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La protesta social en Francia

El puerto de Marsella naufraga

La defensa que hacen los huelguistas de sus derechos amenaza con dejar moribunda la actividad económica

Andrea Rizzi

Desde la evocadora iglesia de Saint Laurent, en Marsella, se percibía ayer con un par de vistazos el gran dilema que angustia a Europa. Por un lado, en el mar, se perfilaba el espectáculo de decenas de cargueros paralizados por el bloqueo del puerto. Por el otro, en el legendario puerto antiguo, cientos de manifestantes defendían con rabia derechos sociales conquistados en décadas de lucha. En el mar, se erguían el capital, el comercio, y su exigencia de competitividad absoluta. En el puerto antiguo se libraba una defensa a ultranza de derechos que amenaza con dejar moribunda la actividad económica. Cada vez más, los armadores eligen descargar en muelles menos conflictivos.

El puerto de Marsella está bloqueado desde el 27 de septiembre. En las aguas limítrofes se hallan paralizados 85 cargueros. Junto a los muelles, también están paradas las cuatro refinerías que cubren el sur de Francia y una terminal de gas. El impacto sobre la región es poderoso: el puerto da empleo directo o indirecto a unas 40.000 personas, y a través de él se abastecen muchas empresas de la región. Los trabajadores que lo bloquean luchan, sobre todo, contra la privatización de ciertos sectores prevista en una reforma portuaria de 2008 que poco a poco se va implementando.

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"No nos equivoquemos: esto no es solo un asunto de pensiones, es una cuestión de modelo social", sostiene, vehemente, Frédéric Alpozzo, sindicalista del sector marino de la CGT, la central dominante en el puerto de Marsella, que ayer estaba desierto. Muelle tras muelle, durante kilómetros, la fantasmal sensación de vacío humano se reafirmaba tan inexorable como la fuerza de los sindicatos. Ni siquiera los puestos de control en los accesos estaban ocupados.

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Los marineros también denuncian que las liberalizaciones están destrozando su sector y abriendo la puerta a armadores que pueden contratar masivamente a empleados extranjeros sin respetar los convenios colectivos nacionales. Los trabajadores que manejan las grúas de los muelles se niegan a ser transferidos a las sociedades privadas que, según la reforma, asumirán la gestión. "Quieren privatizar hasta las grúas", lamenta Daniel Manca, líder del sector de muelles de la CGT de Marsella. Estos últimos son quienes, más que nadie, mantienen el sistema paralizado. Ni cargan, ni descargan.

La pugna no es solo ideológica o simplemente laboral: detrás de ella vibra una cruda lucha de poder para el control del puerto, históricamente muy sindicalizado. Los trabajadores defienden derechos -pero también privilegios y una excesiva capacidad de influencia, según los críticos-. Las autoridades buscan elevar la productividad y rentabilidad, y además partir el espinazo a un contrapoder fáctico muy temible, subrayan los escépticos.

Está claro que la defensa a ultranza del statu quo con recurrentes movilizaciones y paros es uno de los factores que ha inhibido el crecimiento del puerto de Marsella. En la última década, Rotterdam ha pasado de gestionar 6 a 10 millones de contenedores al año; Amberes, de 4 a 7; Marsella sigue deambulando alrededor del millón, con un crecimiento irrelevante. Le Havre, el otro gran puerto francés, supo crecer más, sobrepasando los 2 millones.

La pugna pone de rodillas en la región a muchos empresarios y particulares que necesitan gasolina. Además, la lucha del puerto anima significativamente la más amplia ola de movilizaciones contra la reforma de las pensiones. Trabajadores de las refinerías contiguas al puerto protagonizaron ayer un bloqueo del aeropuerto de Marsella. Durante horas, los manifestantes impidieron la llegada de coches a las terminales, obligando a los pasajeros a alcanzarlas a pie.

El fermento para la reivindicación persiste. El puerto antiguo -protagonista junto al cercano barrio de Le Panier de tantas páginas de Jean-Claude Izzo- reunió ayer a representantes de varios sectores profesionales y estudiantes. La sensación general es que las protestas no amainarán fácilmente. "Si perdemos esta, nos meterán las reformas de la seguridad social, la educación y la sanidad. No nos rendiremos", decía Alain Olier, trabajador del sector de telecomunicaciones.

¿Defensa a ultranza de derechos y muerte por inanición económica? ¿O rendición en los derechos y triste supervivencia laboral? El dilema estaba a los pies de la Iglesia de Saint Laurent. Pocas serán, parece, las partes de Europa que se salven de él.

Trabajadores en huelga queman bengalas en una manifestación en el  puerto de Marsella.
Trabajadores en huelga queman bengalas en una manifestación en el puerto de Marsella.REUTERS

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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