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Reportaje:

La paranoia es ley en Myanmar

La Junta Militar dicta normas para los detalles más nimios

Francisco Peregil

En las gasolineras de Myanmar, junto a los carteles de prohibido fumar aparece siempre otro similar sobre hacer fotos. ¿Por qué? En este país, que se llamaba Birmania hasta 1989, hay cosas a las que cuesta encontrarles un fundamento. ¿Por qué la Junta Militar restringió la entrada de ayuda humanitaria tras el ciclón del 3 de mayo que mató a más de 77.000 personas? ¿Por qué sigue impidiendo la entrada de periodistas y cooperantes extranjeros? ¿Por qué decidió hace tres años construir una nueva capital a ocho horas en coche desde Yangon, trasladar allí la sede de todos los organismos oficiales y crear viviendas de lujo para miles de funcionarios?

Hay cuestiones menos graves, pero no menos absurdas: ¿Por qué desde 2003 decidieron limitar el uso de tarjetas de crédito? ¿Por qué en una ciudad de más de cinco millones de habitantes como Yangon se multa con el equivalente a 13 euros (un médico gana 51 euros al mes y un profesor de universidad, 25) a quien toque la bocina? En el resto de ciudades está permitido tocarla. Y en la carretera principal hay que tocarla a cada 10 metros si no se quiere atropellar a cualquier usuario de moto o bicicleta, los medios de locomoción más usados.

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Para encontrarle un sentido a lo de las gasolineras circulan dos teorías. La primera obedece a una explicación técnica semejante a la que lleva en tantas partes del mundo a prohibir el uso de los móviles o encender la radio del coche para evitar que afecten a las máquinas expendedoras de combustible. Claro que se puede alegar que las gasolineras no suelen estar saturadas de gente haciéndose fotos.

La segunda teoría explica por qué una cámara no puede distorsionar el funcionamiento de las máquinas expendedoras, con sus pistolas y esas bolitas de colores que se mueven mientras el combustible fluye: "En realidad", razona un taxista, "lo único que se pretende es que no se vea en el exterior la forma en que se despacha en muchos lugares la gasolina, que no es con ninguna goma, ni máquina, ni pistola, sino con un bidón que tiene grifo. Se abre el grifo, el líquido cae en una jarra y con ésta y la ayuda de un embudo se echa en el coche".

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En la carretera principal del país, la que va desde Yangon a Mandalay, casi todas las estaciones de servicio visitadas funcionaban con el mismo sistema. Si ésa es la razón paranoica del Gobierno, entonces será más fácil de entender por qué en la gran mayoría de los teléfonos del país no es posible establecer comunicación con el extranjero. La teoría paranoica ayuda a explicar por qué la Junta Militar concede licencias de móviles con cuentagotas y, sobre todo, por qué no se ha permitido la entrada de ningún extranjero en la zona afectada por el ciclón.

El Gobierno pretende controlar gran parte de la vida cotidiana de sus 53 millones de habitantes. Hasta el punto de que si alguien decide dormir en la casa de un amigo en el pueblo de al lado, éste tiene que informar del nombre de su invitado a la policía. De lo contrario, se arriesga a tener problemas. Y los informantes están por todas partes.

Un niño birmano come en el monasterio en el que se refugió tras el paso del ciclón.
Un niño birmano come en el monasterio en el que se refugió tras el paso del ciclón.AFP

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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