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Columna
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Los colores del nuevo mundo

Lluís Bassets

El futuro ya es hoy. Nuestras retinas estaban acostumbradas a rostros de hombres blancos, en escenarios históricos de la vieja Europa como protagonistas predominantes de las noticias de actualidad. Pero cada vez más deberán acostumbrarse a imágenes como las que nos llegan estos días desde India e Indonesia. Hemos pasado de los rostros pálidos y los colores grises y oscuros a una paleta viva y variada, en pieles y vestidos. El color café con leche de Obama es una excepción en las reuniones atlánticas y en sus periplos occidentales. Pero en su gira asiática no solo no desentona sino que está perfectamente a juego con los colores emergentes, que pertenecen a este futuro que ya está aquí.

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No son meras imágenes coloreadas. También hay intereses, por ejemplo. O ideas y valores, por supuesto. En Asia es donde Estados Unidos se juega el todo por el todo de su futuro como superpotencia. Obama ha visitado dos grandes potencias asiáticas emergentes como India (1.140 millones de habitantes) e Indonesia (240 millones de habitantes), recién incorporadas a los proyectos de gobernanza económica mundial a través del G-20. Tienen en común con Corea del Sur y Japón, economías emergentes de oleadas anteriores, que conforman un abanico de alternativas al modelo central asiático, el de China, en el que el mercado libre y el crecimiento son perfectamente compatibles con la dictadura del partido único y la ausencia de libertades.

Entre las muchas diferencias respecto a China y también a otras potencias asiáticas destaca la diversidad cultural y religiosa de sus poblaciones y el peso del islam, que ocupa el primer y tercer lugar en el mundo en población musulmana: Indonesia con 200 millones de musulmanes e India con 180 millones. Si fue Bush quien ató corto a India al sistema de alianzas norteamericano, sobre todo a través de un acuerdo de cooperación nuclear, Obama ha culminado la operación al abrirle las puertas como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para disgusto de sus vecinos Pakistán y China, y también de las potencias medianas como España que aspiran a un sistema rotatorio que las incluya.

Al actual presidente norteamericano le corresponde, por obligación biográfica, estrechar también las relaciones con Indonesia, el variopinto país y enorme archipiélago de su infancia, con el que Estados Unidos comparte incluso el sentido del lema nacional: unidad en la diversidad; E pluribus unum (de muchos, uno). Si Obama quiere alejar a los 1.500 millones de musulmanes que hay en el mundo de las siniestras propuestas terroristas de Al Qaeda y convencerles de que su país no está en guerra con el Islam, lo tiene mucho más fácil en estos dos países que en toda la franja de dictaduras y monarquías despóticas que se extiende desde el Magreb hasta Irán.

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Así, entre Mumbai y Yakarta las palabras y los gestos de Obama dibujan simultáneamente dos alternativas. Una: la democracia no debe ser un obstáculo para la prosperidad, como pretende China. Dos: hay que combatir la idea de un choque de civilizaciones entre los musulmanes y Occidente, como pretenden Al Qaeda y la extrema derecha europea y norteamericana. Pero el despliegue asiático no se resuelve en las fórmulas ideológicas de sus brillantes discursos. No será un camino de rosas para el presidente norteamericano. Debe equilibrar el peso de China mediante alianzas con sus vecinos democráticos sin incomodar a su banquero y principal socio comercial y económico: a ese G-20 que empieza su reunión hoy en Seúl le sobra el cero para expresar la cruda realidad de la marcha de la economía global. Está obligado a dar toda la pista a India, el principal de estos vecinos y el de mayor futuro económico y demográfico, pero sin desestabilizar al enemigo de su rellano inmediato que es Pakistán, pues es el socio incómodo e indispensable para cualquier solución al avispero de Afganistán.

Pero el obstáculo mayor para la recuperación de la confianza entre los países islámicos y Washington es el conflicto de Oriente Próximo, que no puede faltar a la cita en un viaje como este. En esta ocasión ha sido el propio Netanyahu quien ha metido el palo en la rueda presidencial con el anuncio de una nueva oleada de construcciones en territorio palestino en exacta coincidencia con el discurso de Obama a los musulmanes de Indonesia. Según Obama, "hay una conexión entre la prosperidad de las familias en Chicago y en Yakarta". También sucede con la paz y la estabilidad: entre Jerusalén y Kabul, entre Mumbai y Barcelona. Las dificultades internacionales que tiene ante sí este presidente son enormes, probablemente por encima de sus capacidades. Pero el viaje de Obama tiene una ventaja, y es que no se agota en Asia, sino que se aventura en el futuro global, que ya es presente. Y en este viaje, Europa está en orden disperso, que es una forma de ausencia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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