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La amenaza de reformar el Tratado de Lisboa inquieta a los socios comunitarios

El deseo de Alemania, secundado por Francia, de reformar el Tratado de Lisboa para incluir un mecanismo permanente de solución de crisis, como la que este año ha puesto a algunos países contra las cuerdas y al euro en tela de juicio, hace temblar a buena parte de los socios comunitarios, temerosos de que, apenas un año después de cerrado el traumático proceso de aprobación, nuevas discusiones sobre el tratado dejen libres a todos los demonios de la disensión europea. En una cena celebrada el domingo en Luxemburgo por los ministros de Exteriores con Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, "se escucharon opiniones de todo tipo" sobre el plan germano-francés, si bien Van Rompuy intentó tranquilizarles asegurándoles que la reforma se puede hacer por un procedimiento simplificado que evite convenciones y referendos.

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El paquete de emergencia preparado por los Veintisiete para socorrer a los socios en graves dificultades, que aplacó la codicia de los mercados la pasada primavera, nació con fecha de caducidad porque Alemania no quería prolongarlo más allá de 2013. Se negaba Berlín a dar a los Gobiernos irresponsables confianza en que podrían seguir indefinidamente con sus hábitos porque la UE no les dejaría quebrar.

El Tribunal Constitucional alemán, además, dejó claro que esas ayudas individualizadas no son de recibo, al tiempo que Francia sostiene que han de mantenerse planes de socorro por el bien de la propia UE. La solución es institucionalizar un mecanismo ahora no contemplado, para lo que hay que reformar el tratado.

Nacido como Constitución, Lisboa tuvo que ser rebajado a tratado tras sendos repudios populares en Francia y Holanda y aun así solo se salvó in extremis tras dos referendos en Irlanda, concesiones a los británicos y un suspense hasta el final sobre la firma de los presidentes polaco y checo. "En este mundo todo es posible, pero es poco probable" una unanimidad para reformar el tratado, alertó ayer el ministro checo de Exteriores, Karel Schwarzenberg. Una pesadilla institucional que nadie quiere volver a vivir, con el riesgo del menoscabo para la sufrida credibilidad de la UE. Pero si no se hace nada, "Europa se acercará peligrosamente al abismo", advirtió el ministro alemán, Guido Westerwelle.

La pelota pasará el jueves al Consejo Europeo, donde los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión deberán decidir sobre la vía a seguir. El propio tratado contempla posibilidades de reforma no abrasivas. El peligro es que haya quienes quieran aprovechar la oportunidad para sacar beneficio propio nacional (introducir reformas) a coste de abrir la caja de Pandora. Steven Vanackere, el ministro belga de Exteriores, cruzó ayer los dedos: "En la vida hay que ser optimistas. Todo el mundo sabe que esto es crucial". Vanackere considera poco probable que el asunto quede cerrado el jueves.

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