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Reportaje:LA FIESTA DE LA ROSA Y EL LIBRO

La misa del tripartito

El Gobierno de izquierdas continúa la tradición pujolista de iniciar el Día de Sant Jordi con un acto litúrgico católico

Francesc Valls

Sant Jordi ha servido para medir la fe del Gobierno tripartito. Finalmente, después de amagos heréticos y paganos por parte de algunos consejeros y de debates en el seno del Ejecutivo, hubo misa católica en el Palau de la Generalitat. Ayer, la tradición sostenida a lo largo de 23 años de pujolismo decayó en cuanto al fervor -hubo pocos comulgantes-, pero logró sobrevivir al primer año de un Gobierno que encarna, al menos sobre la letra, a los tres grandes enemigos del alma aznariana: independentismo, socialismo y comunismo.

Con todo, nadie hubiera dicho ayer que algo de esa ponzoña pecaminosa anidara en esos consejeros y destacados dirigentes de los partidos del bloque gubernamental que acudían a la misa en la capilla de Sant Jordi, con la excepción de Iniciativa per Catalunya-Esquerra Unida i Alternativa.

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Con la democracia, la izquierda mayoritaria catalana parece apuntarse a la solidez de lo consuetudinario. Bajo el pretexto de preservar la tradición, el GEC, el Govern d'Esquerres i Catalanista, ha decidido conservar la misa católica. Por gracia del tripartito, lo que en un Estado democrático es una manifestación de fe pasó a ser ayer el acto protocolario que daba el pistoletazo de salida a la Diada de Sant Jordi. La Cataluña multicultural, la Barcelona del Fòrum 2004, inició el 23 de abril con su Gobierno de izquierdas en una misa de rito católico. Mientras, para los ciudadanos de otras confesiones o descreídos quedaba la posibilidad de asistir a la chocolatada o de vender rosas como hacía ayer alguna entidad islámica en el Palau. También cabía esperar pacientemente a que acabara la ceremonia religiosa católica en el Pati dels Tarongers, como el venerable Lama Jamyang Tashi Dorje y su acompañante, que respondía al más pragmático nombre de Andreu. Ambos, monjes del monasterio budista del Garraf, habían sido convocados por error a las nueve de la mañana en el Palau. Esa no era una buena hora para que los budistas catalanes anduviesen por ahí. Era el momento de inicio de la tradicional celebración católica, que batió récords de inasistencia de consejeros, al contrario de lo que sucedía bajo la égida pujolista. Un destacado convergente aseguraba a la salida: "Hemos estado más anchos que nunca en la capilla". Los miembros del Gobierno que participaron de la celebración eucarística fueron los socialistas Antoni Castells, Antoni Siurana, Joaquim Nadal, Marina Geli y Caterina Mieras, encabezados por el presidente Pasqual Maragall. La representación de Esquerra la portaban en solitario el presidente del Parlament, Ernest Benach, y el diputado Josep Huguet. Los mandos militares, policiales y la delegada del Gobierno central, Susanna Bouis, tuvieron una asistencia a la altura de lo esperado. Tampoco defraudó la delegación de CiU, que contó con Jordi Pujol, Artur Mas y Felip Puig y los democristianos Joan Rigol y Josep Antoni Duran.

¿Y la primera dama? Diana Garrigosa sí rompió la tradición y no asistió a la misa. Ella ofreció la imagen insólita del día: la de la esposa de un presidente de la Generalitat contemplando desde el exterior de la capilla la salida de la misa del Dia de Sant Jordi. Garrigosa opina que entre el totalitario papa Gregorio XVI y el razonable Lammenais hay que optar por la coherencia ciudadana y cristiana del redactor del L'Avenir. Ella misma confesó que la decisión de no asistir a la misa la tomó después leer un artículo de Gregorio Peces-Barba en EL PAÍS, en el que este socialista histórico apostaba por mantener el máximo respeto entre el Estado y la Iglesia católica. Y eso pasa, como apuntaba el propio Peces-Barba, por denunciar los Acuerdos suscritos entre el Estado español y la Santa Sede.

Mientras Diana Garrigosa razonaba en la línea de poner fin a ese maridaje propio de otras épocas y los monjes budistas aguardaban en el patio, dentro de la capilla y ante los políticos devotos, el cardenal arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, aprovechaba la ocasión para leer la cartilla a las autoridades. "En esta sociedad laica y pluralista, no tenemos ninguna ansia de poder; acogemos con toda sinceridad la separación entre la Iglesia y el poder político; no tenemos nostalgia de privilegios ni de poderes que, si en el pasado tuvieron una función social, ahora no son necesarios", dijo Carles en la homilía. El cardenal no abundó más en esa "función social" de los poderes y privilegios eclesiales, pero quiso recordar que no hay que confundir "laicidad con laicismo". Y ahí, su Ilustrísima fue más claro: "La separación de poderes no puede convertirse en antagonismo; la autonomía de la política con respecto a la religión -como nos enseña el concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución Gaudium et Spes- no creemos que se deba convertir en una política de marginación de la religión en la vida social y en la vida pública, como si la fe fuese únicamente una cuestión privada sin ninguna manifestación pública y social, cosa que atentaría contra el principio de libertad religiosa". Pero Carles puede estar tranquilo. De momento, nada parece augurar separaciones, por lo menos este año. Y para avalarlo ahí está ese retrato de la devota familia tripartita en el interior de la capilla de Sant Jordi.

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