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La caída del régimen libio | El despliegue aliado

EE UU celebra el éxito del modelo de guerra con compromiso compartido

Biden destaca que no se han perdido vidas de estadounidenses en Libia

Antonio Caño

"La misión de la OTAN en Libia funcionó tal y como estaba previsto, costó un total de 2.000 millones de dólares, no se perdió ninguna vida norteamericana y la responsabilidad fue compartida entre varios. Este es el modelo", declaró el vicepresidente Joe Biden poco después de confirmarse la muerte de Muamar el Gadafi y el éxito, por tanto, de la estrategia escogida por la Casa Blanca para acabar con su régimen.

Muchas cosas pueden ocurrir aún hasta que se pueda hablar de Libia como un país estabilizado -y los expertos no tienden a ser optimistas al respecto-. Pero, por el momento, Barack Obama asume lo sucedido como un ejemplo del acierto de su política exterior. "Hemos alcanzado nuestro objetivo sin poner a un solo soldado norteamericano sobre el terreno", destacó el presidente para resaltar el contraste con las guerras heredadas de George Bush.

Obama acude a la reelección con un mundo distinto al que recibió en 2009
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Estados Unidos invirtió un billón de dólares en Irak y murieron más de 4.400 soldados. En Afganistán se lleva gastado otro tanto y han muerto ya casi 1.800. En ambos casos, EE UU perdió, además, prestigio internacional y gastó recursos que hoy necesita invertir en su propia economía.

Como alternativa, Obama diseñó para Libia una guerra en la que EE UU, después de unos primeros días en los que, haciendo uso de sus inigualables recursos militares, dirigió los ataques aéreos, dejó el protagonismo en manos de los países europeos, cuyos intereses son los más directamente afectados por Libia. Buscó también el respaldo de la Liga Árabe e impulsó que se involucraran directamente algunos de los países de la región, como Catar. Sus aviones sin tripulación (drones) ayudaron a los cazas y bombarderos franceses y británicos a hacer su trabajo, quizá incluso en el ataque final contra la caravana en la que Gadafi trataba de huir. Pero fueron los europeos quienes llevaron el peso militar durante la mayor parte de la misión.

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Obama tuvo que soportar numerosas críticas en casa por esa estrategia. Importantes figuras del Partido Republicano le acusaron de haber renunciado al liderazgo que le corresponde a EE UU y de abandonar a los libios a su suerte. Varias veces, cuando el avance de los rebeldes parecía lento y condenado al fracaso, se reclamó en Washington el uso de fuerzas militares terrestres. Obama soportó la presión, tuvo paciencia y advirtió de que una intervención más directa de EE UU daría a Gadafi la excusa que necesitaba para plantear su lucha por la supervivencia en una guerra antiimperialista.

Ahora puede celebrar la caída de Gadafi como un triunfo propio y así se le ha reconocido. "Hay que darle a Obama el crédito que le corresponde por esto", admitió el senador John McCain. Quizá el modelo empleado en Libia no vale para cualquier conflicto. No parece servir, por ejemplo, en Siria, donde la Administración norteamericana ha descartado por ahora acciones militares y no cuenta con consenso ni europeo ni árabe para llevarlas a cabo. Pero Libia sí sirve como argumento en una campaña electoral.

La política exterior no suele ser un asunto central de debate electoral. No en los últimos años, por los menos. Pero sí es un aspecto que los votantes tienen en cuenta para decidir la viabilidad de un candidato. Obama, que no tenía experiencia en ese terreno antes de ser presidente, está bien valorado por el manejo de los asuntos internacionales. Su respaldo a la gestión en esa área supera habitualmente el 60%, más de 20 puntos del que tiene en los temas económicos.

La caída de Gadafi le completa un panorama de cambio muy profundo ocurrido durante su Administración: Mubarak preso, Ben Ali en el exilio, los líderes de Siria y Sudán arrinconados. Obama puede tener más o menos que ver con esa situación, pero lo cierto es que va a acudir a la reelección con un mundo muy distinto al que encontró a su llegada.

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