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Tribuna:CATÁSTROFE EN ASIA
Tribuna
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¿Podemos evitar un 'tsunami'?

La respuesta es clara: no podemos. Una vez que un tsunami se ha puesto en movimiento es imposible detenerlo. Sólo para pequeños tsunamis y en zonas concretas como puertos o bahías se puede considerar construir estructuras de defensa. Pero en general, la única posibilidad es intentar salvar el mayor número posible de vidas. Mucho se ha hablado estos días sobre cómo hubieran sido las cosas para las víctimas del maremoto asiático con un sistema de alerta de tsunamis. ¿Pero, qué es y cómo funciona? ¿Qué información puede dar?

Un tsunami es un conjunto de olas generadas cuando se produce un desplazamiento vertical brusco de un cierto volumen de agua. El origen puede ser un terremoto, un deslizamiento en la costa o en el fondo del mar, una erupción volcánica o el impacto de un meteorito. A partir de ese momento, las olas empiezan a propagar la energía que les ha sido transmitida a gran velocidad, alejándose del foco generador. Su velocidad puede llegar a 700 kilómetros por hora y la separación entre una ola y la siguiente puede variar de minutos hasta una hora. A medida que la ola se acerca a la costa, por efecto del fondo, aumenta su altura, superando fácilmente los 12 metros.

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El efecto del fondo y la presencia de islas u otros accidentes geográfico puede hacer que el tsunami cambie de dirección o que acumule más energía en unas zonas de la costa que en otras, con el consiguiente aumento de su altura y capacidad de daño. Su efecto devastador se produce cuando barre e inunda la zona costera. Si nos centramos en los tsunamis de origen sísmico, hay que aclarar varios puntos: ¿Es el terremoto detectado por los sismógrafos capaz de generar un tsunami? ¿Hacia dónde se propagará? ¿Cuánto tiempo tardará en llegar a la costa y con qué energía? ¿Qué zonas inundará? ¿Cuáles deben ser evacuadas y en cuánto tiempo?

Los sistemas de alerta cuentan con varios elementos. El primero es una red de sismógrafos que detectan el sismo. A partir de los datos, y con modelos, se intenta establecer si dicho sismo puede generar un tsunami. Los grandes tsunamis se producen para sismos superiores a una magnitud de 7,5 en la escala de Richter.

El segundo elemento es un sistema de boyas en superficie o de sensores de presión colocados en el fondo que pueden detectar el paso de un tsunami y sus características, aunque, en general, esto sólo es posible cerca de la costa. Esta información se combina con modelos matemáticos que utilizan los datos de generación y la topografía del fondo y de la costa para reproducir, con ayuda de ordenadores, cómo se va a propagar el tsunami. Los modelos permiten predecir la velocidad de propagación, la dirección y la energía en la costa; a partir de esto se puede determinar qué zonas van a verse inundadas.

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Con esta información se puede alertar a la población. El tiempo para ello depende del foco del tsunami, de las condiciones de marea, del tipo de costa y de los medios disponibles para la evacuación. Pero todavía no se ha alcanzado el nivel de fiabilidad deseado. Desde la puesta en marcha del centro de alerta de tsunamis que EE UU tiene en el Pacífico, el 70% de las alarmas han sido falsas, lo que provoca una pérdida de confianza de la población en estos sistemas.

España no está exenta de peligro de tsunamis, pero la frecuencia es bastante baja tanto en la cuenca mediterránea como en el Atlántico. Se puede decir que en nuestra cuenca mediterránea, cada 250 años aproximadamente, es esperable un terremoto de magnitud suficiente para generar un tsunami relevante. También es activa la zona entre Gibraltar y las Azores, como mostró el tsunami que destruyó parte de Lisboa y afectó a las costas de Cádiz y Huelva en 1755. Dada la pequeña dimensión de la cuenca mediterránea, el tiempo de respuesta para tsunamis generados en la zona de Argelia y cercanas es muy limitado (menos de una hora), lo que exigirá sistemas de alerta muy eficientes. Su implantación no está exenta de retos científico-tecnológicos, pero abordables.

Aunque la ciencia y la tecnología pueden ayudarnos a prepararnos para afrontar lo inevitable, no bastan para salvar vidas. Quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones y de facilitar los recursos deben poner en marcha iniciativas para paliar, en la medida de lo posible, con sistemas de alerta, catástrofes como la recientemente ocurrida. Esto, sumado a la concienciación de la población que puede ser afectada por tsunamis para que se familiarice con el riesgo y los planes de evacuación, son, a día de hoy, nuestras únicas armas de defensa.

Íñigo J. Losada Rodríguez es catedrático de Ingeniería Oceanográfica y de Costas (Universidad de Cantabria

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