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Reportaje:

Cataluña, cada vez más secular

La sociedad se aleja del catolicismo y se inclina por las ceremonias civiles

Misa de domingo en la parroquia de Sant Oleguer. El órgano cubre el vacío de las doce y media en la cita más concurrida de esta iglesia de barrio de Barcelona. "No hay poca gente, seguimos viniendo los de siempre", defiende un devoto. Los fieles han envejecido juntos, pero en la sala no habrá quien los releve. De la treintena de asistentes, apenas cuatro aparentan cierta juventud. Dos de ellos, niños.

La escena sigue la senda que esbozan las estadísticas: Cataluña se seculariza. Los catalanes se desvinculan de un catolicismo que ya no es mayoritario ante una sociedad laica.

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"El monopolio de la Iglesia se acabó. Y no volverá", asegura el director del Instituto de Sociología de la Religión, Joan Estruch. De las 30.970 bodas celebradas en el territorio en 2006, el 62,6% fueron civiles. Una cifra puntera en España, donde los matrimonios al margen de la Iglesia se quedan en el 44%. El dato incide en la brecha abierta en 2004, primer año en que las bodas civiles superaron a las eclesiásticas.

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Las razones parten de una sociedad con anhelos de liberarse del velo católico que, décadas atrás, lo empapaba todo. "Cataluña constituye una de las regiones más secularizadas de Europa. Los católicos deben adaptarse a una situación de minoría", expone el sociólogo Salvador Cardús, quien opina que la nostalgia de otros tiempos ha propiciado el ascenso de grupos radicales que evidencian el deterioro del poder episcopal. "Con la pérdida de fuerza social, la Iglesia ha dado más protagonismo a estos colectivos", esgrime Cardús. Se refiere a plataformas agitadoras procatólicas como E-cristians, creada en 2001. Mientras estos católicos reivindican su dogma a golpe de pancarta, la influencia de su doctrina cae a ritmo vertiginoso. "Por eso queremos corregir la ausencia de lo cristiano en la vida pública", sostiene Miró Ardèvol, fundador de esta asociación que señala, en un reciente estudio, que sólo el 6% de los jóvenes de entre 13 y 18 años son católicos. De ahí la necesidad de "salvar las raíces cristianas, que son la base del país", explica Ardèvol. Para ilustrarlo, expone la teoría del pesebre: "No todo el que lo tiene en casa va a misa o es creyente", asegura. Estruch sospecha que el belén de E-cristians esconde una trinchera más compleja. "Lo venden como una pérdida de las esencias, cuando es un proceso imparable de normalización social", corrige.

María José Fuentes, de 33 años, aún se acuerda de cuando colocaba con cuidado los camellos, bien alejados del caganer. "Hace muchos años, luego te vas desengañando", explica. Por eso bautizó a Marina, su hija, sin Dios de por medio. "Queríamos festejar su nacimiento aunque no seamos católicos", dice. Y celebró un bautizo civil, igual que hizo después con su hijo Gabriel, en el Ayuntamiento de Igualada, donde reside. "Se trata de dar la bienvenida al recién nacido como ciudadano", explican en el consistorio igualadino. "Y se llama acogimiento civil", insisten sobre esta ceremonia que inventaron en 2004. Entonces, la Conferencia Episcopal reaccionó en contra como si de intrusismo se tratara. "El bautizo civil es una estupidez radical", dijo el arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares. En Igualada, para evitar problemas, cambiaron bautismo por acogimiento. Y el arzobispo Cañizares moderó sus embates: "Acogimiento civil, una estupidez".

El rifirrafe evidencia la pujanza de los ritos no católicos (ahora se celebran acogimientos o bautizos civiles en distintos puntos de España) y la resistencia de algunos ante la pérdida de influencia que implican. El primer factor es clave para ilustrar una sociedad que se separa del cristianismo; el segundo, para entender un sector católico que huye de sus autoridades. "La actitud agresiva de los obispos se lleva mucho mérito en el ateísmo actual", asegura Jaume Botey, portavoz de la entidad Cristianos por el Socialismo. "Quieren conservar su poder a toda costa. Pero no pueden poner puertas al viento", esgrime. Botey, católico con muchas horas de vuelo, ve necesario el desplome eclesiástico. "Demuestra una madurez social muy positiva", explica. Una mayoría de edad que, insiste, también debe afrontar la Iglesia. "Necesita purificarse, convertirse en un grupo que cree y no que impone. Un espacio de los propios creyentes y no una esfera social obligada". Estruch coincide en detectar este catolicismo hastiado, difuso. "Son los cristianos que dicen: ya se lo harán ellos", exclama.

La merma de influencia se constata hasta en las declaraciones de renta. La casilla eclesiástica ha pasado del 17,1% de 2001 al 12% en 2006. Bautizos, primeras comuniones y confirmaciones van en retroceso. Y el porcentaje de bebés que ingresan en el cristianismo pasó del 54% en 2001 al 37,8% en 2005. En seis años, los seminaristas catalanes han pasado de 152 a 106. "El catolicismo en España era sociólogico, no espiritual", razona Botey. Por eso, muchos jóvenes excluyen la religión católica de su cultura cotidiana. "Y no se sienten desarraigados", señala Estruch, "porque nunca han sentido la cultura cristiana".

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