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Tribuna:La gran filtración
Tribuna
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Irán, Palestina y los déspotas árabes

En la última entrega publicada en este periódico de los documentos Wikileaks, vemos a Netanyahu instando a Estados Unidos a que asuma como propia su idea de que la posibilidad de que Irán consiga armas nucleares no es sólo un peligro para Israel, sino "un acontecimiento que cambiará el mundo". También escuchamos al jefe del siempre expeditivo Mosad proponer a los norteamericanos que emprendan acciones ofensivas "encubiertas" contra Irán.

Una de las cosas que me gustan de Israel es que tanto sus dirigentes como sus ciudadanos hablan muy claro, no emplean eso que los franceses llaman "langue de bois". Los documentos difundidos hoy confirman asimismo que dicen en privado lo mismo que en público: es sabido que la mayoría política de Israel y sus propagandistas llevan unos cuantos años intentando, y en gran medida consiguiendo, centrar la atención en Irán, en detrimento de la persistencia y hasta agravamiento de la tragedia palestina.

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En los primeros días de diciembre, cuando comenzó el "Cablegate", políticos, periodistas y analistas israelíes, y no sólo vinculados al Gobierno de Netanyahu, señalaron alborozados que los documentos Wikileaks prueban que los árabes están más preocupados por la más o menos presunta amenaza nuclear iraní que por la situación real y tangible del pueblo palestino. Así lo escribió, por ejemplo, Ari Shavit en Haaretz el día 3.

"Los documentos secretos difundidos por Wikileaks prueban que los asentamientos, la ocupación e incluso el conflicto israelí-palestino no son el principal problema en Oriente Próximo", escribía Shavit. Y proseguía: "Revelan que todo el mundo árabe está hoy ocupado con un solo problema; Irán, Irán, Irán. Después de todo, es lo que susurran el presidente egipcio, el rey saudí y los emires del Golfo".

El problema de esa interpretación estriba que los documentos aludidos son, precisamente, la versión de diplomáticos estadounidenses de lo que les dijeron dirigentes árabes como el rey saudí Abdulá, el rais egipcio Mubarak y algún que otro jeque del Golfo. Y ninguno de ellos, mire usted por donde, es un modelo de representatividad democrática. En ese sentido, Netanyahu, ganador de las últimas elecciones israelíes, está indudablemente mucho más en sintonía con lo que piensa y siente la mayoría de su gente que esos autócratas árabes.

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Así que lanzar las campanas al vuelo porque Abdulá o Mubarak le cuenten a un diplomático estadounidense que están muy preocupados por Irán puede ser un buen ejercicio propagandístico, pero es un mal negocio para la seguridad del planeta. Es muy probable que el monarca y el rais estén angustiados por la emergencia de Irán como potencia regional, que se consolidaría si adquiriera armas nucleares, pero ¿lo están sus pueblos? Y esa es la cuestión clave. Porque el peligro que nos obliga a todos a desnudarnos en los aeropuertos -la emergencia del islamismo político y su derivada más siniestra, el yihadismo- no procede de los palacios reales y presidenciales del mundo árabe y musulmán, sino de los pueblos de ese universo, hastiados tanto del despotismo y la corrupción de sus regímenes como del doble rasero occidental en Oriente Próximo.

Si nos preocupa la seguridad de nuestras vidas cotidianas en el norte de África, en el Sahel, en Oriente Próximo, en la llamada zona AfPak, en nuestras propias ciudades occidentales, yo no daría demasiada importancia a la coincidencia de Abdulá y Mubarak con Netanyahu. En realidad, los islamistas proclaman que los regímenes árabes no han hecho nada efectivo a favor de sus hermanos palestinos y los denuncian como cómplices objetivos de las políticas israelí y estadounidense. Es un argumento con cierta consistencia que el asunto que nos ocupa no hace sino reforzar.

En resumidas cuentas, si lo que los analistas israelíes nos quieren decir es que, además del tumor primario de la tragedia palestina, hay otros en esa parte del planeta que arranca en Mauritania y se extiende hasta Indonesia, pues no podemos estar más de acuerdo. Es evidente. Ahora bien, si de la inquietud de unos cuantos déspotas árabes por el poderío iraní pretenden deducir que sus pueblos están en esa misma sintonía de onda, la cuestión es mucho más discutible. Insisto, el yihadismo milenarista y terrorista no recluta en los palacios sino entre los pueblos, en esos hogares donde, entre otras cosas, sí, se viven como propios los sufrimientos de los palestinos.

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