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Elecciones 27M

Bagdad arriba, Europa abajo

Un periodista de guerra recorre en taxi la M-30 el día de su última inauguración

Ramón Lobo

Hay una parte de Madrid que parece un teatro al revés. En sus tripas esconde el escenario más elegante -25 kilómetros de modernos y hermosos túneles (aunque aún quedan operarios puliendo la posinauguración)-; y en la superficie muestra lo más feo, lo que se acumula detrás del decorado: máquinas, andamiajes y tramoyistas.

En la superficie hay otro mundo: un espacio en guerra, un frente de lucha sobre un río-víctima
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Vivaldi y lágrimas en el túnel

En las veras de lo que debió de ser el río Manzanares, hoy un hilillo de agua pardusca en espera de una resurrección, no hay pájaros -huyeron de los traqueteos, como los de Valencia escaparon de las cadenas de los carros de combate en el 23-F-, ni multitud de carteles de se vende colgados de los balcones de las viviendas (quizá en espera de un pelotazo inmobiliario después de tanta paciencia).

Ignacio, un taxista de 61 años que no escucha la COPE, recorre los nuevos túneles de la M-30 -que toda ella se ha mudado al poco poético nombre de Calle 30- descodificando señales y carteles repletos de cifras y nombres: Badajoz, A-5; Toledo, A-42. "Hay que estar muy atento porque te pierdes con facilidad. El otro día me equivoqué con una señora y acabamos en la carretera de Valencia", dice el taxista. "Después, ella me comentó: '¡Esto ha quedado muy bien y después se meten ustedes con Gallardón!".

Los letreros luminosos (la mayoría de los del tramo inaugurado ayer estaban apagados) marcan 70 de límite de velocidad. Ignacio es el único que no lo supera. Le adelantan coches, camiones y hasta una apresurada patrulla de la policía municipal. "Cuando pongan los radares se van a forrar. Sólo con las multas podrán pagar todo esto en dos días".

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La obra es faraónica. Dos, tres y cuatro carriles y una buena iluminación (excesiva en algunas incorporaciones, como la de Marqués de Vadillo). El ruido de los extractores de aire (¿o se llaman purificadores?) es constante. Ni todo ese runrún mecánico puede con la radio a todo volumen de un horterilla que viaja con la ventana baja y música máquina a bordo. En los lados de los túneles se suceden las salidas de emergencia y hay zonas para que estacionen los vehículos averiados. Pese a ello, angustia pensar en un gran atasco.

El asfalto del llamado bypass sur (¿quién diablos eligió el nombre?) está bastante sucio: regado de pegotes de tierra y manchas de aceite o gasolina. En algunas entradas se acumula un polvillo peligroso. La M-30 enterrada (dentro funciona el teléfono móvil aunque dicen que no el GPS; Ignacio, el taxista sin COPE, no lo usa) tiene un punto negro en dirección Este. El cartel indica el desvío de la calle O'Donnell, pero la maniobra hacia la derecha resulta arriesgada por la cantidad de carriles a cruzar y la prisa de los conductores. "Hay que ser un poco suicida para conseguirlo", se queja el taxista que fracasa en el primer intento y termina por dar la vuelta delante del tanatorio, junto a la mezquita blanca.

Encima de los modernos túneles, de esa Europa subterránea y modernísima, hay otro mundo: una superficie en guerra, un frente de lucha sobre un río-víctima. Una zona desangelada y polvorienta. Una especie de Bagdad en reconstrucción frenética. Allí, detrás del escenario que está a la vista trabajan cientos de personas con un vínculo común: son inmigrantes. Una babel de lenguas y acentos latinoamericanos (prima el de Ecuador) y de subcontratas que mudan de logo y de uniforme cada pocos metros. "El único español es el que lleva las manos en los bolsillos y grita mucho. Es el jefe", dice Manuel, que vive en el 69 de la avenida de Portugal.

En la glorieta de Pirámides, un tipo sentado en un Smart de la concejalía de Medio Ambiente se encarga de medir los ruidos. Del techo brota un tubo-antena que lo capta todo. El hombre resuelve ensimismado un sudoku y escucha música por los auriculares del MP3 en espera de que el trabajo lo haga el ordenador. "No me encargo del ruido de las obras, sino el del tráfico", explica. En el paseo de Yeserías, una caseta de Urbanismo se anuncia como Punto de Atención al Ciudadano. Un rumano que vigila la obra comenta: "Es un punto de desinformación. Lleva tres semanas cerrado".

El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, pasea por el <b><i>bypass</b></i> sur, último túnel de la M-30 en ser inaugurado.
El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, pasea por el bypass sur, último túnel de la M-30 en ser inaugurado.GORKA LEJARCEGI

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