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ni contigo ni sin ti
Columna
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HERMANO AZNAR

Carlos E. Cué

Nada mejor que las vacaciones para recordar lo duro que es aguantar a la familia. Da igual que seas un genio. Llega el verano, y ya no eres arquitecto, ni abogado, pintor o empresario. Ni siquiera futbolista. Eres hermano, padre, hijo.

Eso es más o menos lo que le pasa a Rajoy cada vez que se cruza con Aznar. Son pocas, casi siempre en verano. Don Mariano, que el resto del año es un jefazo, se encuentra con algo así como su hermano mayor. Y eso no se cura. Así que le cambia la cara. Es otro. Mira la hora sin parar. Es como la tía esa que todos tenemos y que, nada más sentarse a la mesa en Nochebuena, le dice a tu tío: "Juan, nos vamos en cuanto sirvan el postre, ¿eh?".

Como los hermanos pequeños bonachones, Rajoy siempre trata de aplacarle. Incluso le hace bromas. En 2008, Aznar le había dado uno de sus famosos desplantes. Llegó dos horas tarde al congreso de Valencia. "Empecemos ya, yo puedo presidirlo", gritaba Fraga enfadado. Y apenas rozó la mano de su heredero. Un mes después, se encontraron en FAES. "Vamos a saludarnos efusivamente, que si no...", le dijo Rajoy. Este año incluso movió su silla para que en la foto salieran más juntitos. Pero nada. Aznar no conoce la compasión. Le mira casi con condescendencia.

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Rajoy no pronuncia su nombre. Pregunta por "él" cuando quiere saber qué hace. En público y en privado, le llama "presidente", como todos los demás, como los periodistas. Y eso que son hermanos.

Aznar se divierte con su toque salvaje. El año pasado se recortó un poco la melena. "Ahora estoy presentable, je, je", contestaba a uno de los aduladores que casi siempre le rodean cuando insistía: "Te queda mucho mejor así, presidente". Él finge que nada le importa. "Mucha gente en mi partido me pide que vuelva, pero mi tiempo ya pasó", miente en TVE. Pero según los que le conocen de siempre, tiene una amargura interna difícil de sobrellevar.

Le encanta que le odie la izquierda, esos "progres trasnochados que ladran su rencor por las esquinas", en su peculiar terminología. Pero no entiende que haya muchos de los suyos -y los hay, cada vez más- que quieran que desaparezca de escena, que crean que su simple presencia de hermano mayor es lo peor que le puede pasar a Rajoy. "No entiende que los suyos no le adoren", sentencia un aznarista.

Tal vez por eso, solo tal vez, Aznar siga necesitando, cada tanto, en México o en Melilla, demostrar que hace lo que quiere, y que Rajoy no se atreve a darle un no. Es la condena del hermano pequeño.

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