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Crónica:TENIS | Abierto de Estados Unidos
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Estoy harto de la lógica"

Tipsarevic despide a un buen Ferrero, frustrado por sus dolores

Al empezar el día, Juan Carlos Ferrero coge una pelota en la pista de entrenamiento y la impulsa por encima de las tremendas paredes que cierran el estadio principal, superando metros y metros de altura. Es la señal de su fuerza. Es el signo de su ánimo. Es la muestra de que su derecha está lista para la batalla. Al volver de su partido de octavos de final (5-7, 7-6, 5-7 y 2-6 ante el serbio Tipsarevic en 3h43m), su rostro refleja los durísimos peloteos, inclemente cada intercambio, castigadora cada pelota, porque la bola de su rival llega cargada de kilos de fuerza y la suya sale despedida como un obús, como un cometa, pura piedra. La derrota ante el número 20 da al valenciano un aire de desánimo. La imagen fotografía su ambición: llegó al torneo como el número 105 y lo dejó enfadado por no estar en los cuartos.

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"Me he hecho daño en la parte de atrás del adductor y se me ha escapado el partido solo por cuestiones físicas", dijo Ferrero, que la próxima semana posiblemente esté entre los 60 mejores. "Me voy con mal sabor de boca por eso, porque me pude llevar el partido. Me quiero poner en forma para que no pasen estas cosas. Jugar siempre con problemas desmoraliza". ¿No entra dentro de la lógica que le duela todo, también sus ampollas, tras tantos meses sin partidos y casi sin entrenamientos? "Eso me dicen, pero estoy harto de la lógica", resumió.

A sus 31 años, el camino de Ferrero en el Abierto estuvo lleno de novedades. Jamás en su carrera disputó un partido más largo que el que le vio eliminar al número siete, el francés Monfils (4h 49m). Nunca venció dos encuentros seguidos tras apurar las cinco mangas. Nueva York significó para él un chispazo de luz en la oscuridad de su año, marcado por las lesiones, y debería ser el impulso de salida para un 2012 en el que el ránking refleje su buen juego y no todos sus dolores.

El valenciano volvió a parecerse a sí mismo. Pocos tenistas le pegan tan fuerte a la bola desde ambos lados. Pocos tienen su consistencia, su ritmo y aceleración de derecha. Pocos, su experiencia. Todos sus partidos, menos el tercero, se vivieron en el alambre, decididos punto a punto durante extenuantes maratones. En esas apreturas, casi siempre se impuso el valenciano, que tiene el cuajo de los mejores. Solo sus dolores y Tipsarevic, en un momento dulce, pudieron frenarle. Al serbio, en los cuartos, le espera otro sufrimiento: o el ucranio Dolgopolov... o su amigo Djokovic.

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