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Reportaje:

Un río sin retorno de desolación y riesgo

-Hey, gente! Aquí está el Rambo. Lleva polvo de primera, de puta madre.-Aquí el Tony! La mejor coca de todo el río!

Los machacas se desgañitan en medio del olor dulzón (como de flan de caramelo) tipico de la heroína quemada. Un aroma que impregna el aire de la cabecera del antiguo cauce del Turia, frente al lugar donde està erigida la carpa del Cirque du Soleil. Machaca, es, según el argot de la calle, la manera de referir una figura propia del tráfico de drogas al aire libre. La figura del yonqui que trabaja más o menos como vigilante y "relaciones públicas" para un traficante, y que, cuando se da aglomeración de clientes en una zona copada por camellos, publicita entre los que van a comprar las cualidades del "material" de su jefe. Hay aquí unos diez machacas jóvenes y con buena voz, tantos como camellos reunidos. Camellos africanos, a los que se conoce como "los morenos". Cada uno va a los suyo, con su propio machaca, aunque es cierto que algunos de ellos están asociados. Desde hace unos tres años, estos "morenos" protagonizan parte del menudeo de heroína (polvo) y cocaína de Valencia que se lleva a cabo en espacios a la intemperie. La policía tiene más controlada la venta en las casas (que llevan a cabo camellos nacionales), pero no tanto la venta al aire libre. Estos inmigrantes han visto un hueco de mercado, y lo han copado en el río, donde hay muchos recovecos para esconderse. Tony, Michael, Ecus, Tyson, Rambo, son los nombres por los que se les conoce. Ponen siempre cara de tipos duros, probablemente porque lo son. Han venido de Senegal, Nigeria y Liberia. Algunos machacas cuentan que sus jefes han llegado hasta España con las mismas mafias que las inmigrantes africanas que se prostituyen en la calle en el Puerto de Valencia. Otros dicen también que los traficantes de Liberia, cuando estaban allí, servían como soldados para los"señores de la guerra" que tantas carnicerías bélicas han propiciado en aquel país. Si fuera así, esta venta de droga y sus riesgos debe resultarles una ocupación humorística.

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Se comportan como capataces supremos en este descampado inmediato al término de Mislata, en medio de tierra, árboles y maleza. Un recodo del camino que lleva al Puente Nou d'Octubre, y que desemboca en el principio del subsuelo que componen las entrañas secas de este viejo cauce que tanto hace ya que no lleva agua. Un cauce de casi nueve kilómetros que horada de parte a parte la capital, y en el que, por la mañana o la tarde, los deportistas hacen flexiones, los adolescentes coquetean en sus jardines y los matrimonios pasean al perro. Pero que, de noche, alberga en distintos puntos a los seres humanos que ni el día ni la ciudad reconocen o quieren. A los que asumen ocultarse, buscarse la vida o la muerte, fuera de la vida.

El aroma del lugar proviene de los abundantes chinos (dosis de heroína cuyo humo se inhala después de que calentar la droga sobre papel de plata) que se están consumiéndo. Los aspiran muchos toxicòmanos. Hoy, como cada noche, hay unos setenta yonquis revoloteando a la vez. Aún no son las doce de la noche, pero en cuanto se va el sol, ya se acercan a comprar su ración. Como no hay iluminación aquí, se alumbran con pequeñas linternas para consumir la droga. Se la inyectan. La fuman. La inhalan. La mezclan con coca. O con calmantes como los tranquimazín (los tranquis). O con las dos cosas. Todo se vende en el río. También las chutas (las jeringuillas, a cien pesetas, aunque algunos toxicómanos no las compran, sino que recogen del suelo las usadas), la plata (papel de aluminio, a 25 pesetas el pedazo), los tranquis (a cien pesetas la unidad) el tabaco (a 25 pesetas el cigarrillo) o la cerveza para regar los tranquis (a cien pesetas la lata). "Los morenos" sólo venden droga. El resto lo hace toxicómanos locales.

Los drogadictos van y vienen contínuamente. En coche, en moto, en bicicleta, a pie."Pueden llegar a pasar cientos de yonquis, al cabo de la noche. De Valencia, de muchos pueblos. Ciertamente, por la mañana, pueden pillar (comprar) droga a otros "morenos" cerca de allí -en la huerta de Campanar-, pero prefieren la noche del cauce. "Es más para enteraos", dice Javier, treintañero, cliente de la zona. Esta heroína es turca, color marrón, y, según los machacas, llega de Madrid. Su precio al público es muy asequible. Un cuarto de gramo, mil pesetas. Medio, dos mil. Y la oferta de hoy (cada tiempo hay una), tres medios gramos, cinco mil. Fuera del río, está más cara, a seis mil el gramo. "La turca es buena para fumarla, porque corre muy bien", explica Javier. Se refiere a que se desliza con fluidez sobre el papel de plata al calentarla. Y si no, "los morenos" la mezclan con glucosa, que ayuda. O con Cola-Cao.

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La cocaína, que también proviene de Madrid, o eso se dice en el río, la venden al mismo precio que el caballo. O sea, mucho más barata que en las discotecas. Hoy, cuando es escasa en la calle y el gramo en ella se está llegando a pagar a doce mil pesetas, los camellos del cauce, por ese precio, ofrecen el triple de cantidad. O más, si esa semana hay oferta. "Y te sube de la hostia", insiste María, veinteañera, amiga de "los morenos".

Con esta aparente baratura, ¿de dónde salen las ganancias ? "Hombre, es que venden mucha al cabo de la noche", apunta Juan, de poco más de 20 años, que ha ejercido de traficante para algunos "morenos". "Aquí vienen a pillar coca los que la toman en base, y esa gente, si fuera más cara, no podrían comprarla". La coca-base es una solución de cocaína a la que se llega calentando la droga hasta que se convierte en pasta (este proceso se llama cocinar la droga), y volviéndo después a calentar el resultado para aspirar su humo. Sus efectos son brutales, muy efímeros... y extremadamente adictivos.

Como en el proceso de cocinar la droga, se pierde bastante cantidad de cocaína, el comprador, que pronto se convierte en yonqui, necesita de un precio asequible para calmar su exigencia. Es el precio que encuentra en el río.

Además de esto, muchos clientes agradecen a "los morenos" que les dejen inhalar o inyectarse la droga en el lugar, porque, en cambio, los camellos que trafican en casas, no acostumbran a permitirles el consumo in situ.

Zona de sueño.

Ya a las tres de la madrugada, cuando la oscuridad en la zona es impenetrable, estos "morenos" acostumbran a retirarse, o bien a trasladarse al interior del cauce para seguir vendiendo allí. Para llegar a una nueva zona "de venta" desde la cabecera, uno debe atravesar la llamada "zona de sueño" del antiguo lecho fluvial, zona que empieza en el puente de Campanar, y se alarga hasta el puente de San José, en las espaldas del mismo centro histórico. A veces se vende heroína en los alrededores de la comisaría de Policía Local que destaca en medio del río, cerca de Campanar, y que no alberga agentes por la noche (aunque algunas patrullas en coche recorren eventualmente el cauce), pero este espacio sirve sobre todo para que duerman los "sin techo" que mendigan en Valencia. Duermen bajo los puentes, o en bancos, o en una especie de nichos que aparecen horadados en las paredes del cauce.

Antes había muchos durmiendo. Ahora hay muy pocos. Aparte de presiones policiales que les han hecho abandonar la zona, "en los últimos tiempos han sufrido muchos robos y atracos", explica Máximo, miembro de la asociación cristiana La sal de la Tierra, que ayuda a los toxicómanos y abandonados del río.

De estos incidentes (que a veces han acabado con muertes), los "sin techo" culpan a los "jais", inmigrantes argelinos, muchos adictos a la coca base. A "los morenos" no les gustan los "jais", pero los utilizan para conseguir hachís, ya que algunos "jais" trafican. "Los morenos" se lo cambian por coca. El hachís es para su consumo personal. Es moda entre ellos fumarlo mezclado con coca y caballo mientras esperan clientes.

Los esperan ahora entre el puente de San José y el de Serranos, donde se juntan los camellos que se han acercado desde la cabecera del río con otros que se sitúan aquí directamente desde el principio de la noche. Forman pequeños grupos, de cuatro, de cinco. Como el Ayuntamiento está iluminando cada vez más zonas del río, "los morenos" han de ir dispersándose para huir de la luz... y evitar el riesgo claro de redada, porque la policía interviene sobre todo cuando se da una aglomeración demasiado escandalosa de traficantes y clientes.

Aquí los "morenos" no están acompañados de machacas. El negocio, en esta parte, no es tan bueno como en la cabecera del cauce, y es mejor no repartir nada con nadie. Son ellos mismos los que gritan al yonqui, "eh, tú, yo, polvo, yo coca mu fuerte, mu uena". "Aquí se gana menos, pero muchos recogen ahora hasta 300.000 pesetas en una noche", asegura un antiguo machaca que trabajó para ellos hace dos años, cuando esta zona era casi más boyante que la de cabecera.

Los traficantes no consienten el pago en moneda. Quieren billetes, porque el peso de monedas dificulta la carrera, en caso de que deban huir. "Corren mucho, yo los he visto meterse hasta por las alcantarillas del suelo del río, aunque ahora ya no, porque tienen las tapas cerradas con cadenas". "No les gustan los líos, si los yonquis se pelean, ellos los separan...o los callan del todo", explica. "Sólo hay un par de africanos en Valencia que venden grandes cantidades, los otros les pillan a ellos".

Las novias de la droga

"Los morenos" comparten pisos en grupos de cuatro o cinco, "en avenidas como Blasco Ibáñez o Guillem de Castro", dice María, la joven amiga de los traficantes de la cabecera del río, "pero ahí no tienen la droga, la guardan en otros pisos, y las novias les van trayendo pequeñas cantidades desde allí hasta aquí, en coche o moto, según se les termina la que venden".Unas novias, muchas de ellas yonquis, con las que, si pueden, "se casan para conseguir la nacionalidad española". Cuando ellas traen la droga, ellos se la introducen por el recto en una bolsa cerrada que contiene las dosis divididas en bolsitas. Visten con pantalones muy anchos, al estilo hip-hop y, cuando viene el cliente, se meten la mano por detrás del pantalón, sacan la bolsa del ano, la abren, le dan lo suyo, la cierran, y se la vuelven a introducir. El comprador, si no se toma la droga allí, se mete en la boca su bolsita (para tragársela si viene la policía), y se esfuma.

Se ven en el río muchos tipos de yonquis. Algunos imprevisibles, como una mujer embarazada de siete meses o una jovencita vestida de Dolce & Gabanna. Dos travestís y unas prostitutas muy jóvenes hablan con ciertos "morenos" y les brindan carne a cambio de "material". No aceptan. Son ya las cinco de la mañana, y van a trasladarse del río al barrio chino de la ciudad, a ver si pueden seguir vendiendo allí, porque aquí la clientela ya escasea. Hay algún traficante que, antes de irse, le ofrece él mismo droga-a-cambio-de-sexo a una chica que le ronda. Ella no acepta. Está con su novio, quien se ofende. "¿Esta gente se piensa que está en la selva o qué?", refunfuña."Es que esto debe ser como la selva", le contesta ella. Y suben de la mano hacia la superficie, hasta mañana por la noche.

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