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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Ser presidente en Afganistán

Hamid Karzai vive hoy 18 de septiembre un nuevo reto como presidente de Afganistán: las primeras elecciones legislativas. Emparedado entre el protectorado de EE UU y los desmanes de los señores de la guerra, Karzai está obligado a demostrar quién manda. Pero ¿cómo es el hombre que dirige este país dividido?

Los afganos generalmente no cuestionan las buenas intenciones de Karzai, pero se quejan de su ineficacia y de la corrupción de su Gobierno. Karzai es una extraña combinación de decencia y falta de seguridad en sí mismo; un demócrata comprometido y también una figura regia que se siente cómoda delegando la tarea de gobernar en otros, incluidos sus asesores estadounidenses. Habiba Sarabi, a quien Karzai nombró gobernadora de la provincia de Barniyan, dice de él: "Fue bastante popular durante el periodo de transición. Y sigue siéndolo, porque no hay ninguna otra alternativa. Su carácter y sus inclinaciones democráticas son más elevados que los de todos los demás". Lamentablemente, afirma, "a veces hace promesas que no puede cumplir".

"Implicamos a EE UU, ha sido un éxito y por eso obtuve los votos"
"Cuando comenzó el movimiento talibán nos parecía algo inocente"
El área de Panjshir, en la que tuvo un 1% de votos, es su zona enemiga
"Me disgusta el poder, me disgusta de verdad; no existe, no lo siento"
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Cuando me entrevisté con Karzai en Kabul, me insistió en que los afganos habían buscado activamente unos vínculos estrechos con Estados Unidos. Cuando los talibanes estaban en el poder, "fue el pueblo afgano quien seguía acudiendo a EE UU, pidiéndole que viniera a ayudar a Afganistán y también solicitando ayudar a EE UU", afirmó. "Fuimos convincentes. Implicamos a Estados Unidos. Ha sido un éxito, y por eso obtuve el voto". Ahora se enfrenta a los límites de ese éxito, y parece sorprendido y ofendido.

Cuando llegué a Kabul, la nieve sobre las irregulares montañas negras que rodean la ciudad había empezado a fundirse, y las calles, la mayoría sin asfaltar, estaban obstruidas por el barro y las aguas residuales o, en los días en los que brillaba el sol, ocultas por arremolinadas nubes de polvo. Pero era fácil ver el profundo cambio que había experimentado Kabul desde la caída de los talibanes. La última vez que estuve en Afganistán, en el verano de 2002, el laberinto de casas de adobe y cañas en las cuestas que rodean la ciudad estaba deshabitado. Sus tejados de zinc y sus puertas habían sido saqueados. Ahora que los refugiados han regresado en tropel a Afganistán -han vuelto tres millones desde que la caída de los talibanes puso fin al gran combate-, la mayoría de las casas han sido reocupadas. Se están construyendo varios rascacielos comerciales con cristales de espejo de colores, al estilo de Dubai. La población de Kabul ha pasado de un millón de habitantes a rondar los tres millones, y sigue creciendo.

En las angostas callejuelas del centro de la ciudad, miles de coches recién importados compiten con ciclistas, búfalos de agua y pobres hombres de Hazara, que aceptan los trabajos más insignificantes. Los convoyes blindados de las fuerzas de paz de la OTAN y los Humvee y Land Rover de las tropas estadounidenses y británicas entran y salen de sus bases. Otros estadounidenses, sin uniforme y acompañados por pistoleros, se mueven en grandes todoterrenos con cristales tintados. La mayoría de los afganos supone, y probablemente esté en lo cierto, que son comandos de las Fuerzas Especiales o agentes de la CIA. En cualquier caso, son el recordatorio más patente de que sigue librándose una guerra mayoritariamente velada contra los talibanes y Al Qaeda.

Karzai preside un país de 29 millones de ciudadanos, la mayoría pobre y analfabeta, con una economía que depende de la ayuda internacional y la cosecha ilícita de la adormidera, la materia prima de la heroína. El negocio de la droga emplea a 2,3 millones de afganos, con unos beneficios que equivalen al 60% del PIB legal. Desde 2001, la cosecha de adormidera se ha disparado en un 1.500%; según la mayoría de cálculos, Afganistán se está convirtiendo en un narcoestado. El índice de desempleo es de un 30%, y la tasa de delincuencia está aumentando vertiginosamente.

Aun así, este año casi cinco millones de niños, y entre ellos casi dos millones de niñas, han asistido al colegio, en comparación con un total de menos de un millón en 2001. Las mujeres ahora tienen derecho a votar, y se registraron cuatro millones para las últimas elecciones, en octubre de 2004; tres de los 32 ministros del Gabinete de Karzai son mujeres. Las organizaciones de ayuda internacional tienen dificultades para actuar fuera de Kabul por motivos de seguridad -docenas de voluntarios han sido asesinados-, pero equipos dirigidos por las fuerzas británicas y estadounidenses están construyendo carreteras, puentes y escuelas en gran parte del país.

No está claro en qué medida se le pueden reconocer o achacar estos sucesos a Karzai. Gran parte de los ministros de su Gobierno tienen un homólogo estadounidense que es miembro del Equipo de Reconstrucción Afgana. Un funcionario estadounidense en Kabul describió al equipo como una especie de Gobierno en la sombra: "El Gabinete de Jalilzad" (en referencia a Zalmay Jalilzad, que ha sido embajador estadounidense en Kabul desde 2003 hasta abril de este año, en que fue sustituido por Ronald Neumann). El funcionario afirmó que los miembros del equipo actuaban como "altos asesores" del Gobierno afgano. Señaló, por ejemplo, que colaboraron en la redacción del discurso inaugural de Karzai.

Cuando llegué esta primavera para mi primera entrevista con Karzai en el viejo palacio real de Kabul, donde vive y trabaja, le encontré paseando por el jardín con Jalilzad. Me saludó amigablemente, al igual que el embajador, y dijo que estaría conmigo en breve.

El palacio es un complejo de edificios con una ecléctica mezcla de estilos y periodos arquitectónicos: hay fortificaciones con torretas, molinos con tejados de pizarra, y una hermosa mansión victoriana. Algunos de los edificios están en ruinas, con los techos derrumbados, alcanzados por misiles en las guerras de Afganistán. La residencia de Karzai es una insulsa estructura modernista de cemento construida en los años sesenta para un antiguo príncipe de Afganistán, con un pequeño jardín, piscina y pista de tenis en la parte trasera. Me acompañaron hasta su salón, que tenía un aspecto hogareño pero involuntariamente retro, con paredes revestidas con una fina chapa de madera. Los muebles -tapizados en terciopelo de flores- eran similares a los que había visto en los hogares afganos de clase media.

Cuando Karzai entró, se disculpó por el retraso; había estado preguntando a Jalilzad si podían enviarse helicópteros estadounidenses para rescatar a las víctimas de una inundación. Karzai es un hombre ágil, de peso medio, con la piel blanca, nariz prominente y unos ojos grandes y expresivos color marrón. Lleva una barba corta y entrecana, y sobre los hombros luce un holgado patou, o chal para hombre, de lana blanca elegantemente tejida.

Aunque es el líder de uno de los países más pobres de la Tierra, Karzai tiene un extraño aunque disonante sentido de la elegancia en el vestir. Los occidentales a menudo suponen que estos elaborados conjuntos son el vestido tradicional de su pueblo, los pastunes. En realidad, Karzai los combina en homenaje a los dispares grupos étnicos de Afganistán; son disfraces, más o menos similares a las gorras de béisbol que podría lucir un político estadounidense durante una campaña. La capa chapan a rayas de seda verde que llevaba Karzai para el discurso sobre el estado de la nación del presidente Bush en 2002 es uzbeka; el sombrero karakul gris que luce a menudo es tradicionalmente tayik. Cuando se encuentra entre otros pastunes, a menudo lleva un turbante, al igual que ellos.

Unos días antes de nuestro primer encuentro, vi a Karzai hablar durante una ceremonia en honor al Día Internacional de la Mujer, en el hotel Intercontinental de Kabul. El acontecimiento fue la primera aparición pública de la esposa de Karzai, Zinat, que tiene 35 años y está licenciada en obstetricia y ginecología. Karzai, de 47 años, se casó hace sólo seis; el matrimonio fue de conveniencia, y se ha especulado mucho sobre su relación. No tienen hijos. Durante el discurso de su marido, Zinat, una mujer de aspecto agradable con un modesto chador negro, estaba sentada en primera fila junto a otras personalidades. Le pregunté a Karzai si no había asistido antes a ese tipo de acontecimientos por cuestiones de seguridad, a pesar de su papel como primera dama.

"Era el Día de la Mujer", respondió sonriendo. "Quería asistir a la anterior celebración, pero por alguna razón se complicó. Alguien vino el día antes y me preguntó: '¿Puede venir?', respondí que sí, y mi intención era preguntárselo". Pero, dijo, "se me olvidó". Finalmente la llamó para invitarla justo cuando se disponía a partir para el evento. "Me contestó: 'Piérdete, demasiado tarde", cuenta Karzai entre risas. "Esta vez me he acordado".

Su propia presencia en el acontecimiento fue algo fuera de lo normal; raramente aparece fuera de palacio, ni siquiera en Kabul. Había llegado rodeado de dos docenas de guardias estadounidenses fuertemente armados. Su destacamento de seguridad incluye una veintena de contratistas estadounidenses que trabajan para DynCorp International, que tiene un contrato multimillonario con el Departamento de Estado, y un número más reducido de agentes de la Oficina de Seguridad Diplomática del Departamento de Estado. Karzai me contó que al inicio de su presidencia, el teniente general Dant McNeill, el primer comandante de las fuerzas de coalición en Afganistán, le dijo: "Le proporcionaremos un entorno de seguridad. Cualquiera puede entrar y hacer saltar por los aires este palacio". Afirma que se resistió a la oferta, pero luego empezó a "hacer consultas". "¿Sabe qué decía todo el mundo, incluso el presidente del Tribunal Supremo? 'Llámeles lo antes posible para que pueda trabajar con autonomía y que este lugar sea independiente'. El pueblo afgano conoce los medios de este país", señala Karzai. "Saben qué podemos y qué no podemos hacer".

Durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2004, Karzai se sintió avergonzado cuando sus hombres de seguridad estadounidenses le obligaron a regresar a Kabul después de que dispararan un proyectil cerca de su helicóptero cuando se disponía a aterrizar frente a la ciudad de Gardez. Hay motivos para tanta cautela; Karzai sobrevivió a un intento de homicidio en 2002, y tres ministros del Gobierno provisional murieron asesinados. Pero sus adversarios han utilizado el hecho de su protección estadounidense para retratarle como un subordinado y cuestionar su patriotismo. Faheem Dashty, director de Kabul Weekly, explica: "No entiendo por qué no puede encontrar a afganos que le defiendan. Lleva ya tres años en el poder. Si hubiera querido adiestrar a afganos, habría tenido tiempo de sobra. Eso sólo puede significar que no confía en los afganos".

A pesar del apoyo estadounidense, a Karzai le resulta difícil convencer a los afganos de que puede enfrentarse a los jefes militares o a los miles de combatientes talibanes que todavía andan sueltos. Recientemente ofreció la amnistía a los talibanes con la condición de que renunciaran a la violencia. Le pregunté a Karzai por la oferta, que muchos afganos interpretaron como una traición.

"Afganistán también pasó malas rachas antes de los talibanes", respondió Karzai. "Desde la época de los soviéticos y de los grupos muyahidin, sufrió durante años. Prácticamente hemos perdonado a toda esa gente, que estaba entre los asesinos del pueblo afgano… Ahora podemos llevar a la gente a los tribunales y buscar justicia o bien olvidarnos de ello y vivir la vida prescindiendo del pasado".

Cuando le interrogué sobre si había un terreno intermedio, respondió: "¿Qué hay en el medio? Si vamos al terreno intermedio, no traeré la paz absoluta a este país. Si puedo reducir las explosiones en Afganistán trayendo a algunos talibanes de vuelta a casa, y poner las cosas en orden haciéndoles comportarse correctamente, debo hacerlo. Ahora, si me pregunta como ciudadano de Afganistán: 'Karzai, ¿qué quiere, justicia o paz?', le diré que, por supuesto, ambas cosas; la mayoría de los seres humanos lo haría. Pero como presidente de Afganistán tengo que decir: 'La paz aporta continuidad a la vida; la justicia, no necesariamente". Y añadió: "Cuando podamos permitírnoslo, podremos tener justicia".

La relación de Karzai con los jefes militares es ambigua: muchos de ellos combatieron contra los talibanes como parte de la Alianza del Norte y, hasta hace poco, Karzai tenía pocas opciones, aparte de compartir el poder con ellos. (Como exiliado en Pakistán, se opuso a los talibanes, pero no era miembro de la Alianza del Norte, que estaba dominada por tayikos y uzbekos). Cuando el ejército de Estados Unidos invadió Afganistán en octubre de 2001, formó una sociedad táctica con la Alianza del Norte. La Alianza trabajó con las Fuerzas Especiales estadounidenses y la CIA, y ayudó a dirigir ataques aéreos. A medida que se debilitaban las defensas talibanes en Kabul, EE UU pidió a la Alianza del Norte que esperara a entrar en la capital hasta que pudiera formarse un Gobierno de coalición que reflejara mejor la mezcla étnica de Afganistán. Pero la Alianza del Norte tomó la capital igualmente y, desde esa posición de fuerza, pudo exigir los puestos de mayor poder en el Gabinete de Karzai. Mohamed Fahim, su jefe militar, se convirtió en ministro de Defensa y vicepresidente de Karzai, a pesar de las alegaciones de que es una destacada figura de la clandestinidad delictiva de Afganistán. Hace más de un año, Karzai se deshizo de él. Según los estadounidenses, fue el embajador Jalilzad quien convenció a Karzai para que tomara esta iniciativa.

Mientras tanto, al general Abdul Rashid Dostum, tal vez el jefe militar más famoso de Afganistán, se le ha ofrecido el puesto de jefe de Estado Mayor. Dostum, un uzbeko que domina una amplia franja del norte de Afganistán, es percibido por la mayoría de organizaciones de derechos humanos como uno de los peores criminales de guerra del país. Una acusación reciente es que, bajo sus órdenes, cientos de combatientes talibanes fueron encerrados en contenedores de transporte herméticos donde se les dejó morir. Dostum es rico, posee una milicia numerosa y bien armada, y se dice que está implicado en el narcotráfico. El asesor estadounidense de Karzai afirmaba que su nuevo trabajo es principalmente simbólico: "Es un armario de la limpieza al fondo del pasillo", y el mejor modo de socavar su poder.

Cuando le mencioné a Dostum, Karzai ofreció una respuesta contradictoria: "Soy una persona bastante sentimental. Cuando veo que se hiere a alguien, puedo sentirme muy dolido. Y ésta es la única ocasión en la que me senté y dije: 'Hamid, ahora no te pongas sentimental; piensa en el futuro de este país y bríndale a todo el mundo la posibilidad de trabajar'. La gente del campo lo entiende muy bien. Los afganos son pragmáticos". Antes de realizar el nombramiento, añadía, "hice muchas consultas. Llamé a los antiguos líderes yihadistas y luego realicé el nombramiento. Nunca lo hago sin consultar. Ya sabe, se me acusa de consultar demasiado. Ése es mi problema".

Karzai no ha estado en Karz, su ciudad natal, desde hace años. "La última vez que la vi fue cuando la bombardearon los soviéticos, en 1988". Seis meses después, los soviéticos se retiraron, pero la lucha contra sus apoderados afganos continuó durante tres años. Finalmente, en 1992, Nayibulá, el último gobernante comunista afgano, abandonó su cargo, y los muyahidin regresaron de su base en Pakistán. "Nos reunimos todos", recordaba Karzai. "Pasamos la noche en los límites de la ciudad, y a la mañana siguiente vinimos a Kabul".

Casi de inmediato estalló la lucha de facciones. Karzai se convirtió en viceministro de Asuntos Exteriores del Gobierno provisional del presidente Burhanuddin Rabbani y Ahmed Shah Masud, su carismático jefe militar, que más tarde dirigió la Alianza del Norte. En una serie de alianzas cambiantes en el campo de batalla, Dostum, que había estado con los soviéticos, unió sus fuerzas primero con Rabbani y Masud y más tarde con Gulbuddin Hekmatyar, un islamista radical. Miles de civiles fueron asesinados, y extensas zonas de Kabul, que hasta entonces habían permanecido intactas, quedaron arrasadas.

Durante los combates, Karzai escapó. Se han escuchado muchas historias sobre lo que le ocurrió. Hubo informes de que había sido encarcelado y maltratado, o incluso torturado, y que luego había huido. Los rivales de Karzai contaban chistes desdeñosos e insinuaban que era un cobarde.

Karzai lo recuerda: "Fue en el momento álgido de este periodo extremadamente negativo para Afganistán". Un día, cuando se encontraba en el Ministerio de Asuntos Exteriores, uno de los hombres de Rabbani fue a comunicarle que el presidente quería verle. Karzai desconfió, pero le acompañó. El hombre condujo a Karzai a las oficinas del servicio de espionaje y le llevó hasta una pequeña y sucia sala con un radiador desnudo. Mohamed Aref, que más tarde trabajó como director del servicio de espionaje del propio Karzai, entró. Aref y los demás hombres empezaron a interrogar a Karzai, preguntándole por alianzas contra Rabbani. "Les dije: 'No sé nada de esto'. Justo cuando me formularon la segunda pregunta se escuchó un gran estruendo, la sala se llenó de humo, escombros, cristales, y todo el mundo, yo incluido, escapó. Ya no había techo".

Un proyectil había alcanzado el edificio. En la confusión posterior, Karzai salió al exterior y regresó a su despacho. "Eso es todo. Vine al Ministerio de Asuntos Exteriores y la gente que estaba allí se quedó boquiabierta: estaba sangrando y tenía algo de metralla".

Karzai llamó a un taxi e inició un tortuoso viaje, en coche y a pie, hasta que estuvo a salvo en Pakistán. Dice que Rabbani luego les llamó a él y a su padre para disculparse, afirmando que no sabía nada sobre el interrogatorio. Pero Karzai no regresó. La siguiente ocasión en que Karzai volvió a Kabul fue como presidente.

Durante los años posteriores a la guerra civil, Estados Unidos veía a los relativamente desconocidos talibanes como pacificadores en potencia, y durante un tiempo también lo hizo Karzai, que conocía a muchos de los comandantes talibanes desde sus años en la yihad antisoviética. Al principio les había proporcionado dinero y armas, con la creencia de que serían el vehículo para el que por aquel entonces era su sueño: la reinstauración de la monarquía pastún del rey Zahir Shah. En 1996, los talibanes se hicieron con el poder, e invitaron a Karzai a convertirse en su embajador en la ONU. Se planteó la idea, pero la descartó.

"Muchos de los comandantes de la yihad sobre el terreno eran gente pragmática", cuenta Karzai. "Sólo algunos eran muy radicales". Por radicales quería decir "puritanos, no tipos politizados", afirma. "Eran gente muy limpia. Casi todos ellos se convirtieron en talibanes". Y añadió: "Cuando comenzó el movimiento talibán, nosotros lo veíamos como algo inocente. Creíamos que era gente que pretendía ayudar a este país. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que entre ellos había gente que no era de Afganistán, y que era horriblemente cruel con este lugar: Al Qaeda".

Tras el asesinato de su padre, Karzai intentó conseguir el apoyo de EE UU para un movimiento pastún antitalibán. En 1999 fue a ver a Michael Sheehan, un miembro del equipo de antiterrorismo de las administraciones de George H. W. Bush y Clinton. Sheehan recuerda: "En aquel momento, Karzai no era nadie, otro exiliado afgano. Nunca imaginé que se convertiría en presidente. Pero tenía entendido que era importante entre los pastunes". Cuando se conocieron, contaba Sheehan, "parecía decente, un tipo simpático, pero recuerdo que estaba allí sentado mirándole y me preguntaba: '¿Cómo piensa perseguir a los talibanes?". Karzai habló sobre sus planes, recuerda Sheehan, "y estábamos de acuerdo en todo, lo malvados que eran los talibanes y la necesidad de eliminarles. Pero ¿qué podía hacer yo por él? En cuanto a la política del Gobierno de Clinton en aquella época, no había mucho estómago para ello". Esa indiferencia prosiguió hasta la Administración de Bush, afirmaba Sheehan, especialmente debido a que la Alianza del Norte estaba perdiendo terreno. "En la CIA había algunos agentes que insistían en la Alianza del Norte, pero nadie más quería tocarlo", recordaba Sheehan. "Se consideraba que Afganistán era un perdedor, un sumidero. Hasta el 11-S, a nadie le importaba una mierda".

Karzai testificó ante el Senado estadounidense en 2000, y también empezó a coordinar sus actividades con Masud, el líder militar de la Alianza del Norte. Más tarde, el 9 de septiembre de 2001, Masud fue asesinado por terroristas suicidas de Al Qaeda. Dos días después, las Torres Gemelas y el Pentágono eran atacados.

Cuando Karzai vio las noticias, "supe que Estados Unidos iba a acudir en nuestra ayuda". A los dos días, "cientos de personas llegaron a Queta para reunirse conmigo", recuerda Karzai. "La casa estaba atestada". Entre ellos se encontraba Jalilzad, que entonces trabajaba para Condoleezza Rice, la asesora de Seguridad Nacional. Tres semanas después, a principios de octubre de 2001, "me trasladé a Afganistán", dijo Karzai emocionado. "Sin ninguna ayuda en aquel momento, nada. Sencillamente entré en el país".

Karzai y unos cuantos compañeros se abrieron camino hasta Tirin Kot, la principal ciudad de la escarpada provincia de Oruzgan, al norte de Kandahar, y luego hasta un pequeño pueblo cruzado por arroyos. Se reunió con ancianos tribales, los cuales se mostraban escépticos respecto a Karzai. "Un clérigo me dijo: 'Sabemos lo que busca, sabemos que quiere derrotar a los talibanes, pero ¿cuenta con el respaldo de EE UU?'. Respondí que sí". El clérigo le preguntó a Karzai si disponía de teléfono por satélite, y cuando contestó que sí, le dijo: 'De acuerdo, llame a EE UU, pídales que vengan a bombardear un lugar cercano a la oficina del gobernador de los talibanes, o la comisaría de policía de Tirin Kot. Al día siguiente, la gente irá y tomará la ciudad sin problemas".

Karzai explica que le respondió al clérigo que no podía pedirle a EE UU que bombardeara su propio país. El clérigo le presionó. "Me dijo: 'Pues lo siento, eso significa que no le interesa liberar al país; y no vamos a morir en su guerra inútil".

Karzai se quedó en el pueblo 11 días. El consejo tribal se reunió y discutió con él, diciéndole que se acercaban combatientes de Al Qaeda y que atacarían. Finalmente, afirmaron que todo el pueblo estaba huyendo hacia las montañas para ponerse a salvo. "Temía que se produjera una masacre", dice Karzai. Decidió hacer la llamada. "Cuando llamé a la Embajada de EE UU en Islamabad dije: 'Soy Karzai'. Para mi sorpresa, sabían quién era. ¡Creía que se habían olvidado de mí! Me preguntaron: '¿Dónde demonios está?'. Y respondí: 'En Oruzgan'. Me dijeron: '¿Tiene comunicaciones, cómo podemos localizarle? ¿Tiene GPS?'. Yo ni siquiera sabía qué era un GPS. Contesté: 'No tengo ni idea. Sé que estoy entre Tirin Kot y las montañas'. Me dijeron: 'De acuerdo".

Los estadounidenses pidieron a Karzai que ordenara a sus hombres encender cuatro hogueras en las colinas alrededor de su posición, con al menos 100 metros de separación entre ellas. Obedecieron, y cuando Karzai volvió a llamar, los estadounidenses le dijeron: "Les hemos encontrado". Karzai hace una pausa, dibuja una amplia sonrisa y dice: "Tecnología".

Los estadounidenses le dijeron a Karzai que volviera a encender las hogueras para que pudieran lanzar un cargamento de armas. ("Es una historia fantástica", me dice Karzai, "si alguien decidiera rodar una película sobre ella"). Él y los miembros de la tribu encendieron las fogatas y esperaron. Pasaron horas, pero los aviones no llegaban. Karzai se fue a dormir a la cabaña de un pastor. Entonces, cuenta que hacia la una y media de la madrugada "vino alguien diciendo: '¿Oís los aviones?'. Justo cuando salí nos sobrevoló un enorme avión negro, y luego alguien gritó: '¡Mirad esas cosas blancas!'. Aquellas cosas blancas eran paracaídas, y estaban amarrados a contenedores de armas. A la mañana siguiente, un grupo de 50 jefes tribales entró en el pueblo, expulsó al gobernador y la policía y tomó el control".

Fue en Tirin Kot, dos días más tarde, donde Karzai se dio cuenta de que la marea iba contra los talibanes y a su favor. Un comandante talibán desertor llegó allí solo, y le solicitó una carta de salvoconducto. Karzai decidió redactar la carta para ver qué ocurría. Dos días después, el hombre regresó con camionetas pick-up y armas para Karzai. "Entonces pensé: 'Estamos mucho más extendidos y somos muchos más de lo que imaginaba".

La ciudad de Charikar, al norte de Kabul, es la puerta del valle de Panjshir. La zona era la base de Ahmed Shah Masud y otros tayikos de la Alianza del Norte. En las elecciones presidenciales del año pasado, el porcentaje de voto de Karzai en Panjshir fue de aproximadamente un 1%. Posteriormente, unos airados tayikos le acusaron de haber pastunizado su Administración al suprimir a los hombres de la Alianza del Norte de sus puestos gubernamentales. Actualmente, Panjshir es una especie de territorio enemigo para Karzai. Me uní a una visita de Karzai a Charikar en marzo para la inauguración de una carretera, y nos trasladaron en dos helicópteros Chinook estadounidenses, escoltados por dos Apache, dos Black Hawk y dos aviones de combate, que volaban en círculo sobre nosotros mientras aterrizábamos. En la hora que pasamos en tierra, docenas de guardias estadounidenses y afganos estuvieron vigilando.

Unos días antes me habían invitado a una cena en Charikar, en casa de Ata, un hombre fuerte local que había sido comandante muyahid. La diversión corrió a cargo de un maskhara, o bufón tradicional afgano, llamado Samad Pashean. Mucho antes de las recientes décadas de guerra, los maskhara actuaban para los monarcas del país; al igual que en la Europa medieval, tenían permiso para satirizar a los poderosos. Pashean fue uno de los últimos maskhara. Había sobrevivido a la ocupación soviética, a la guerra civil y a los años talibanes deambulando por las bases de los jefes militares para ofrecer sus servicios. Según mi anfitrión, también era sicario, chantajista y ladrón.

Pashean nos agasajó con parodias, bailes y monólogos sobre diversos cotilleos. Señalándome, se ofreció a matar a quien yo quisiera por el equivalente a 2.000 dólares estadounidenses. Cuando le dije que su precio era muy elevado, me indicó que estaba dispuesto a regatear.

Gran parte de su humor iba dirigido a Karzai, y no era complaciente. A Karzai se le comparó con un perro montañés que salía solo a cazar, para acabar perdiéndose en la nieve. Uno de mis compañeros de cena me lo tradujo: "Karzai ha estado fuera y con los estadounidenses durante tanto tiempo que se ha olvidado de cómo es Afganistán". Otra ocurrencia trataba sobre milicianos que participaban en un programa de desmovilización, pero que sólo entregaban armas defectuosas. "Nosotros, los afganos, debemos aprender a comer por nosotros mismos, como las vacas, que al rumiar saben cómo encontrar cosas buenas para comer y cómo escupir las malas", concluyó el maskhara. "Algún día los afganos podremos escupir a Karzai".

Ismail Jan fue una dura prueba a superar dentro de la campaña de Karzai dirigida a socavar el poder de los jefes militares. Fue Jan quien, en 1978, desató la yihad contra el régimen de Afganistán, respaldado por la Unión Soviética, al dirigir una revuelta del ejército en su ciudad natal, Herat. Fue un legendario comandante del campo de batalla contra los soviéticos y, más tarde, los talibanes. Tras el derrocamiento de los talibanes en 2001, Jan se convirtió en el señor de la guerra indiscutible de la ciudad y la provincia vecina de Herat, que linda con Irán. Impuso una estricta disciplina islamista y se quedaba con los impuestos de aduanas recaudados en los pasos fronterizos, en lugar de enviarlos a Kabul. Utilizó gran parte del dinero para desarrollar su ciudad, y al poco tiempo se le conocía como el emir de Herat. Jan no es tan brutal como Dostum o tan corrupto como los otros jefes militares. Pero su desafío a la autoridad central y su estrecha relación con Irán eran una fuente de creciente ansiedad y bochorno para Karzai y los norteamericanos.

El año pasado, durante unos prolongados combates en Herat en los que participaron varias milicias distintas -se cree que algunas actuaban en nombre de Karzai-, murió asesinado el hijo de Ismail Jan, y sus hombres tomaron represalias. En un momento crítico, Karzai abandonó Afganistán para aceptar un galardón en Europa, y el embajador Jalilzad tomó un avión rumbo a Herat. Poco después salió en televisión para anunciar que Jan había aceptado dejar Herat y unirse al Gobierno de Karzai. En diciembre, Jan se convirtió en ministro de Energía. Fue un sensacional giro de los acontecimientos que incrementó la autoridad de Karzai, aunque no guardaba tanta relación con su fortaleza como con la de los estadounidenses que tenía detrás.

Un diplomático estadounidense en Kabul me comentó: "Las instituciones del país siguen siendo muy débiles, así que el hecho de que EE UU goce de mucha credibilidad aquí fue un factor". Y añadió: "El uso encubierto de la fuerza puede ejercer un poderoso efecto a la hora de aplastar su uso real. Tuvimos que asegurarnos de que le indicábamos a Ismail Jan y a otros que EE UU apoyaba al presidente y sus decisiones, pero que también veíamos un camino para Jan. El hallar funciones que sean dignas -y también más apropiadas para la nueva situación- siempre es una parte importante de estas soluciones".

Ismail Jan es un hombre robusto y de complexión fuerte, con ojos penetrantes y barba larga, rala y blanca como la nieve. Al saludarle, sus ayudantes y seguidores le besan la mano. Visité a Jan en su ministerio, en un distrito al oeste de Kabul. "Nos conocen como héroes de la yihad, pero ahora nos otorgan un nuevo título: señores de la guerra. Durante la era soviética estábamos en el combate, sintiendo el fuego y el humo de la guerra, y todo el mundo esperaba el resultado, querían que les venciéramos. Quienes ahora nos denominan señores de la guerra estaban sentados en sus hogares con aire acondicionado. Ojalá hubieran pasado una noche con nosotros en la línea del frente. Pero sé que estas cosas se dicen y hacen para los políticos o en beneficio de alguien". Jan me dedicó una expresiva mirada y, mientras proseguía, quedó claro que se refería a Estados Unidos.

Relajándose un poco, Jan aseguró: "Si vas a Herat, verás el buen trabajo que hice allí". Había construido carreteras, suministrado agua y electricidad y abierto escuelas "para chicos y chicas. Hay 54.000 chicas estudiando en Herat". Jan alardeaba de que, en el poco tiempo que llevaba en su trabajo, había "aumentado la electricidad de Kabul de 55 a 100 megavatios", a diferencia, insinuó, del resto del Gobierno, que después de tres años había sido incapaz de restablecer los servicios básicos.

Hablamos un rato sobre los obstáculos a los que se enfrentaba el Gobierno. Hizo una pausa, y luego espetó: "La cuestión es el poder. El poder es necesario para construir, para hacer lo que hice en Herat".

Le pregunté si Karzai tenía poder, y Jan respondió hablando de nuevo sobre Herat. "Los proyectos que inicié todavía están inacabados, y ahora también hay inseguridad. Cuando yo estaba allí, las mujeres podían pasear por la ciudad con sus hijos por la noche. Ahora no ves a gente por la calle de noche. En todo este tiempo, el Gobierno ha estado al servicio del presidente Karzai".

Jan prosiguió: "Estoy muy deprimido. Me han herido tres veces. Llevo 14 balas en el cuerpo, y 11 miembros de mi familia han sido asesinados. He visto a 49.000 personas asesinadas en Herat. Sólo en un día, durante la lucha contra los comunistas, fallecieron 20.000. Es sólo cuestión de suerte que todavía siga aquí. Así que cuando todo terminó quise reconstruir mi ciudad. Conseguí hacer algunas cosas. Pero desde que me fui se está yendo al garete".

Yunis Qanuni, el político tayik que copó un segundo puesto en las elecciones presidenciales de 2004, me dijo: "La supresión del caciquismo militar está bien, debe hacerse. Pero el pueblo también quiere democracia, estabilidad, confianza, reconstrucción equilibrada y expansión económica. El Gobierno no tiene una estrategia nacional apropiada. Si preguntas cuál es la estrategia nacional, nadie podrá responderte. Un día, Ismail Jan es un señor de la guerra, y el siguiente no lo es. Ocurre lo mismo con el general Dostum".

Estábamos sentados en el salón de Qanuni. Vive en una imponente y bien custodiada casa a las afueras del norte de Kabul, decorada con un lujoso estilo que imita al georgiano. Luciendo un traje mil rayas soberbiamente confeccionado, a Qanuni parecía haberle ido muy bien desde la caída de los talibanes.

"El problema que veo es que el liderazgo es débil", afirmó. "Ningún Gobierno en la historia de Afganistán ha gozado del apoyo internacional que ha tenido este Gobierno. Pero Karzai ha sido incapaz de aprovechar estas oportunidades. Tal vez otra persona podrí a hacerlo". Qanuni añadió: "Estos próximos cinco años serán sólo un periodo de transición".

El tráfico de drogas, que ha fortalecido a los jefes militares y corrompido a los funcionarios afganos, es el telón de fondo de cualquier debate de la Administración de Karzai. El ingente número de personas que viven del opio y la heroína ha hecho que a Karzai le resulte difícil actuar desde el punto de vista político. En esta cuestión no ha recibido el respaldo total de Estados Unidos. Hasta hace poco, el Pentágono impedía a las tropas estadounidenses participar directamente en actividades antinarcóticos, que en su mayoría quedaban en manos de los británicos y los europeos. Se han asignado cerca de 800 millones de euros a la lucha contra la droga, pero un funcionario estadounidense en Kabul reconoció que EE UU no sabía cómo resolver el problema. Karzai se ha opuesto vehementemente a un método, la fumigación aérea de los campos de adormidera, debido a sus efectos para los agricultores, una postura que parece haber irritado a Washington. El año pasado, Karzai declaró una yihad contra el tráfico de drogas, y ha emitido llamamientos morales, religiosos y nacionalistas a sus compatriotas para que abandonen el cultivo de adormideras.

Un alto cargo del espionaje afgano me dijo: "Lo que me preocupa es que Afganistán empieza a parecer la Rusia de mediados de los años noventa". Se refería a la proliferación del capitalismo mafioso posterior a la caída de la Unión Soviética. Existen algunos signos de que ya está ocurriendo. Incluso en la capital, jefes militares, hombres fuertes y funcionarios corruptos se están apropiando de tierras con una impunidad parecida a la del Viejo Oeste. Las mismas tácticas usadas durante muchos años en las guerras de Afganistán parecen haber sido reutilizadas para acumular riqueza.

A finales de 2003, los residentes de unas chabolas limítrofes con el distrito más acomodado de Kabul fueron expulsados a la fuerza, y sus hogares, derruidos por agentes bajo el mando del jefe de policía de Kabul. La investigación de un funcionario de la ONU reveló que la tierra se había dividido en solares para mansiones, adjudicados a más de 300 funcionarios gubernamentales, entre ellos 28 de los ministros del Gabinete de Karzai. Fahim y Qanuni se encontraban entre los beneficiarios. Karzai destituyó al jefe de policía, pero quizá fue una batalla que decidió no librar, o a lo mejor simplemente se olvidó de ello, ya que el jefe de policía recibió un nuevo alto cargo de seguridad, y comenzó la edificación de las mansiones.

Debido a que Karzai está ensimismado en multitud de cuestiones, también le resulta difícil cumplir promesas más pequeñas. Hamid Karzai no es un señor de la guerra, a diferencia de la mayoría de políticos afganos de las tres últimas décadas, y ésta es a la vez la fuente de su credibilidad como demócrata y su gran vulnerabilidad; necesita al ejército estadounidense para tener poder negociador. En un grado muy real, Karzai no es tanto un presidente convencional como algo parecido a un monarca constitucional. Su falta de poder le ha convertido en el rostro público de una Administración que, a pesar de la tensión de las últimas semanas, sigue siendo una prolongación del Gobierno de EE UU.

La marcha de Zalmay Jalilzad hacia Irak como embajador de EE UU ha supuesto una prueba para Karzai: ¿puede el presidente funcionar como líder sin el embajador a su lado? (Ronald Neumann, un diplomático que vivía en Irak, ha sido el elegido para sustituir a Jalilzad). Karzai todavía debe encontrar la manera de equilibrar sus instintos conciliadores -las cualidades que le hacen genuinamente agradable- con la necesidad de ser lo bastante duro como para enfrentarse a los jefes militares y a los narcotraficantes y hacer que Afganistán sea verdaderamente independiente de Estados Unidos.

Mientras el equilibro de poder siga en manos estadounidenses, Karzai parecerá débil a sus enemigos, muchos de los cuales creen que se ganaron en el campo de batalla su derecho al poder, y no dudarían en utilizar la fuerza para derrocarle. En vista de ello, la negativa del presidente Bush a ceder a la petición de Karzai de desempeñar un papel en las operaciones militares estadounidenses para guardar las apariencias parece corta de miras. Barnett Rubin, un académico de la Universidad de Nueva York experto en temas afganos, explica: "Karzai es el líder más proestadounidense que puedas encontrar en el mundo musulmán; es decir, está intentando ser un líder. Pero, desde luego, la Administración de Bush no le está ayudando".

En mi última entrevista con Karzai, me comentó que había estado en Tirin Kot el 5 de diciembre de 2001, cuando supo que se convertiría en presidente de Afganistán. "Me dirigía a la cima de la colina, porque tenía muchísimo frío, y dije que subiría y me calentaría. Justo cuando avanzaba, cayó una bomba; las ventanillas, las puertas, todo se desmoronó sobre nosotros, y alcanzó exactamente el lugar adonde yo pretendía ir". Karzai se rió y dijo meneando la cabeza: "Dios es fantástico".

La bomba, un misil estadounidense perdido, hirió a Karzai y mató a ocho personas más. "Las enfermeras me limpiaron la cara de escombros y de sangre", contaba Karzai. "Hubo una llamada, y cuando contesté era Lyse Doucet, de la BBC, con noticias de Bonn. Me dijo: 'Le han elegido para dirigir el Gobierno provisional'. Así que aquél también fue el día en que los talibanes se rindieron. A las nueve o nueve y veinte, la llamada sobre Bonn. A las diez o diez y cuarto, los talibanes se rindieron. Una hora".

Pero luego le pregunté a Karzai cuándo había sentido realmente el poder de la presidencia, y me respondió: "No lo sé, no lo sé. Todavía no noto la diferencia, me siento igual que si estuviese empezando, organizando mítines contra los talibanes, o como si aún siguiera en Tirin Kot. No ha cambiado nada. No me siento presidente u otra cosa. No me preocupa la presidencia o el ser presidente. Me disgusta el poder, me disgusta de verdad. Me refiero a que para mí no existe, no lo siento, ¿sabe? Es una taza".

Sostenía una taza de té en la mano y gesticuló con ella. "Si hay té en ella, disfruto del té".

"¿Pero no de la taza?".

"La noto; no veo el poder. No lo entiendo. No sé lo que es".

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