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Columna
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Hacer cumplir la ley

En el reino de la naturaleza no existe la libertad. Existen el azar y la necesidad, pero no la libertad. La libertad únicamente existe en las sociedades humanas y existe porque nos ponemos límites a nosotros mismos para hacer posible la convivencia. El límite es el elemento constitutivo de la libertad. Nuestra convivencia descansa en el reconocimiento y garantía de la autonomía personal con el límite de la voluntad general, de la ley. Sin la restricción de la autonomía personal mediante el límite de la voluntad general la convivencia humana sería sencillamente imposible.

Obviamente, los límites tienen que ser aprobados democráticamente, es decir, por los propios destinatarios de los mismos a través de la fórmula de gobierno constitucionalmente prevista. Pero los límites son límites, aunque se impongan democráticamente. Más aún: la convivencia en una sociedad democráticamente constituida exige más límites que los que se imponen en una sociedad que no lo está. Cuanto más densa es la trama de la convivencia humana, tanto más necesaria es la presencia de normas que la regulen. Piénsese simplemente en los sistemas tributarios de todos los países democráticos frente a los sistemas tributarios o, por mejor decir, la inexistencia prácticamente de sistemas tributarios en los países no democráticos. Pagar impuestos es una muy importante restricción de la autonomía personal. Por eso se configura como deber constitucional. Pero, ¿consideraría alguien que son más libres los ciudadanos de los países que carecen de un sistema tributario digno de tal nombre que los de los países que disponen de un tal sistema?

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El límite que se ha impuesto con la entrada en vigor de la popularmente conocida como ley antitabaco es un límite más, uno de los muchos límites que se incorporan permanentemente a la convivencia. Es un límite, además, que, por el momento, únicamente se está incorporando a la convivencia en los países democráticamente constituidos. En los países no democráticos no se está imponiendo esa prohibición. Estamos en compañía de Francia, de Alemania, Estados Unidos... No es mala compañía.

Por supuesto que se puede estar en desacuerdo con la ley. Pero tras el debate que ha habido en el proceso de aprobación de la misma, del que queda constancia en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, en el que casi por unanimidad se explicó y justificó la necesidad de su entrada en vigor y tras los estudios comparados en la materia, creo que son quienes están en contra de la ley los que tendrían que ofrecer una explicación y justificación similar en sentido contrario. Latiguillos como recuperación de un espíritu inquisitorial o propósitos liberticidas y lindezas por el estilo es una confesión palmaria de que no se dispone de auténticos argumentos.

En todo caso, mientras la ley no sea modificada o derogada, tiene que ser cumplida. Voluntariamente, como está ocurriendo de manera generaliza, o mediante el ejercicio de la autoridad, como ha habido que hacer con quienes se han rebelado contra el cumplimiento de la norma, como ha ocurrido en algunos bares y restaurantes de algunos municipios españoles, entre los que ha alcanzado notoriedad el de un asador de Marbella.

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Afortunadamente, parece que se impone la cordura y que tras los desahogos verbales, jaleados por algunos palmeros con alguna complicidad política y mediática, el incidente va a quedar como una anécdota sin importancia en la aplicación de una norma que supone un cambio importante en la organización de la convivencia. Dentro de muy poco tiempo la ley antitabaco habrá dejado de ser polémica, entre otras cosas, porque sus resultados serán visibles.

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