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Editorial:EDITORIAL
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Recapitalización forzosa

La desconfianza es el rasgo dominante entre los bancos de la eurozona. La prolongación de la crisis de la deuda pública, en un contexto de intensa desaceleración del crecimiento económico, está erosionando la calidad de los activos bancarios a ritmos superiores a los previstos. Ya no son únicamente los pertenecientes a las economías periféricas, víctimas en algún caso de burbujas inmobiliarias. Entidades francesas o alemanas se encuentran expuestas al deterioro del valor de mercado de los bonos públicos de países con dificultades y, de forma creciente, al originado por la generalizada debilidad de la actividad económica global y, en especial, la de la eurozona. Como era previsible, la torpe e inadecuada gestión de la crisis de la deuda soberana está determinando una intensa contracción de la demanda que ya no se limita a las economías periféricas. La priorización de una austeridad mal entendida y mal programada, simultánea en el conjunto de la eurozona, está provocando continuas revisiones a la baja en las previsiones de crecimiento y, no menos importante, en los indicadores de confianza de los agentes económicos. Sin crecimiento económico, las deudas, ya sean públicas o privadas, no se pueden pagar. Y, con ello, los bancos sufren.

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El círculo vicioso del euro

No solo se estrechan los márgenes, aumenta la morosidad y se debilita la solvencia, sino que se agudizan los muy serios problemas de financiación presentes desde el inicio de la crisis. La desconfianza se manifiesta día tras día en las dificultades de la mayoría de los bancos para captar pasivo mayorista por distintas vías y mucho más para conseguir reforzar la base de recursos propios mediante ampliaciones de capital. Esta es la forma que prioriza la iniciativa, recién alumbrada por el presidente de la Comisión, tendente a recapitalizar a los bancos de la eurozona considerados sistémicos, aquellos con la envergadura y el grado de internacionalización suficiente como para amenazar al conjunto del sistema europeo.

Se trata de una iniciativa bienintencionada, aunque, como todas las que están caracterizando la gestión de la crisis en la eurozona, tardía e imprecisa. Después de dos conjuntos de pruebas de esfuerzo, rápidamente desacreditadas por los propios mercados y sujetas a una falta de homogeneidad por la voluntad de algunos Gobiernos en hurtar información relevante, se hace necesario volver a revelar la situación concreta de los bancos y adecuar el nivel de sus recursos propios a la merma del valor de sus activos. En esa adecuación volverán a precisarse aportaciones de dinero de los contribuyentes. En las circunstancias actuales es poco menos que imposible apelar a los mercados para fortalecer la base de capital de los bancos. Tampoco es fácil optar por esa segunda alternativa sugerida por Barroso de vender activos. Lo que sí es necesario, en todo caso, es diferenciar a las entidades bancarias por el grado de exposición a los activos, ahora más dañados (la deuda pública), y la disposición de reservas y provisiones suficientes. En este punto, las autoridades españolas han de hacer valer esfuerzos anteriores y no volver a caer en errores de explicación y negociación ante las autoridades comunitarias. Las consecuencias más adversas, en todo caso, volverán a soportarlas las empresas y familias, bajo la forma de una continuidad asfixiante del racionamiento crediticio.

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