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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mercados computados

La aplicación de los avances en las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) a la actividad económica ha sido una de las razones más destacadas del aumento de la productividad en los últimos años. La convergencia entre el aumento de la capacidad de computación y la extensión de la conectividad, a costes decrecientes, ha sido de particular utilidad en el mundo de las finanzas. En la actividad académica ha permitido que la investigación y las aplicaciones empíricas aborden complejos cálculos y modelizaciones. En la gestión financiera de las empresas también se ha facilitado la optimización de las decisiones de inversión y financiación. Con todo, los avances más llamativos son probablemente los derivados del aumento de la velocidad con que se llevan a cabo las transacciones en los actuales mercados financieros. Desde los mercados de acciones o bonos hasta los de derivados o los de divisas, se han incorporado algoritmos y rutinas de decisiones que en gran medida automatizan compras y ventas y lo hacen a velocidades sin precedentes. Aun cuando los márgenes por operaciones sean reducidos, la escala en que se mueven esas operaciones permite generar ingresos agregados considerables.

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En manos de la máquina

Las operaciones agrupadas genéricamente bajo la denominación de High Frequency Trading (HFR) son las que están generando ritmos de crecimiento tan destacables como para inquietar a algunos reguladores. Hace apenas siete años, esas estrategias representaban apenas una quinta parte de las transacciones de los mercados de acciones estadounidenses, mientras que ahora superan el 60%. Su importancia relativa está creciendo a un ritmo también considerable en otros mercados financieros, como los de divisas y bonos. Tienen razones los supervisores de los mercados financieros para intensificar el escrutinio de estas prácticas y la detección de aumentos de la volatilidad derivadas de las mismas. Lo ocurrido durante el denominado flash crash en el mercado de Nueva York, en mayo de 2010, se ha convertido en una referencia desde la que justificar esa mayor supervisión.

Lejos de ampararse en la desregulación dominante en los años que precedieron a la actual crisis financiera, las autoridades han de aprender de la experiencia y analizar en detalle cada una de las innovaciones que llegan a los mercados financieros, ya sean operativas o simplemente instrumentales, tecnológicas. No cabe oponerse por principio a la generación de innovaciones financieras. Algunas de ellas pueden contribuir a mejorar la hoy muy cuestionada eficiencia de los mercados, a dotarlos de mayor transparencia o a facilitar su difusión o alfabetización, facilitando el acceso a los mismos de un mayor número de operadores. Pero, en ocasiones, bajo el enunciado de innovaciones financieras, lo que se presentan son mecanismos destinados a favorecer la obtención de beneficios excepcionales por determinados agentes. A distanciarse del juego limpio, en suma. Las nuevas técnicas operativas intentan con frecuencia eludir impuestos o el control de los reguladores. Las autoridades han de responder a tales irregularidades. La regulación, como en cualquier otro ámbito de la actividad financiera, lejos de ser aislada, nacional, ha de contar con esa extensión global con la que cuentan los operadores en esos mercados.

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