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Reportaje:TENIS | Roland Garros

Contra el arco de Robin

Nadal aguarda a Soderling pendiente de su poderoso juego y de la lluvia

El hombre necesita ayuda del niño. Mientras va descontando los partidos que le citan hoy (15.00, TVE-1) en la final de Roland Garros contra el sueco Robin Soderling, Rafael Nadal decide colgar en su Facebook una sorprendente foto: un chaval melenudo con los brazos extendidos y una camiseta sin mangas se deja fotografiar en la pista Philippe Chatrier, vacía. "Hay que recuperar el espíritu de hace cuatro años", dice como toda explicación el número dos mundial, que busca su séptimo título del Grand Slam, volver a ser el uno y extender su racha de 21 victorias sobre tierra precisamente ante su último verdugo. Soderling es un ladrón de tiempo.

Soderling pega tan fuerte y tan rápido que no deja que nadie le coja el pulso al partido. Soderling está en su segunda final de Roland Garros consecutiva, ha eliminado al suizo Roger Federer, aún el uno, y tiene armas para sentir, ahí es nada, que puede ser el dueño del partido. He aquí sus razones.

"Tiene unos brazos muy largos. Mete palos desde cualquier lado", advierte el español
"A Rafa le conviene una pista rápida porque su bola es más explosiva", dice Gilbert
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El número siete mide 193 centímetros y pesa 87 kilos. Tanto músculo le permite jugar con una raqueta que pesa 390 gramos, una barbaridad. Tanta potencia le obligaba a competir con capas y capas de cintas pegadas en la base de su arma en busca del equilibrio. Y tanta energía le llevó a buscar un mango diseñado a medida para su mano por una empresa a la que le dijeron que lograr una raqueta al gusto del sueco era "misión imposible". "Cuando no está en forma", dice Magnus Norman, su técnico y ex número dos, "es malo que use esa raqueta extremadamente pesada. Pero cuando está bien... Nunca jugué contra alguien que le diera tan fuerte".

Son las 12.30 y Nadal se ejercita bajo un calor aplastante. Al otro lado está John Morrisey, un júnior con una pesada carga: intentar reproducir, esa sí que es una misión imposible, la derecha cruzada de Soderling, aquella que martirizó al mallorquín en los octavos de final perdidos en 2009, después de que Toni Nadal le tire una pelota tras otra.

"Es muy difícil moverle porque saca muy fuerte y juega muy agresivo desde el fondo, con palos largos, planos, fuertes y, encima, muy cerca de las líneas", dice el número dos. "Es difícil pararle y sacarle de su posición. Tiene unos brazos muy largos y te mete un palo desde cualquier lado", continúa; "no es un tipo que no te dé nada de ritmo. Lo que pasa es que el ritmo que te da, a veces, es imparable. Tiene muy buen primer saque y, por momentos, el segundo, si se ve con coraje, lo pone a 190 o 200 kilómetros por hora".

¿Qué hacer? "No es lo mismo tirar esos bombazos desde un metro dentro de la pista que desde un metro y medio fuera", razona Nadal; "eso sí depende de mí. Eso es lo que voy a buscar. Mi trabajo es jugar lo más largo posible y hacerle correr lo máximo posible". ¿Cómo? "Se puede jugar largo, alto y para los lados. La teoría es simple. Luego, en la práctica, siempre se complica".

Y más que puede complicarse. "La clave de esta final es el tiempo", dice Brad Gilbert, ex número cuatro y ex entrenador de Andy Roddick, Andy Murray y Andre Agassi; "a Soderling le gusta el frío, que la pista esté lenta y húmeda. A Rafa, en cambio, le conviene que esté rápida, que haga sol, porque su bola es más explosiva".

Un problema: se espera lluvia, nubes y rachas de viento de 65 kilómetros por hora. ¿De verdad es tan importante? "Pregúnteselo a Roger", dice Nadal, que vio eliminado al suizo un día de perros; "para los que pegan plano, que la pelota esté más grande es más fácil. Pero hablamos de una final de Roland Garros. Sean las que sean, serán unas condiciones buenas".

Soderling espera a Nadal, que juega su novena final grande. "Estoy preparado", dice el sueco; "espero manejar mejor la presión este año que el anterior, cuando todo era nuevo. He aprendido".

Rafael Nadal, en un descanso de su partido ante Jürgen Melzer.
Rafael Nadal, en un descanso de su partido ante Jürgen Melzer.AFP

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