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La ciudad del millón de murallas

Bagdad, cuarteada por los controles, vive un leve descenso de la violencia

En Adhamiya, uno de los escenarios de las matanzas sectarias entre milicias radicales suníes y chiíes que costaron la vida a miles de civiles, se respira el miedo. Es igual que en el resto de Bagdad, una ciudad amurallada no frente a un enemigo exterior, como en la Edad Media, sino por dentro, con barrios que se protegen de otros barrios con kilómetros de muros de hormigón y regando sus calles de obstáculos. Desde el aire es un laberinto, el mapa político de un desastre que tras cuatro años de viajar en dirección errada parece haber hallado una salida.

Sólo se accede a los distritos a través de controles de seguridad. Los hay de todos los uniformes, rigores y eficacias: Ejército, Policía Nacional e Hijos de Irak, milicias de autodefensa creadas en las zonas suníes y que son uno de los factores del descenso de la violencia. Dentro de esas burbujas de relativa paz, la vida florece: niños con mochila escolar, mujeres hacia el mercado, hombres ociosos acodados en las teterías... Incluso los columpios del parque de Adhamiya Sur se llenan al atardecer de normalidad.

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"Nadie quiere quitar los muros", dice el capitán Todd Allison, del 68º Regimiento Mecanizado de la IV División de Infantería, que patrulla en Adhamiya Este, una zona peligrosa limítrofe con Ciudad Sáder. "Han permitido, junto al aumento de tropas, la reducción de la violencia. El cambio ha sido tremendo en un año". Los muros complican los movimientos de Al Qaeda en Irak y de los grupos especiales chiíes (escisiones del Ejército del Mahdi de Múqtada al Sáder), las dos grandes amenazas. También complican el suministro de armas y explosivos. Pero existen voces críticas, las de los que deben dar un rodeo para ir a la compra y al trabajo. No piden su retirada, sólo la apertura de más zonas de paso.

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La audaz estrategia del general David Petraeus en estos 16 meses ha funcionado: más tropas, asegurar la capital y el empleo en la lucha contra Al Qaeda de los Hijos de Irak, algunos de ellos antiguos insurgentes que cambiaron de bando. En febrero de este año hubo 44 atentados con coche bomba en Bagdad. En los últimos 15 días, dos, aunque graves. Las víctimas de la violencia sectaria se han reducido de 35 diarios en febrero a cinco en noviembre. En octubre hubo 16 atentados suicidas en el país, lejos de los 59 de marzo, según los datos del Ejército de EE UU publicados por The New York Times.

Los críticos advierten de que la reducción de muertos se debe a que ya no queda casi nadie que matar, y que tanto chiíes como suníes viven en barrios confesionalmente puros. Datos de la Media Luna Roja contra el exceso de triunfalismo: apenas ha regresado a sus casas el 1,5% del millón y medio de bagdadíes desplazados. En todo el país son cuatro millones.

"La mejora del Ejército iraquí ha sido espectacular en 12 meses", sostiene un oficial estadounidense, "pero les faltan medios tecnológicos para desarrollar un buen espionaje". Militares de menor rango advierten de que los cuerpos de seguridad están viciados por las lacras del nuevo Irak: la corrupción y la obediencia a su organización política o religiosa. No hay visión nacional.

Desde que empezó este mes de noviembre han muerto 16 militares norteamericanos frente a la ausencia de bajas en octubre (4.207 desde la invasión). Los problemas más serios se concentran en Nínive y Dyala, donde restos de Al Qaeda en Irak se mantienen activos. En las últimas semanas se han producido dos atentados con numerosos muertos en Bagdad, uno de ellos en Adhamiya; otro, al lado de la amuralladísima Zona Verde, donde se concentran las embajadas principales y el Gobierno de Irak. "Es un paso hacia atrás, pero no puede empañar los inmensos pasos hacia adelante que hemos dado en los últimos 16 meses", dice el capitán Allison.

La duda es si la mejora es firme o cosmética, si depende del incremento en 30.000 tropas estadounidenses en febrero de 2007. Bagdad como símbolo de la mejora, pero también como metáfora de los inmensos problemas que aguardan.

Irak no es un país en paz, es una sociedad bañada en odios y temores. "Los muros se podrán retirar cuando tengamos un Gobierno fuerte y la gente tema a la ley. Maliki, que es un buen tipo, ha hecho la mitad del trabajo; el futuro primer ministro tendrá que hacer el otro medio", asegura Mustafá Kasim mostrando orgulloso su carné de viejo capitán del Ejército de Sadam Husein.

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