La crueldad no es una fiesta
El adjetivo castellano cruel viene del latín crudelis, que a su vez procede de cruor (sangre derramada). Crudelis es el sanguinario, el que hiere hasta verter sangre, o el que se complace viendo cómo la sangre brota de las heridas. En este sentido literal de la palabra, eran crueles los espectadores del circo romano, que se complacían viendo derramarse la sangre de animales y gladiadores. También eran crueles las posteriores torturas, quemas y ejecuciones públicas de brujas y herejes y enemigos, y las peleas de gallos, perros y osos, así como los destripamientos de toros arrojados al campo del Moro desde el alcázar de Madrid y las diversas torturas a pie y a caballo de los toros en toda Europa, hasta su abolición por la Ilustración. ¡Qué asco y qué indignación moral produce toda esta sórdida tradición de sufrimiento inútil y de sensibilidad encallecida! La crueldad no es una fiesta, sino un horror; un horror con el que podemos y debemos acabar.
¡Qué asco, qué indignación moral produce toda esta sórdida tradición de sufrimiento inútil!
Los amigos de la libertad siempre hemos estado en contra del abuso, el maltrato y la tortura de criaturas inocentes. En ningún país con tradición liberal se ha hecho de la crueldad y la tortura pública un espectáculo festivo. Ya los antiguos atenienses, fundadores de la democracia, se mantuvieron al margen de los espectáculos sangrientos de la plebe romana. Hay que reivindicar la inteligencia, la decencia y la compasión frente a la chabacanería y el encarnizamiento de los crueles y los violentos.
La corrida de toros es una lacra cultural que ya ha sido abolida en casi todas partes. Cada vez más españoles (y, desde luego, la gran mayoría de catalanes, según todas las encuestas) nos sentimos avergonzados y embarazados por la pervivencia entre nosotros de esta anacrónica bolsa de crueldad. En el siglo XXI hay mil posibilidades de entretenerse sin torturar a nadie. Espero que las divisas, garrochas, banderillas y espadas de la tauromaquia ya pronto solo sean visibles en los museos de la tortura y la inquisición.
Afortunadamente, la España negra, un mundo sórdido, oscuro e irracional de violencia y crueldad, habitado por chulos, toreros, verdugos, borrachos e inquisidores, ha entrado en decadencia irremediable. El debate está servido, y solo tiene una salida previsible: la abolición de las corridas de toros, y la transformación de las dehesas ganaderas en parques naturales. Alguien tiene que dar el primer paso y ojalá lo den los diputados del Parlament de Cataluña. Los demás seguirán enseguida. En definitiva, lo que se plantea no es un debate de campanario, sino una decisión en torno a valores universales.
Jesús Mosterín es profesor de investigación en el CSIC.
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