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Reportaje:

El cainismo azulgrana

Al igual que pasó en épocas de bonanza anteriores, el litigio entre el presidente Sandro Rosell y su antecesor Joan Laporta amenaza el reinado deportivo del Barça

Ramon Besa

El Barcelona permanece en la cumbre del fútbol de forma tan continuada que se ha ganado el reconocimiento mundial, cosa difícil en un club discontinuo por naturaleza, siempre agitado. Ahora mismo pasa por ser el mejor equipo, cuenta con el futbolista número uno, dispone de una plantilla profunda y aparentemente fácil de renovar por la envidiable salud de la cantera y presume de que su entrenador reúne los valores más sagrados de una entidad centenaria. Nadie ha entendido tanto al Barça y a Messi como Guardiola y difícilmente se puede encontrar un hilo conductor de la historia azulgrana más poético que el de la Masia.

La marca Barça funciona como un tiro en el mercado internacional y una encuesta del diario As asegura que España es hoy más azulgrana que blanca. Únicos en la elaboración del relato deportivo, los barcelonistas le han ganado terreno en la cancha y en los despachos a los madridistas, que siempre se remitieron a la cancha y se dejaron de historias, hasta la llegada de Mourinho, que ha redefinido el concepto de señorío y ha recurrido al victimismo, antes exclusivo de los azulgrana, para defenderse de la superioridad de su eterno rival. El mayor adversario del Barça, sin embargo, no es solo el Madrid, sino el propio Barça. Así ha sido históricamente, por su capacidad de autodestrucción.

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Ni el carrusel de títulos ganados por Guardiola (12 sobre 15) ni el reconocimiento mundial han evitado el riesgo de fractura que siempre amenaza a la entidad por el contencioso que fomentan los directivos y por la mala gestión de sus activos. Ya pasó con Samitier y su pase al Madrid y después con Figo; ocurrió con el enfrentamiento entre kubalistas y suaristas; tampoco fueron ortodoxas las partidas de Maradona y Ronaldo; y ya se sabe que la defunción del dream team fue provocada por el contencioso Núñez-Cruyff, el mismo que lo había alimentado en su partida de nacimiento. Acostumbrados a Bernabéu y Florentino, no extraña que en el Madrid se familiarizaran con Núñez.

Los procesos electorales han resultado a veces tan regeneradores y democráticos como estresantes institucionalmente para el Barça. Rosell y Laporta, compañeros de junta en 2003, se presentan hoy como enemigos irreconciliables. Un veterano analista azulgrana que ha participado en distintos procesos electorales define la situación actual, en consonancia con la liturgia del club, de esta manera: "La estupidez de los que han entrado últimamente es una reacción natural a las gamberradas que cometieron los que se fueron. Hay centenares de personas en el Barça, desde exdirectivos a exjugadores pasando por periodistas, que están enfrentados desde hace varias generaciones y lo único que les interesa es explotar el medio para conseguir sus objetivos. El responsable de que Rosell sea hoy presidente es Laporta".

La rivalidad entre Rosell y Laporta se ha escapado del control social del club, sobre todo porque las asambleas son cada vez más intervenidas por las directivas y menos representativas, y ha pasado a ser asunto de los juzgados y la prensa. Ha reaparecido la guerra de los dossieres, muy presente en las elecciones de 2010, y el protagonismo recae en personajes anónimos como Vicenç Pla, que presentó la demanda para que avalen los exdirectivos de Laporta, o intermediarios tales como Bayram Tutumlu, que llevó al mismo Laporta ante la juez para que confesara que su despacho ingresó 10 millones de euros de un magnate de Uzbekistán por un pliego de informes sobre la industria textil y el gas.

Antes intuitivo y carismático, Laporta es ahora víctima de una estrategia parecida a la que empleó cuando se convirtió en una alternativa de poder con Elefant Blau. Los pleitos se han sucedido desde que el expresidente presentó una moción de censura contra Núñez. La diferencia es que Laporta jamás se escondió detrás de ningún socio, sino que actuó a cara descubierta, de forma diferente de Núñez y Rosell, más maquiavélicos y a gusto en la penumbra, utilizando rostros no conocidos. La visibilidad y transparencia eximían a Laporta de muchas de las acusaciones que se la habían formulado hasta que se ha sabido que su relación con Uzbekistán obedecía a intereses económicos.

El expresidente tenía engañados a muchos barcelonistas, y a varios de sus compañeros en la junta, que dicen no saber nada del asunto uzbeko, gente que no le perdona ni el precio ni el concepto de la operación y que le emplaza a que les dé una explicación, tanto a ellos como a la masa social. Laporta ingresó más dinero que el Barcelona (diez millones de euros frente a tres) por una causa que estaba prohibida en el código ético de Elefant Blau y de quienes se inspiraron en Armand Carabén, figura capital del cruyffismo y el antinuñismo. Al igual que Núñez, Laporta ha acabado por utilizar su despacho profesional y se ha servido del Barça en los mejores años de su vida antes de dedicarse a la política parlamentaria o municipal.

La carrera de Laporta va por mal camino desde que, aún siendo presidente, consintió que se investigara a cuatro exvicepresidentes, la junta negociara un seguro de 25 millones para no se sabe muy bien qué incumplimientos, y se aliara con Gulnara Karimova, la hija del presidente de Uzbekistán, para negocios como la fallida venta del Mallorca. El presidente del Barça está hoy atrapado en el pozo que le dedicaron en Taskhen. Que nadie le dé por derrotado. Va a litigar con Rosell hasta las últimas consecuencias porque entiende que su obra de gobierno es tan opinable como diáfana. No hay trampa ni enredo, sino que la discusión es sobre moralidad y no sobre contabilidad.

La condición de presidente le ha valido de momento a Rosell para que no se hable de las noticias que sobre sus negocios corren por Brasil y Catar. Hasta The Economist se ha hecho eco de sus vinculaciones con el discutido presidente del fútbol brasileño Ricardo Teixeira, tampoco quedó muy claro quién compró la empresa que tenía en Catar y siempre se ha especulado mucho sobre su amistad con Florentino Pérez. También hay quien ronda a Rosell, con y sin papeles, y su estabilidad en el cargo dependerá de su capacidad de mando. Muchas personas cercanas a Laporta y Rosell entienden que se impone rebajar la tensión y parar el desgaste institucional.

Ya lo intentó Guardiola, el entrenador, cuando pidió unidad. El papel del técnico, sin embargo, ha quedado sobrepasado por los últimos acontecimientos, y la hinchada teme que se canse de tanta tralla en el palco. Ya lo dijo el propio entrenador: Rosell y Laporta son dos caras de la misma moneda. El reto del presidente es conseguir que Guardiola esté tan a gusto en el banquillo como el entrenador procura que Messi disfrute en la cancha. Ahí está el nudo del asunto. Incluso Laporta está de acuerdo. El problema está en la lucha fratricida de los directivos.

Nada nuevo en la historia del Barça, azul y grana, esclavo emocional del seny y la rauxa del país, plagado de contrastes, siempre més que un club, para mal y para bien. La cainita es azulgrana.

Rosell y Laporta se saludan durante la toma de posesión del actual presidente del Barça.
Rosell y Laporta se saludan durante la toma de posesión del actual presidente del Barça.VICENS GIMÉNEZ

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Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.
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