeld

Creó su propia línea en 1984, pero se llamó Lagerfeld Gallery entre 1997 y 2006. Desfila en París, y en 2004 la vendió a Tommy Hilfiger. "Por el hecho de que sea mi nombre no vivo su venta de forma trágica. Se trata de encontrar a la gente adecuada para cada negocio".

Fendi

Su colaboración con la firma italiana se inició en 1965 y ha conocido a varias generaciones de la familia. Desde 2001 pertenece al grupo de lujo LVMH. "Primero estaba la madre; luego, las cinco hijas, y después, los hijos de las hijas. Se convirtió en una casa de locos. Tenían que vender, no podían continuar", explica.

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