_
_
_
_
_

Raúl, ciudadano feliz

Liberado de la presión y de las obligaciones del Madrid, el delantero español del Schalke disfruta del respeto de los aficionados y de la vida cotidiana en Alemania

El ciudadano Raúl, como cualquier otro, recoge con una pala la nieve de la acera frente a su casa, un lujoso chalé en el barrio Ober Kassel de Düsseldorf, cerca del centro de la ciudad. La ley alemana le obliga a limpiar su zona para evitar accidentes y él lo cuenta como algo divertido: "Es un país organizado, estructurado, con personas muy educadas". A Raúl le gusta entrenarse por las mañanas en el Park Stadion, a unos 500 metros del Veltins Arena, para disfrutar de la tarde con sus cinco hijos. Una libertad vetada en 15 años de símbolo del Real Madrid. Ahora puede ir a comer fuera con su esposa, echarse una siesta o ir a ver jugar al fútbol a algunos de sus hijos en el colegio. Nadie le sigue. Ha descubierto nuevas aficiones, como el hockey sobre hielo, y en el otoño se le vio en un festival de jazz en Leverkusen. Otro día acudió a escuchar en esa misma ciudad al guitarrista Paco de Lucía, dos mitos de la cultura popular española juntos.

Más información
La última picardía de Raúl
"Nunca subestimes a Raúl"
"Raúl no se cansa de competir"

Su barrio, a media hora de Gelsenkirchen, donde juega el Schalke, es el más rico de Düsseldorf: elegantes casonas volcadas sobre el río Rin. "Es un pedazo de casa que no veas", dice uno de sus compañeros. A los 33 años, es la primera vez que Raúl sale fuera. Siente el cariño de la gente trabajadora de la cuenca minera del Ruhr, la base de la hinchada del Schalke, la mayor región industrial de Europa. Es una especie de vuelta a sus orígenes, cuando su padre, Pedro, electricista, le llevaba con su Simca 1.200 al entrenamiento de los infantiles del Atlético de Madrid.

Bernard, de 21 años, ha venido desde Bonn al partido de la Champions frente al Valencia luciendo la camiseta azul y el número 7 de Raúl, el dorsal fetiche del punta madrileño desde los alevines del San Cristóbal de los Ángeles. Lo de Aylin, de 16, tiene más mérito. Procedente de Stuttgart, a 400 kilómetros de Gelsenkirchen, la chica se planta a la mañana siguiente con una zamarra de manga corta de su ídolo. Tiembla de frío y se mueve nerviosa por si aparece Raúl en el restaurante del club, donde los jugadores suelen pasarse a saludar. Sin suerte. Con el privilegio de los mayores de 30 años, Raúl se ha refugiado en el gimnasio y se ha marchado a recoger un coche nuevo, un premio tras clasificarse para los cuartos de final europeos.

La noche anterior, tras el partido, Raúl se abrazó a José Manuel Chaves y le dijo: "¡Dos partidos más, dos partidos más!". Estaba eufórico por alargar su idilio con la Champions, en la que ha jugado más que nadie: 140. Chaves es un emigrante español con más de 45 años en Alemania. Trabajó de minero y ahora, ya jubilado, disfruta de la presencia de sus compatriotas. "Mi padre me ha hablado de los emigrantes que vinieron a Suiza y Alemania en los años cincuenta y sesenta. Él ha sido y es un currante al que nadie le ha regalado nada", escribió Raúl en su diario el 6 de diciembre de 1995, según recogieron posteriormente los periodistas Luis Villarrejo y Carlos Bonelli en el libro Raúl, el futuro.

Tres de cada cuatro hinchas del Schalke llevan la camiseta del Rey Azul. "Un día fui a dar una vuelta con él y su familia", recuerda Escudero, uno de los tres españoles del equipo, el otro es Jurado, "y me chocó cómo la gente le pedía respetuosamente si podía hacerse una foto con él. En España habría sido una avalancha".

Gelsenkirchen es una ciudad fantasmal y sin referencias emocionales al equipo de sus afueras. El Schalke es un club orgulloso de sus tradiciones, de la musculatura de los patrocinadores (entre ellos, Gazprom, el gigante ruso del gas) y de la hinchada más apasionada de Alemania. También, de las tuberías del estadio, que abastecen de cerveza las gargantas de 50.000 espectadores. Allí el fútbol, como en el norte de Inglaterra, es casi lo único: una religión. Unos 3.000 seguidores en cada desplazamiento. Cuando el Schalke eliminó al Valencia, un grito espontáneo y compacto atronó en el Veltins Arena: "¡Raúl, Raúl, Raúl!". Agradecido, él fue a dedicarles el triunfo, aplaudiéndoles tal y como había hecho una semana antes en las semifinales de Copa en el Allianz Arena, ante el Bayern. Le fascina el ambiente de los estadios en una Liga emergente con la mayor afluencia de Europa.

El 7 sigue llegando el primero a los entrenamientos y marchándose el último, una costumbre que ya tenía en el Bernabéu. Entre una de sus múltiples rarezas, el entrenador, Felix Magath, no avisa hasta la víspera de cuándo será la práctica de la mañana siguiente. Y a Raúl le gusta el silencio de las sesiones pese a que pueda haber numerosos seguidores. El campo de entrenamiento es un lugar inhóspito, una hondonada rodeada por colinas de piedras, y golpeado por un viento del infierno.

En la pretemporada, los entrenamientos fueron inhumanos. Raúl llegaba triturado a su casa. Ni siquiera con Fabio Capello había soportado prácticas semejantes. En los dos años y medio de Magath al frente del Bayern, el vicepresidente, Karl-Heinz Rummenigge, se hartó y dijo: "La próxima vez que saque un balón medicinal, lo echo". Pasada la tortura, el 7 está finísimo. Escurridizo como siempre, el sábado se escondió tras el portero del Eintracht y le robó la cartera antes de ser su víctima en un penalti que transformó Jurado. El millonario Raúl conserva la pillería de la calle.

Metzelder ha sido su cicerone perfecto, una especie de Sancho Panza de 1,90 metros dispuesto a ayudarle siempre. Su otro referente en el vestuario es el portero Neuer, capitán e institución en un club al que entró con cuatro años. Un equivalente a lo que él fue tanto tiempo en el Madrid. De ahí el respeto mutuo. Pero con la ventaja de no tener que estar en las discusiones a las que se ve abocado el capitán. De eso también se ha librado. Por primera vez en su carrera, el 7 juega con la camiseta por fuera del pantalón, una metáfora más de su estado de ánimo.

Eso no evita que siga tirando del equipo y echando una mano a los más jóvenes, según cuenta Escudero, de 21 años. "Están encantados con él", confirma Thomas Spiegel, un empleado que recuerda el entusiasmo del centrocampista Baumjohann cuando vio al 7 a su lado: "Hace unos días lo tenía en la PlayStation y ahora está aquí a mi lado en el vestuario". "Los jóvenes miran cómo se viste y qué dice. Cuando habla, todos se callan y esperan la traducción de Metzelder", añade Spiegel. Raúl, en suma, reproduce el comportamiento que algunos de los veteranos del Madrid tuvieron con él en sus primeros años en Chamartín. Butragueño le invitó a comer a su casa aun sabiendo que iba a ser su sucesor. "¡Vaya casa que tiene El Buitre! Son dos chalets y una finca impresionante en Torrelodones. Me pregunto si algún día seré capaz de tener un sitio así para vivir", escribió en su diario el 7 de noviembre de 1994.

"Schüss [adiós]", dice Raúl a modo de despedida y sonríe por la sonoridad de la palabra y porque es de las pocas que ha aprendido en alemán. Aunque la frase que más ha escuchado desde que llegó en el verano es otra: "Danke fürs kommen [gracias por haber venido]". Las clases de alemán, un par de horas a la semana en el club, son una invitación a la risa. Se juntan los tres españoles, el brasileño Edu y el ghanés Kofi Annan [sobrino del ex secretario general de la ONU] y las carcajadas se disparan. "Ninguno tenemos ni idea", reconoce Escudero. Las lecciones tácticas son inglés.

"Es la primera vez que tenemos una estrella mundial entre nosotros. Eso nos impresionó a todos", admite Spiegel; "pensamos que, a los 33 años, ya había pasado su mejor estado físico, pero se recuperó y está a su mejor nivel. Y ahora nos preguntamos: si lo ha ganado todo, ¿por qué corre de esa manera? Preferimos este tipo de jugadores trabajadores como él o Roy Keane".

Raúl siempre odió quedarse en el banquillo, de ahí que para convencerle Magath le ofreciera un puesto en la alineación cuando almorzaron en julio en un restaurante de Madrid, con Metzelder de puente, puesto que el entrenador alemán, pese a ser hijo de un militar puertorriqueño, no habla castellano. La respuesta de Raúl ha sido contundente: goleador indiscutible del equipo con 11 tantos en la Liga, tres en la Champions y uno en la Copa.

La figura de Magath, sin embargo, se ha ido debilitando en los últimos meses. "Magath, raus [fuera]". El Veltins Arena le recuerda que no le quiere. No le perdona que se cargara al empleado encargado de relacionarse con la hinchada, una figura muy popular en la Bundesliga. No quiere su poder absolutista: entrenador, director deportivo y jefe de la directiva. Tampoco le tienen aprecio la mayoría de los jugadores. Él los trata con desdén, salvo a Raúl y Neuer, a los que considera en su mismo plano. Si no siguiera Magath, la grada se pregunta qué pasaría con Raúl. "Quiero cumplir mi contrato [otro año más] y disfrutar", responde. Ni siquiera le disuade la posibilidad de quedarse fuera de Europa la próxima campaña. "Ya estuve un año con Capello sin Europa y no fue nada grave".

Hace 19 años, en una especie de premonición, Raúl apuntó en su diario: "Tengo que seguir divirtiéndome al jugar aunque cambie de club y de ambiente. Es un juramento que me hice". Y ahí sigue, casi dos décadas después, sin querer que nadie le regale nada. Ni siquiera entrenar algún día a las categorías inferiores del Madrid. "Para eso hay que educarse, hay que formarse", replicó en una entrevista en la revista Kicker.

A sus amigos no les extrañaría que se quedara a vivir en Alemania. Sus hijos van a aprender idiomas y culturas diversas en el colegio internacional de Düsseldorf que frecuentan. Y él ha descubierto un mundo que le gusta: el del ciudadano casi anónimo con la obligación de sacar la pala para retirar la nieve de la acera frente a su casa.

Aficionados del Schalke, en las inmediaciones del Veltins Arena de Gelsenkirchen.
Aficionados del Schalke, en las inmediaciones del Veltins Arena de Gelsenkirchen.ALEJANDRO RUESGA
Unos espectadores exhiben una bufanda con la imagen de Raúl en el partido con el Valencia.
Unos espectadores exhiben una bufanda con la imagen de Raúl en el partido con el Valencia.ALEJANDRO RUESGA
Raúl, durante un calentamiento previo al encuentro entre el Schalke y el Valencia.
Raúl, durante un calentamiento previo al encuentro entre el Schalke y el Valencia.ALEJANDRO RUESGA

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_