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La dirección del PP gallego arropa al hijo de Baltar en su toma de posesión

Culmina la estrategia urdida por la familia Baltar para heredar la Diputación ourensana como si fuese una finca de su propiedad. El pleno del organismo eligió ayer a José Manuel Baltar, el hijo, nuevo presidente. Y fue así gracias a los votos de los 15 diputados del PP, pese a que, al menos en privado, no todos están plenamente de acuerdo con el recambio. El pleno del pasado 27 de enero en el que José Luis Baltar dijo adiós, se había quedado cojo. Ni un solo cargo del Gobierno gallego o de la dirección del partido se desplazó a Ourense para despedir al barón que garantizó sus mayorías absolutas con su granero de votos. Ayer la situación dio un giro radical y la maniobra fue respaldada en bloque. El secretario general del partido y conselleiro de Presidencia, Alfonso Rueda; los conselleiros Jesús Vázquez o Agustín Hernández; la presidenta del Parlamento, Pilar Rojo; el portavoz parlamentario del PP, Pedro Puy; el delegado del Gobierno, Samuel Juárez, o los presidentes de las diputaciones de Pontevedra, Rafael Louzán, y A Coruña, Diego Calvo, arroparon al hijo de Baltar. El PP gallego ha defendido el proceso insistiendo, desde la distancia, en el respeto a la "democracia y los órganos de la Diputación, que son los que deben decidir".

Tal representación institucional deja claro que el PP gallego mantiene una relación menos tensa con el hijo que con el padre. José Manuel Baltar es más cauto y menos impulsivo. No dispara contra la dirección ante los micrófonos como sí hacía su padre.Baltar hijo aclaró, de hecho, que sie siente respaldado por el partido "absolutamente y al 100% porque no hay ningún resquicio o duda". Para Rueda, su partido es "ahora y siempre un ejemplo de unidad frente a la muestras de evidente desunión que hay en los otros". Rueda pasó por el alto el durísimo enfrentamiento de hace un año, cuando la dirección del PP intentó, con un fracaso rotundo, que Baltar padre también cediera a su hijo la presidencia provincial del partido.

El nuevo presidente presumió de su predecesor, de quien dijo que es "un político irrepetible" que defendió "el ourensanismo, el galleguismo y la lengua como nadie". Calificó de "titánico" el esfuerzo y el trabajo del barón como servidor público. "Fue muy bueno y muy generoso", concluyó con un tono más familiar que institucional. También habló de sí mismo. De hecho, indicó que asume "el mayor reto" de su vida y subrayó que su máxima prioridad será defender los intereses de Ourense "por encima de cualquier otro".

Uno de sus principales misiones será gestionar la envenenada herencia que su padre deja en forma de deuda (50 millones de euros) y de gasto en personal (más de 900 empleados que cuestan 29 millones, el 41% del presupuesto). Y es que no todo son flores en la sucesión familiar. La posible espantada de algún diputado baltarista díscolo con el recambio familiar fue curada en salud por el expresidente con sus 10 últimos trabajadores colocados. Entre los agraciados están el hijo de Plácido Álvarez (portavoz del PP y alcalde de Muíños) o una persona del entorno de José Manuel Freire Couto (también diputado, presidente del instituto económico del ente y alcalde de Barbadás).

Baltar padre, que ya ha abandonado todos sus cargos públicos tras dejar su sillón de concejal en el Ayuntamiento de Ourense el pasado viernes, no faltó al acto. Pero lo hizo en el lado opuesto al que se ha sentado los últimos 22 años. Desde los asientos del púbico, evitó hacer declaraciones, aunque sus gestos delataban una significativa emoción al ver cumplido el sueño de poner a su hijo en el sillón de mando.

La oposición aseguró que el discurso de investidura fue "una enmienda a la totalidad" de la gestión del barón y criticó la desorganización del acto. "Casi no podemos ocupar nuestros escaños y tampoco hemos podido saludar al nuevo presidente, por lo que no queremos críticas sobre el trato institucional", afirmaba José Ignacio Gómez, el portavoz del grupo socialista. El desorden se apoderó el Pazo Provincial desde las 10 y media de la mañana. El salón de plenos quedó diminuto para acoger a todos los presentes. Un espacio acondicionado con unos 25 asientos para público y otros 10 para periodistas,soportó ayer las ansias de unas 150 personas. Concejales, alcaldes, empresarios, cargos orgánicos de partido, militares, jueces o simples pero fieles votantes se apretujaron, incluso en los pasillos, para seguir de cerca el acto. Incluso cuatro de los asistentes sufrieron desmayos.

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Tras el discurso de investidura y la foto de familia (el padre, el hijo, la madre y la nuera), llegó el caos. Todo el mundo quería llegar hasta al nuevo presidente. El padre -más ducho en estos menesteres- tomó la iniciativa y recorrió el salón de plenos, serpenteando obstáculos, evitando a la prensa y saludando a todos. El hijo permaneció inmóvil en la parte noble, atendiendo a los medios. Luego llegó el besamanos. Los fieles seguidores soportaron colas de hasta media hora entre discusiones, tirones y peleas con los medios. "¡Señora, que estamos trabajando!", decía airado un operador de cámara a una fan que quería un beso "do neno" a base de empujones. "¡Aquí estamos todos trabajando!", replicaba otro hombre al reportero gráfico tras arramblar el trípode de una cámara. No le faltaba razón. Buena parte de los congregados eran empleados colocados por Baltar Pumar durante las dos últimas décadas. Por eso ayer, el formal salón de plenos de la Diputación se convirtió en el salón familiar del clan Baltar. Y así seguirá.

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