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El conflicto de Oriente Próximo

Hezbolá ataca una base israelí, mata a ocho soldados y secuestra a otros dos

Olmert responsabiliza al Gobierno libanés de una agresión que considera un "acto de guerra"

La capacidad de contagio del conflicto israelo-palestino irrumpió ayer, una vez más, con toda su fuerza. La milicia libanesa Hezbolá salió en defensa de la asediada Hamás atacando un puesto militar en la frontera israelí. Mató a ocho soldados, capturó a dos y reclamó la liberación de los prisioneros árabes en Israel. Un desastre para el Gobierno hebreo, cuyo primer ministro, Ehud Olmert, consideró el ataque un "acto de guerra" del que responsabilizó al Ejecutivo de Beirut, al que pretende forzar para que desarme a la guerrilla chií. Siria e Irán manifestaron su comprensión con la operación. Todos los ingredientes se concitan para otra escalada violenta, como siempre imprevisible, en Oriente Próximo.

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Poco después de las nueve de la mañana, milicianos chiíes atacaron con armas ligeras, explosivos y cohetes, dos patrullas israelíes. Mataron a tres soldados y capturaron a dos. Minutos después, el Ejército invadió seis kilómetros del territorio libanés, por primera vez desde su retirada en mayo de 2000, y uno de sus tanques fue destrozado por una mina: otros cuatro uniformados perecieron en el acto. El octavo falleció en una operación para tratar de recuperar los cuerpos del blindado.

La respuesta israelí se amplió a varios puentes, una central eléctrica y a puestos de Hezbolá en el sur del país árabe. Al menos un par de milicianos murieron. Los cazabombarderos F-16 sobrevolaron Beirut mientras la población del norte de Israel se resguardaba en los refugios y los combates se extendían a varios puntos de la frontera.

En Hezbolá, los movimientos militares israelíes no causaron mella. Hassan Nasrala, líder del movimiento fundamentalista, integrante del Gobierno libanés, exigió una negociación sobre los miles de prisioneros palestinos y algunos libaneses encarcelados en prisiones de Israel como único camino para resolver el embrollo. Y declaró desafiante: "Los soldados capturados están lejos, lejos. Si creen que los van a rescatar, sueñan. Esta operación constituye una muestra de respaldo a nuestros hermanos palestinos, que a diario son asesinados en medio del silencio del mundo".

Varios Gobiernos occidentales -que apenas protestaron por el destrozo de las centrales eléctricas, los puentes y las conducciones de agua en la franja de Gaza, ni por la detención en masa de casi todos los parlamentarios y ministros de Hamás- exigieron que se ponga en libertad a los militares cautivos. En Gaza, por el contrario, grupos de personas no ocultaban su júbilo y repartían caramelos. Lo mismo sucedía en algunos barrios de Beirut, donde grupos de simpatizantes de Hezbolá expresaron con tiros al aire su alegría por la captura de los uniformados. Aunque también muchas personas pudientes han comenzado a pedir visados para abandonar el país.

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La realidad se impone

Sólo tres meses y medio después de las elecciones legislativas, al Gabinete de Olmert, que ha rechazado por activa y pasiva negociar para cualquier canje de prisioneros por soldados, se le complican sus planes. Poco a poco va relegando su idea de evacuar a los colonos de buena parte de Cisjordania. La realidad en ámbitos muy diferentes se impone abruptamente. El primer ministro reaccionó con una amenaza contra el Gobierno libanés, no contra Hezbolá. "El Gobierno libanés", reza un comunicado del Ministerio de Exteriores, "es responsable de esta agresión sin provocación previa". Y lanzó un llamamiento en la ONU para que haga responsable al Ejecutivo de Beirut por el ataque. Pretende así forzar a Líbano a cumplir la resolución 1559 de la ONU, que estableció en 2004 la retirada de las tropas sirias de Líbano -ya ejecutada- y el desarme de todas las milicias, en referencia a Hezbolá. Por la tarde, el jefe del Comando Norte del Ejército, Udi Adam, añadió: "Nos preparamos para una operación masiva en las profundidades del territorio libanés". Fueron movilizados 6.000 reservistas.

En la frontera de Israel y Líbano, de 160 kilómetros, se respira aire puro y mucha tensión desde hace seis años. Periódicamente brotan enfrentamientos armados. En el lado libanés se multiplican los pequeños puestos de los milicianos, que destruidos una y otra vez vuelven a aparecer ante la mirada de los soldados israelíes; las banderas amarillas de Hezbolá son omnipresentes. En la parte del Estado hebreo, también florecen las bases militares. Los enemigos patrullan en ocasiones codo con codo, separados por las alambradas. "Los vemos a veces a 10 metros de distancia, pero no hablamos con ellos", comentaba en febrero el teniente coronel Morir Amar, jefe de la base de Zarit, atacada ayer por Hezbolá. La mayoría de los uniformados israelíes destacados en los lindes libaneses son árabes drusos, excelentes conocedores del terreno.

Un abismo separa el poder militar israelí del de la guerrilla libanesa. No obstante, el sur de Líbano dista un mundo de la situación que se vive en la franja de Gaza. Los milicianos de Hezbolá están curtidos en mil batallas; fueron responsables de atentados suicidas que acabaron con la vida de cientos de soldados estadounidenses y franceses en los ochenta, en plena guerra civil, y son considerados héroes porque lograron expulsar a las tropas de Israel después de 22 años de ocupación. Sus vínculos con Siria e Irán son de larga data.

Bombardeo israelí contra el pueblo de Rachaya al Fokar, en el sur de Líbano.
Bombardeo israelí contra el pueblo de Rachaya al Fokar, en el sur de Líbano.REUTERS

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