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Tribuna:La firma invitada | Laboratorio de ideas
Tribuna
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La catástrofe del rescate bancario de la UE

Wolfgang Munchau

El aniversario de la quiebra de Lehman Brothers ha sido sin duda el momento concreto más simbólico de la crisis financiera. Pero, al menos para Europa, no ha sido el punto de inflexión más representativo. Este llegó el martes 30 de septiembre de 2008, cuando Brian Cowen, el primer ministro irlandés, ofrecía una garantía global a todo el sector bancario. Su decisión obligaba a los demás dirigentes de la eurozona a seguir su ejemplo. El resto es historia.

Me atrevería incluso a afirmar que se trata de una de las decisiones políticas más catastróficas que se han tomado en Europa tras la guerra. Pero no lo digo tanto por la decisión en sí misma -era necesario cortar por lo sano en aquel momento- como por la falta de medidas para integrar la decisión en una estrategia destinada a resolver los problemas del sector bancario: falta de capitalización, abundancia de activos tóxicos, mala gestión y, por supuesto, tamaño excesivo. Las consecuencias de esa estrategia no empezarán a notarse hasta dentro de unos años. Hemos vislumbrado un pequeño anticipo la semana pasada, cuando Irlanda ha admitido la existencia de un agujero negro dentro del sector bancario que le costará al país la friolera del 32% del PIB solo este año. Yo mismo calculaba hace poco que el coste del rescate bancario irlandés terminaría ascendiendo alrededor del 30% de PIB, lo que a algunos observadores les parecía una cifra sorprendentemente elevada. Resulta que fui irrealmente optimista (como a menudo lo soy). Los alemanes también son notoriamente optimistas respecto a los problemas subyacentes de su sector bancario, gran parte del cual no está adecuadamente capitalizado.

Ya no es posible separar la deuda privada de la pública. No hay más que deuda pura y dura
La supervivencia de los bancos está más garantizada que la de quienes los han salvado

El error fundamental cometido por los Gobiernos europeos al principio de la crisis fue el de ser incapaces de reducir el sistema bancario y obligar a los titulares de obligaciones a compartir el coste de las operaciones de rescate. La semana pasada, el Gobierno irlandés solo dio el paso minimalista de hacer participar a los titulares de deuda subordinada. Mi explicación es que los bancos deben de haber logrado asustar a los políticos y hacerles creer que las conversiones forzadas de bonos en acciones supondrían el fin de la civilización tal como la conocemos.

¿Por qué no suspender pagos sin más? La historia ha demostrado que los países se recuperan de la suspensión de pagos con relativa rapidez. Pero en Europa, el impago se considera una mancha tan gigantesca que los europeos llegan a cualquier extremo con tal de evitarla. Letonia atravesaba una de las depresiones económicas más brutales de la historia moderna. Una devaluación de la moneda habría aliviado el sufrimiento, pero iba en contra del dogma oficial. Irlanda y Grecia también han preferido paralizar sus economías durante generaciones con el fin de evitar la mancha política de una suspensión de pagos, o incluso una reestructuración pactada de la deuda soberana. Ambos países son básicamente insolventes, si uno supone, como supongo yo, que habrá crecimiento cero durante 5 o incluso 10 años y más caídas en picado de los precios de los activos.

Hasta los griegos, con una relación deuda-PIB que se acerca al 150%, quieren salir de esta sin faltar a sus pagos. La ley presupuestaria de Grecia de esta semana se muestra muy optimista para 2011, pero esto va para largo. La duda respecto a la solvencia es si Grecia puede alcanzar un crecimiento sostenible para pagar sus deudas a largo plazo.

Sería mucho más fácil acompañar este proceso de un impago, al menos parcial. Pero los europeos detestan la idea. La eurozona se construyó sobre el triple dogma de Nada de impagos, Nada de salidas, Nada de rescates, una combinación incoherente desde el punto de vista de la lógica, pero que, no obstante, está profundamente arraigada. De los tres, la UE ha accedido a regañadientes a prescindir del último, al tiempo que defiende los dos primeros a muerte.

El espectáculo más absurdo derivado de todo ello, casi cómico de hecho, es el acalorado debate que hay en Bruselas. Allí el gran problema es si las sanciones contra los pecadores del déficit deberían ser automáticas o estar sujetas a un voto político. Es una repetición casi exacta de un debate que tuvo lugar antes incluso de que existiese el euro. Al cabo de 12 años, durante los cuales la UE ha sido incapaz de imponer sanciones ni una sola vez, ni siquiera a Grecia, este sigue siendo el principal tema de debate.

De modo que, mientras Irlanda y Grecia arden, la UE ha apartado los ojos del incendio y ha vuelto a los más familiares debates ideológicos. El hecho de que Irlanda nunca hubiese sido, hasta hace muy poco, un pecador del déficit no parece impresionar a nadie. Irlanda, pero también España, pasaron de la virtud a casi la bancarrota de la noche a la mañana. Todas las propuestas que hasta ahora he oído debatir en Bruselas tienen en común que, si se aplicasen retroactivamente, no alterarían en nada la situación actual.

El gran problema en la eurozona no es la disciplina fiscal estricta sino la solvencia nacional, que es un concepto mucho más amplio. Por culpa de las garantías globales, ya no es posible separar la deuda privada de la pública. No hay más que deuda pura y dura. Ahora nos encontramos en la paradójica situación de que la supervivencia de los bancos está más garantizada que la supervivencia de quienes los han salvado.

Wolgan Münchau es presidente de Eurointelligence ASBL y director adjunto y columnista del Financial Times. Traducción de News Clips.

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