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La memoria de la resistencia

María Antonia Sánchez-Vallejo

La propuesta de los diputados alemanes de vender islas deshabitadas para enjugar la deuda es un insulto para los griegos, un atentado a la memoria de la resistencia frente a los ocupantes extranjeros: venecianos, genoveses, otomanos, nazis, fascistas italianos. Por las islas griegas -y muy especialmente por Creta- han pasado todos los imperios del Mediterráneo; como auténticos órganos vitales, las islas han filtrado los malos humores -el oprobio, la humillación, las derrotas- de la historia, pagándolo a veces con sangre, como en la matanza de Quíos de 1822, cuando los otomanos asesinaron a casi toda la población de la isla. Por eso, y no sólo por razones turísticas, las islas son las joyas de la corona de Grecia.

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¿Cuánto vale una isla griega?

Las del Egeo fueron los últimos territorios incorporados al Estado griego: Creta pasó a formar parte de Grecia en 1908; las islas del Dodecaneso, frente a la costa turca, en 1948. Algunas de las Cícladas están ligadas estrechamente a la lucha por la independencia frente al Imperio Otomano, que Grecia alcanzó en 1821. Aun hoy, algún que otro peñasco sigue en el punto de mira de Turquía, pero la reclamación se inscribe en la retórica diplomática al uso entre las dos naciones.

La propuesta germana ha puesto el dedo en una llaga reciente, la de la ocupación nazi de Grecia durante la II Guerra Mundial. Con escasa diplomacia, mientras Atenas pedía ayuda a Bruselas para superar la crisis, el vicepresidente Teodoros Pangalos reclamaba en Berlín la devolución del oro que los nazis se llevaron del Banco Nacional griego. Es el riesgo de esgrimir símbolos, estrepitosa munición que siempre hace mucho ruido y poco daño.

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