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Reportaje:EL LÍDER CONSERVADOR BRITÁNICO

El enigma inglés

David Donald William Cameron, de 44 años, es la gran esperanza electoral de los conservadores británicos y un misterio para muchos votantes

El viernes 7 de mayo de 2010, David Donald William Cameron, de 44 años, podría estar cruzando a media mañana el umbral del número 10 de Downing Street como nuevo primer ministro del Reino Unido. Para que eso sea verdad han de ocurrir dos cosas: primero, que las elecciones generales británicas se hayan celebrado el día anterior, como vaticinan todos los analistas; segundo, que el Partido Conservador consiga en ellas una holgada mayoría, algo que parecía indiscutible hace cuatro o cinco meses, pero que ahora, aunque sigue siendo posible, e incluso probable, las encuestas ponen en cuestión.

Quizá la persona menos sorprendida de la irrupción de David Cameron en el escenario político británico sea el propio David Cameron. Hace no tanto tiempo, sólo un puñado de periodistas financieros sabían quién era: un relaciones públicas de Carlton TV del que tenían una opinión más bien negativa. Lo que no sabían es que en aquel joven más bien altanero y no siempre dispuesto a decir la verdad -desde luego, no toda la verdad- anidaba ya la secreta ambición de ser primer ministro. De hecho, si estaba trabajando en Carlton TV no era porque le interesaran en especial el mundo de la televisión o de las relaciones públicas, sino porque sabía que difícilmente sería candidato a diputado por el Partido Conservador si su único bagaje era un origen acomodado, unos estudios privilegiados y una experiencia laboral limitada al Servicio de Estudios del partido y a haber asesorado a un par de ministros tories. Tenía que trabajar en una empresa privada.

"La gran pregunta sobre Cameron es: ¿sabe la gente realmente qué quiere hacer con el país?", subraya Parker
"Quedó impresionado de la forma en que Blair transformó el Partido Laborista", dice su biógrafo Hanning
La muerte de su hijo Ivan, gravemente discapacitado, le humanizó, opinan los que conocen a Cameron
Un sector de la prensa le considera un mero relaciones públicas. Algunos le acusan de faltar a la verdad
Cameron tiene las cualidades necesarias para ser primer ministro, opina el ex ministro Garel-Jones
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Casi nada es improvisado o accesorio en la carrera política de Cameron, al que pocos discuten el intelecto, pero que sigue batallando para convencer a los británicos de que es algo más que un niño bien que ha sabido casarse con la mujer adecuada, dar el salto a la política y al liderazgo tory en el momento justo y aprovechar su fabulosa memoria para hacer ver que improvisa discursos. Es decir, para convencer a los votantes de que si ha protagonizado una carrera meteórica es porque se equivocan quienes le acusan de ser un mago de la presentación, pero un político con muy poca sustancia.

"Es increíblemente tranquilo, sereno, privilegiado. Se crió en Berkshire en una familia clásica y muy estable. Es constante, tiene una enorme estabilidad y una inmensa confianza en sí mismo. No es arrogancia, no es soberbia, pero es increíblemente seguro", explica James Hanning, director adjunto del diario The Independent on Sunday y autor, junto al periodista del Times Francis Elliott, de la detallada biografía Cameron, the rise of the new conservative".

El joven David mostró ya en su infancia un gran espíritu competitivo y una fuerte predilección por el debate intelectual. Ha gozado desde siempre de una educación privilegiada. Primero en Heatherdown (1974-1979), el colegio en el que se formaron los príncipes Andrés y Eduardo, hermanos del príncipe de Gales. Luego en Eton (1979-1984), la elitista escuela que ha acogido a la crema de la clase alta británica y de la que han salido 18 primeros ministros del Reino Unido. Finalmente, en Oxford (1985-1988), en el Brasenose College, donde se graduó en Filosofía, Políticas y Economía.

"Es muy inteligente. Ha leído mucho. Su tutor en Oxford, amigo mío, me dijo que Cameron es uno de los estudiantes más inteligentes que ha tenido, pero que no quería que se le notara, algo muy típico de un ex alumno de Eton", explica lord Oakeshott, portavoz económico de los liberales-demócratas en la Cámara de los Lores.

Que Cameron no quisiera destacar no significa que le faltara ambición. "Siempre ha querido ser primer ministro. Y esa ambición no siempre ha sido bien aceptada porque en la clase alta parecer ambicioso se considera poco presentable", explica Hanning. "Estudia mucho. Lo conoce todo sobre política y los primeros ministros. Estudió mucho a Blair y quedó impresionado por la manera en que transformó el Partido Laborista. Aprendió mucho de él", asegura.

Casi todo en la vida de Cameron ha estado condicionado por su ambición de llegar a Downing Street. Estando en Oxford aceptó una invitación para ingresar en el polémico y muy elitista Bullingdon Club, no porque le atrajeran los excesos y la extravagancia de sus miembros, sino para ampliar su red de conexiones sociales. Allí conoció a Boris Johnson, alcalde de Londres y su mayor rival potencial hoy en el Partido Conservador. De ellos se dice que sólo tienen en común la ambición y su estancia en Oxford y que el uno nunca ha entendido la popularidad del otro.

Otra señal de las aspiraciones de Cameron es que antes de proponerle matrimonio a la que acabaría siendo su mujer se aseguró de que ella no se opondría a su carrera política. Samantha Gwendoline Sheffield es de familia aún más rica que él y de más alta alcurnia: su padre es sir Reginald Adrian Berkeley Sheffield, octavo barón Sheffield, un terrateniente cuyo árbol genealógico se extiende a las Cruzadas y desciende de un hijo ilegítimo del rey Carlos II; su madre es Annabel Lucy Veronica Jones. El matrimonio tuvo dos niñas, pero duró poco, tres años, y Annabel se casó luego con William Waldorf Astor, cuarto vizconde Astor.

James Hanning asegura que, pese a sus orígenes, Samantha siempre ha tenido los pies en el suelo y "es más bohemia que él". "Estudió arte. Se crió en un ambiente más liberal que Cameron, quizá porque sus padres se divorciaron tan pronto. Samantha ha tenido una gran influencia sobre él en su actitud sobre la cuestión gay. A ella no le interesa la política de partidos. Considera el trabajo de él como eso, como un trabajo. No le excita demasiado que vaya a ser primer ministro y lo que realmente espera de su marido es que cuide de los niños", revela. "Hace un par de años, cuando la pareja se estaba mudando de vuelta a casa después de una reforma, un vecino le comentó que la próxima mudanza sería a Downing Street, y ella le contestó: 'I fucking hope not!", que en castellano equivaldría a algo así como "no me jodas, espero que no".

"Cameron tiene una cabeza muy buena, pero su problema es que casi toda su carrera ha transcurrido en la política. Incluso cuando tuvo un trabajo fuera, era en relaciones públicas. Es decir, no tiene experiencia sobre el mundo real, los problemas de la mayoría de los británicos", afirma lord Oakeshott. "Ha estado casi siempre sumergido en la burbuja de Westminster. Nunca ha sido sometido a prueba como gestor. Ni siquiera tiene experiencia ministerial y sería un primer ministro muy inexperto para los estándares británicos. Obviamente, es muy duro, implacable en la toma de decisiones y muy astuto en las relaciones públicas, su especialidad. Pero, ¿en qué cree realmente? Es muy difícil decirlo", concluye.

"La prensa y sus críticos dicen que no ha hecho nada, aparte de hacer de político", le defiende Hanning. "Le identifican con un relaciones públicas, o sea, con algo falso, todo presentación, apariencia, spin. Es muy bueno en la presentación, pero detrás de eso hay una persona muy seria. Es muy bueno cuando está bajo presión. Es mentalmente muy duro. Su hermano Alex tiene mucho talento, pero le falta el carácter de acero de David", asegura. "Pero nadie sabe por qué está en política y qué puede hacer. Y eso es un problema de verdad porque él mismo no sabe qué contestar a esa pregunta. Habla de valores muy genéricos", reconoce Hanning.

De su paso por Carlton TV aprendió la dificultad de las relaciones con la prensa y los peligros de mentir a un periodista. O de que éste crea que le han mentido. Jeff Randall, un prestigioso periodista financiero de The Daily Telegraph que una vez se sintió engañado por Cameron, escribió en una ocasión: "A juzgar por mi experiencia, Cameron nunca da una respuesta directa si tiene la posibilidad plausible de disimular, lo cual le convierte seguramente en un candidato perfecto para el papel al que aspira: sucesor de Tony Blair". "¿Quién es Jeff Randall?", se preguntó retóricamente Cameron. "Una persona sin importancia", se contestó a sí mismo.

Ian King, responsable de Economía del tabloide The Sun, escribió el día antes de que Cameron fuera elegido líder conservador: "Como otros periodistas financieros, tuve la desgracia de tratar con Cameron a mediados de los noventa, cuando era relaciones públicas de Carlton, la peor compañía de televisión del mundo. Era un individuo venenoso y resbaladizo. Entonces no era el hombre de suaves formas que pretende ser ahora. Era un pelota y un matón, trataba con desprecio a los periodistas que escribían cosas negativas sobre Carlton y le encantaba humillar a la gente".

Sean correctas o exageradas esas descripciones, los biógrafos de Cameron sostienen que la tragedia que rodeó la corta vida de su primer hijo, Ivan, contribuyó a humanizarle. Ivan nació en 2002 con graves problemas cerebrales que le dejaron prácticamente paralítico y con constantes ataques de epilepsia que con el tiempo aumentaron en frecuencia y agudeza. David y Samantha se turnaban durmiendo en el hospital durante esos ataques y aprendieron la dureza de cuidar de un hijo seriamente discapacitado. Eso suavizó el carácter arrogante del joven diputado. Le enseñó también la importancia de la sanidad pública. Ivan murió el 25 de febrero de 2009.

"Hay ciertas cualidades objetivas que uno necesita para ser primer ministro o presidente", sostiene Tristan Garel-Jones, diputado y ministro conservador en tiempos de Margaret Thatcher y John Major. "Uno, necesitas una buena cabeza. Dos, buena capacidad de comunicar. Tres, estar personalmente en sintonía con los tiempos que corren en tu propio país. Y creo que en todas esas condiciones saca una nota muy alta", opina. "Dicho esto, la cualidad esencial que necesita todo líder es judgment, que en español se podría traducir como buen criterio, saber elegir entre distintas opciones", razona.

"Desde luego, como líder de la oposición ha demostrado que tiene eso, pero una vez que te conviertes en primer ministro, la capacidad de buen criterio que has de demostrar no tiene nada que ver con lo que hayas hecho hasta entonces. Es algo que afecta a todo el mundo, no me refiero a Cameron. Por ejemplo, Tony Blair no ejerció ningún cargo de Gobierno hasta que se convirtió en primer ministro, pero en general lo hizo muy bien durante unos años. Y eso es algo que sólo sabes cuando ocurre. Como se dice aquí, no sabes si el pudin está bueno hasta que te lo comes", ironiza Garel-Jones.

"Nunca le he visto perder los nervios, aunque puede ser muy seco si las cosas no se han hecho como él esperaba", explica un miembro de su equipo de prensa que prefiere no ser identificado. "Alguna vez puede tener acceso de ira, pero he estado en muchas reuniones presididas por él y las lleva muy bien. Escucha a la gente con gran atención y modifica sus puntos de vista cuando alguien hace aportaciones que considera interesantes. Tiene un gran sentido del humor, por cierto: es muy, muy rápido, y es capaz de ver el lado divertido de las cosas", asegura.

"Como político creo que tiene el potencial de ser un primer ministro excepcional", opina George Parker, responsable de Política del Financial Times. "Su carácter y su personalidad se adaptan muy bien a un primer ministro. Está encantado consigo mismo. Es abierto, optimista, bueno comunicando. Tiene alrededor un equipo que está feliz con él y es también bueno tomando decisiones en los momentos difíciles", añade. "Cuando en 2007 Gordon Brown estuvo a punto de convocar elecciones anticipadas y los tories estaban 10 puntos por detrás de los laboristas, Cameron hizo aquel famoso discurso en Blackpool, sin notas, y consiguió cambiar la situación".

Aquel discurso deslumbró a muchos, pero dio también argumentos a quienes le acusan de primar la forma sobre el fondo. A fin de cuentas, aquélla era la cuarta vez que improvisaba un discurso aprendido casi de memoria. Lo había hecho ya con éxito en 2001 para convencer a las bases tories de la circunscripción de Witney de que le eligieran a él como candidato a diputado. Lo volvió a hacer en septiembre de 2005 al presentar ante la prensa su candidatura al liderazgo del partido. Y, otra vez, unas semanas después ante el congreso tory para persuadir al partido de que él sería el mejor líder. Y les convenció. Sin embargo, es un recurso que ya no tiene impacto. Cameron volvió a refugiarse en él hace tres semanas, cuando el congreso de primavera del Partido Conservador se vio ensombrecido por la alarmante noticia de que los laboristas se habían situado a tan sólo dos puntos de distancia en las encuestas. Los analistas coincidieron en que esta vez el hablar sin notas no aumentó el crédito del líder conservador.

"La gran pregunta sobre Cameron es: ¿sabe la gente realmente qué quiere hacer con el país?", subraya Parker. "Ha sido capaz de cambiar el clima político, y eso es una cualidad importante. Pero su problema, un poco como con Obama, es que no basta con hacer que la gente se sienta mejor. Tienes que tener un programa de Gobierno. Creo que es capaz de gestionar una Administración, ¿pero va a tener la audacia de tomar decisiones valientes y que la Gran Bretaña de Cameron tenga una identidad clara?", se pregunta, dejando la respuesta en el aire.

Las dudas son especialmente agudas en política económica y exterior. Los tories han ido dando vaivenes en sus promesas de recortes inmediatos del gasto público si llegan al poder. Algo que choca con la posición del Gobierno actual y de instituciones como el FMI, que defienden que la fragilidad de la recuperación económica aconseja dejar para más adelante esos recortes.

"Tiene que haber un plan coherente sobre cómo resolver el problema del déficit fiscal, pero eso es muy diferente de decir que tienen que empezar a recortar gasto inmediatamente", sostiene Martin Weale, director del Instituto Nacional de Investigación Económica y Social. "A corto plazo, probablemente la gente confiará en los conservadores. Pero la dificultad que tendrán que afrontar, o que los laboristas tendrían que afrontar si son elegidos, son los recortes presupuestarios. Y los dos partidos han agravado de alguna manera ese problema al hablar de las áreas que quieren proteger, cuando lo lógico es que haya recortes en todas las áreas. Creo que habrá problemas ahí y que al final del proceso la gente va a sentir que el Gobierno conservador ha perdido la confianza", augura.

En política exterior, Cameron es un euroescéptico confeso. En 2005, cuando optaba al liderazgo conservador, se comprometió a retirar a los eurodiputados tories del Partido Popular Europeo (PPE). No lo dijo tanto para acreditar sus credenciales antieuropeas como para socavar al rival que más temía, Liam Fox, un neocon que había hecho ya esa misma promesa a las bases conservadoras para que le eligieran a él como nuevo líder.

Cameron ha tardado cuatro años en cumplir ese compromiso, pero lo ha hecho. Al liberal-demócrata lord Oakeshott esa decisión le parece "espantosa". "Le ha dado la espalda al partido de Merkel, de Sarkozy, de los respetables partidos conservadores en España, Suecia y los demás Estados miembros para acompañar a una horrible extrema derecha de los nuevos socios de Europa del Este. Desvincularse de los que tendrían que ser sus aliados naturales si llega a ser primer ministro es muy perjudicial para Gran Bretaña y para Europa", añade.

La opinión de los liberales es importante porque si Cameron gana las elecciones, pero no alcanza la mayoría absoluta, algo que cada vez más parece posible, podría depender de ellos para lograr ser primer ministro. "Si Cameron persiste en esas posiciones eurofóbicas, va a hacer muy difícil la cooperación con los liberales-demócratas. Su eurofobia y la negativa a reformar el actual sistema electoral son asuntos muy tóxicos para nosotros", advierte.

Los comentaristas parecen cada vez más convencidos de que si Cameron gana por un margen estrecho, el Reino Unido irá de nuevo a las urnas. Lo que no está claro es quiénes serían los candidatos en esas circunstancias. Gordon Brown ha dejado dicho varias veces que él no dimitiría, aunque parece sobre todo una posición táctica. Pero ¿qué ocurriría con Cameron si desperdicia los 28 puntos de ventaja que llegó a tener en un sondeo de Ipsos-Moris en septiembre de 2008 y no logra la mayoría absoluta? Hay quien piensa que el ambicioso Boris Johnson aprovecharía esos momentos de confusión para dar un golpe palaciego y proponerse como alternativa electoral.

Las posiciones de Cameron sobre el Tratado de Lisboa han provocado también gran controversia. El ala más antieuropea del partido le reprocha que haya renunciado a convocar un referéndum para promover la denuncia del tratado. Pero los más europeístas temen que sus propuestas de renacionalizar varios artículos de los tratados europeos en materia de cooperación judicial y política social y retirar al Reino Unido de la Carta de Derechos Fundamentales le lleve de entrada a chocar con los aliados europeos.

Charles Grant, director del europeísta, pero antifederalista, Centro para la Reforma Europea (CER), le ha aconsejado en una reciente carta abierta que saque "lo que pueda" en materia de opting outs, "pero no pida mucho". Y que concentre su política europea en las negociaciones presupuestarias de 2012 y en evitar que la City de Londres salga perjudicada en las reformas de la industria financiera.

Hay dudas también sobre la sustancia de su reformismo. ¿Es sincero o una pose para atraer el voto centrista? ¿Cuánto hay de convicción y cuánto de oportunismo en su ecologismo o en su defensa de los derechos de los gays, por ejemplo? Los ejemplos no faltan. La fotografía de Cameron yendo al parlamento en bicicleta seguido por un coche oficial que llevaba su maleta y su traje le ha perseguido desde entonces. Pero hay contradicciones mucho más sospechosas sobre su repentina conversión a la modernidad. Por ejemplo, no hace tanto tiempo, en noviembre de 2003, se opuso en los Comunes a la abolición de una ley antihomosexual introducida por los tories en 1988, la famosa sección 28. Menos de tres años después, siendo ya líder de la oposición, se convirtió en un adalid de los derechos de las parejas homosexuales. También suscita dudas su empeño en defender a las madres solteras y al mismo tiempo su propuesta de premiar fiscalmente a los matrimonios.

Otra de las grandes dudas que suscita es hasta qué punto cuenta con el apoyo del partido. Tras 13 años en el ostracismo, los conservadores parecen unidos en torno al hombre que les ha situado en disposición de volver al Gobierno. Pero detrás de esa unidad palpitan tensiones que aparecen y desaparecen de forma episódica, según sople el viento de las encuestas electorales. Y las vacilaciones de los sondeos parecen reflejar las dudas de los votantes: ¿ha cambiado realmente el Partido Conservador o sólo el envoltorio?

"Cameron es un poco como Tony Blair en 1997, cuando Blair no sólo quería modernizar el partido, sino que él mismo era diferente del resto del partido", apunta George Parker. "Hay mucha gente en su partido que quiere reducir impuestos, y sobre todo el impuesto sobre la renta, pelearse con Bruselas, no hacer nada con el medio ambiente. Y eso es un problema. En la medida en que Cameron tenga la imagen de ganador, le seguirán; cuando empiece a haber problemas en el Gobierno, y los habrá, alguna gente querrá que fracase para poder dar un giro a la derecha. Pero lo que está claro es que si los conservadores ganan las elecciones, tendrán muchos diputados nuevos, casi 200, y muchos de ellos se han decidido a entrar en el Partido Conservador porque les gusta David Cameron y su estilo de liderazgo".

Hoy, los tories que discrepan de la agenda reformista de Cameron prefieren guardar los cuchillos. "No quiero que pierda usted el tiempo si lo que busca son críticas a Cameron. No voy a ser crítico porque quiero que mi partido gane las elecciones", espeta de entrada Patrick Mercer, invitando con un gesto al periodista a abandonar la conversación antes de empezarla. Antiguo militar, el diputado Mercer fue purgado por Cameron de su equipo de Gobierno en la sombra por unas difusas acusaciones de racismo que muchos consideraron entonces oportunistas y hasta injustas.

"Voy a ser realista, eso sí, pero, por favor, no espere de mí que sea desleal", concede. Pero sus palabras destilan un profundo escepticismo. "Yo no apoyé a David en las elecciones para elegir líder, pero llevó a cabo una campaña con mucho éxito y acabó convenciendo al partido para que le eligiera a él. Yo estoy en esto para ayudar al Partido Conservador. Si el líder es alguien al que yo no he votado, ¿qué más me da? El líder es el líder. Cuando me pidió que dimitiera de la dirección, alguna gente me dijo: '¿Vas a ser crítico con David Cameron por haber hecho eso?'. Y la respuesta es no. No voy a ser crítico con David Cameron, y tampoco lo era antes. No me gusta, pero no voy a ser crítico. Porque es mi líder. Cuando te adhieres a una organización, las cosas nunca son al 100% de tu gusto. A veces pueden ser incluso opuestas a lo que tú quieres. Pero tienes que ser leal a ella. Y tienes que ser leal a su líder. Fue un periodo difícil para mí, pero deseo profundamente que mi partido gane las elecciones generales. Por el bien del país".

Sea para el bien o para el mal del país, los británicos tienen dudas. Aunque mucho más popular que los tres líderes que le han precedido desde que los conservadores perdieron el poder en 1997 (William Hague, Ian Duncan-Smith y Michael Howard), nunca ha logrado suscitar el entusiasmo que acompañó la llegada de Tony Blair a Downing Street. Quizá porque, en el fondo, David Cameron les sigue pareciendo un enigma.

Cameron y su esposa, Samantha, regresan a casa tras fallecer su hijo Ivan, 
de seis años, en febrero de 2009.
Cameron y su esposa, Samantha, regresan a casa tras fallecer su hijo Ivan, de seis años, en febrero de 2009.REUTERS

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