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Ola de cambio en el mundo árabe

La crisis económica socava la transición en Egipto

El sector turístico se ha hundido y la actividad privada se ha ralentizado tras la revuelta del 25 de enero

No es fácil encontrar en El Cairo a alguien que reconozca añorar a Hosni Mubarak. Egipto vive en plena efervescencia, con grandes esperanzas en el futuro. Pero la revolución iniciada el 25 de enero está resultando muy cara. El crecimiento económico se ha frenado, el turismo ha huido y solo la ayuda financiera internacional permite que el país resista el tránsito desde una dictadura a, si todo sale bien, una democracia imperfecta.

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han aportado préstamos por unos 4.300 millones de euros. El Banco Islámico de Desarrollo ha prestado otros 2.400 millones. Eso ha permitido al Gobierno provisional elaborar un presupuesto que cubre las medidas de choque adoptadas para evitar un cataclismo social: creación de 450.000 nuevos empleos públicos (el Estado ya ocupa al 30% de la población) y aumento de las ayudas a los sectores más pobres, fundamentalmente subvenciones al precio del pan. El crecimiento económico fue del 6% en 2010; para el actual ejercicio, el Ejecutivo confía en alcanzar el 2%, aunque las estimaciones privadas lo rebajan hasta el 1% o incluso menos.

El FMI y el Banco Mundial han aportado préstamos de 4.300 millones
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La economía egipcia es, tras las medidas de apertura impulsadas por Mubarak, una paradoja neoliberal. Por volumen, figura entre las 30 mayores del mundo. Cuenta con corporaciones gigantescas, como Orascom. Pero 40 millones de personas, la mitad de la población, viven con dos dólares diarios o menos. Eso explica que, pese a la crisis, el desempleo apenas suba del 10%: hay quien trabaja por una simple comida diaria y alguna propina.

Durante las semanas revolucionarias solo se habló de libertad, de dignidad, de política. Ahora hay asambleas laborales casi permanentes en las empresas y la economía se ha hecho prioritaria. En las elecciones generales previstas para septiembre, el bolsillo de los votantes puede pesar tanto como las posiciones ideológicas.

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Los principales partidos ya han tomado posiciones. Los Hermanos Musulmanes, que han sufrido escisiones centristas y pueden no ser tan fuertes como se supone (han propuesto la formación de una lista única de todos los partidos para asegurar la pluralidad en el Parlamento constituyente, pero quizá también para evitar el riesgo de un resultado peor de lo previsto), se centran en la solidaridad y el aumento de impuestos. Proponen que la población musulmana (más del 80%) pague un 2,5% de sus ingresos, cumpliendo la obligación religiosa de caridad, a un fondo estatal dedicado a crear empleo público e infraestructuras sociales.

Como oponente de los Hermanos Musulmanes se perfila Naguib Sawiris, el hombre más rico de Egipto, que acaba de fundar un partido liberal. Sawiris, de religión cristiana, espera heredar la red de clientelismo del extinto Partido Nacional Democrático de Mubarak y dar un nuevo impulso a las políticas de privatización y liberalización, con reducciones de impuestos y de subvenciones sociales. En las últimas encuestas, el 15% declara que votará a los Hermanos Musulmanes y el 10%, a los posmubarakistas; el resto no se decide o no contesta.

Los problemas económicos son muy agudos en el sector privado, parcialmente paralizado por la campaña anticorrupción lanzada por el Gobierno: gran parte de las más recientes inversiones inmobiliarias y energéticas se realizaron de forma ilegal, con sobornos a técnicos y autoridades políticas, porque con Mubarak era así como se hacían las cosas.

El desplome más brutal, en cualquier caso, es el del turismo. Desde que a finales de enero hubo que evacuar a casi un millón de turistas, atemorizados por la convulsión política y la violencia callejera, los visitantes extranjeros (14 millones el año pasado) se han convertido en una rareza. Los turistas clásicos, de viaje organizado y excursiones en autocar, se han esfumado casi por completo. La ocupación hotelera es del 20%, las tarifas han bajado de forma notable (se encuentra una habitación espléndida con vistas al Nilo en un hotel de lujo por menos de 100 euros diarios), han sido cancelados muchos cruceros y no es raro que las pirámides, hasta hace poco siempre rodeadas por una multitud de turistas y buscones locales, estén desiertas. Solo resiste el turismo que menos margen reporta, el de quienes se hospedan en locales baratos y acuden para ver la plaza de Tahrir y un país en pleno cambio.

El turismo obtuvo en 2010 unos ingresos de 10.500 millones de euros y empleó al 12% de la población. Por el momento, y a la espera de cómo evolucionan las reservas para la temporada alta invernal, en 2011 apenas dará beneficios. Tampoco llegarán las remesas de los 1,5 millones de emigrantes a Libia, casi todos retornados a Egipto por la guerra.

Manifestación contra el Gobierno en la plaza egipcia de Tahrir, el pasado febrero.
Manifestación contra el Gobierno en la plaza egipcia de Tahrir, el pasado febrero.LEFTERIS PITARAKIS (AP)

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