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Entrevista:EN PORTADA | Entrevista

Unas historias cruzadas

Andrea Aguilar

Una reportera chismosa rebusca en la vida y -literalmente- en el cubo de la basura de Inga en Elegía para un americano (Anagrama), la nueva novela de la escritora norteamericana Siri Hustvedt (Northfield, Minnesota, 1955). Inga, el personaje, es la viuda de un reconocido y famoso novelista. Hustvedt, su creadora, lleva 26 años casada con Paul Auster, el escritor estrella neoyorquino que tanta admiración despierta entre el público europeo. El matrimonio es sinónimo del glamour literario de esa ciudad.

No había ningún cubo de basura a la vista en la entrada de su residencia en Park Slope una tarde del pasado mes de diciembre. Dos coronas de abeto adornaban la puerta de la bonita casa de tres plantas que la pareja de escritores comparte con su hija -la bella y exitosa cantante y actriz Sophie Auster- en uno de los vecindarios más exclusivos de Brooklyn. El salón, de suelo de madera, alfombras persas desgastadas y muebles con un sobrio toque Frank Lloyd Wright, se abre a una sala con dos butacas de respaldo bajo, tapizadas en terciopelo verde claro. Sentada en una de ellas, Hustvedt habla sobre su caricatura del apetito morboso de la prensa. "Es una exageración", sonríe, "pero sí es cierto que la cultura de las celebridades y del escándalo convierte a las personas en objetos, en bienes de consumo".

"Los personajes de mis novelas me hablan cada noche. ¡Es una manera estupenda de irse a dormir!"
"Las memorias y las cartas, eso es lo que quedó de mi padre. Los muertos viven en las palabras que dejan escritas"
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La escritora mide más de un metro ochenta. Esbelta, delicada e intensa, su belleza nórdica le aporta un cierto halo. Tiene algo de hada. Los gestos con los que enfatiza sus palabras son firmes y frágiles. Clava la mirada. Su sonrisa es cálida. Viste un pantalón de pinzas, un jersey de cuello vuelto y una abrigada chaqueta de punto. No hay colores estridentes, ni estampados. Dos pequeños lazos en las bailarinas de ante marrón, acabadas en punta, son el único adorno. Los calcetines, con los que mantiene una lucha para que se mantengan subidos, añaden un toque cómico a las pausas de la conversación.

Hustvedt llegó a la literatura por medio de la poesía. Publicó sus primeros versos adolescentes en The Paris Review. Continuó mientras estudiaba en St. Olaf College y más adelante durante su doctorado en Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia. Escribió la tesis sobre Charles Dickens. A principios de los ochenta conoció a su esposo. "Paul estaba con la novela La invención de la soledad", recuerda. En las décadas siguientes el autor de Trilogía de Nueva York triunfó. "La escritura está en el corazón de nuestra conversación conyugal. Siempre hemos estado el uno en el trabajo del otro y siempre hemos sido el primer lector de la obra de cada uno", explica con naturalidad. Una charla literaria apenas interrumpida por el exterior. "En mis libros, no hay mucho trabajo para el editor. Si no me gustan las sugerencias que tienen que aportar no las sigo. El lector en quien más confío es Paul", afirma tajante.

Ella publicó su primera colección de cuentos a principios de los noventa, pero el amplio reconocimiento de la crítica y el público le llegó con su tercera obra de ficción, Todo cuanto amé (también en Anagrama). Cinco años después Hustvedt regresa con Elegía para un americano y de nuevo asume la voz de un hombre para contar una historia de vivos y muertos, de soledades y encuentros. "La novela", explica, "es una meditación sobre los escritos de los muertos".

La escritora perdió a su padre en febrero de 2003. Pero antes de morir, Lloyd Hustvedt decidió poner por escrito sus recuerdos. Este profesor de Literatura, padre de cuatro niñas, describió en sus memorias la infancia en el medio Oeste en el seno de una familia de inmigrantes noruegos y su lucha en los frentes de Filipinas y Guinea en la Segunda Guerra Mundial. Siri le pidió permiso para trabajar con este material. Así arrancó la nueva novela que concluyó cuatro años y medio después. "Leí las memorias y encontré muchas cosas que no sabía". ¿Qué piensa que le movió a escribir su biografía? "Él sintió la necesidad, la urgencia de dejar contada su historia a sus amigos y familiares, pero creo que según fue pasando el tiempo se dio cuenta de que también las escribía para sí mismo", reflexiona. "Las memorias y las cartas, eso es lo que quedó una vez que falleció mi padre. Los muertos viven en las palabras que dejan escritas".

Erik, el protagonista, es un psiquiatra y psicoanalista, vecino de Brooklyn recientemente divorciado. Tras el funeral de su padre comienza a tomar notas y lee sus memorias. Entre los papeles que encuentra con su hermana Inga hay una enigmática carta que aviva su curiosidad. Le mueve su deseo de atar cabos, de reconstruir desde un nuevo ángulo la figura paterna perdida. "Cuando alguien muere, el deseo natural es buscar a esa persona, las zonas oscuras que no conoces; intentar desentrañar su personalidad. Es un impulso", dice Hustvedt.

El juego de la novela transfiere los recuerdos del padre de la escritora al padre de su personaje de ficción. A partir de ellos se construye el recuento en primera persona de la vida del solitario Erik a lo largo de un año de duelo. Mientras el narrador de la novela trata de recontarse su propia historia y asumir la pérdida, escucha a sus pacientes en terapia; fantasea con su vecina; sufre el inquietante acoso fotográfico del novio de ésta; y brinda su apoyo a su hermana Inga, y a su sobrina. Sus pacientes luchan por encontrar la cordura. La bella inquilina del piso de abajo intenta mantener el equilibrio con el perturbado artista que quiere documentar hasta el extremo su vida. Inga intenta sobreponerse a la doble pérdida de su padre y de su esposo y reconciliarse con oscuras historias del pasado que la chismosa periodista husmea, en busca de carnaza y escándalo. Las historias se entrecruzan entre otras cosas con reflexiones sobre el poder de la narrativa, comentarios sobre la obra de Kierkegaard y discusiones de psiquiatría.

Hustvedt sonríe al confesar que su madre, con quien mantiene una estrecha relación, tras leer dos veces la novela, tuvo una visión doble de su hija. "Ella me dice que piensa que yo soy Inga y Erik, los dos hermanos. Esto me parece bastante justo y adecuado". Con Inga, Siri comparte la condición de mujer-de-un-escritor-archifamoso. El personaje de ficción tiene la sensación de que muchos sólo la reconocen dentro de la órbita de la gran estrella. "Me quejaba y protestaba sobre mi suerte como la olvidada, incomprendida mujer intelectual", le dice Inga a su hermano en la novela. ¿Y cómo son las cosas fuera de la página? "Si no estuviera casada con Paul hubiera sido complicado escribir eso, no sonaría verdadero, igual que tampoco podría haber incluido las experiencias de un soldado en el frente durante la Segunda Guerra Mundial sin los textos de mi padre".

La escritora alude a una necesidad irrefrenable de expresarse como el principal motor del acto creativo. "Hay algo, una urgencia emocional, una premura que te impulsa a escribir y que de alguna manera transfieres a la página. Esto mismo es lo que impulsa al lector a continuar con el libro, a no poder soltarlo. Un escritor siente que tiene que escribir y esto se nota". Las manos de Hustvedt saltan al aire cuando habla de esta fuerza obsesiva. ¿Es la escritura una forma de terapia? "Sí, tiene un lado terapéutico, pero no te cura nada necesariamente", dice.

El trabajo de investigación que llevó a cabo para escribir Elegía de un americano le acercó a la psicología y a la psiquiatría. A raíz de aquello empezó a impartir un taller de escritura a pacientes psiquiátricos. "El conflicto mental puede ser la fuerza que te empuje a escribir. Al fin y al cabo, el conflicto está detrás de toda obra. Mi libro nace a partir de la muerte de mi padre. Esta pérdida te obliga a reexaminar la relación". ¿Qué nueva cara siente que asoma en sus escritos? "Hay un material subconsciente que aparece. Una tía de mi marido me dijo que nunca hubiera imaginado que yo escribiera un libro así. No sé si era un piropo o no", comenta divertida.

Hustvedt comparte con el personaje de Inga los trastornos neurológicos que le han perseguido desde la infancia. "El sistema nervioso, los problemas que padece son los mismos que tengo yo", dice. No le diagnosticaron la migraña hasta los 20 años. Sentía una sensación de levitación trascendental antes del dolor, que luego leyó que es bastante común entre los enfermos. "Es un cambio corporal y físico: el aura. He padecido tremendos ataques". Con el paso del tiempo aprendió a convivir con ellos. A asumir el dolor sin resistencia. En un blog de The New York Times dedicado a este tema, cuenta algunos de los extraños episodios que han precedido la llegada de las terribles cefaleas. En París, durante su luna de miel, se le disparó un brazo hacia arriba y se desplazó súbitamente hacia una pared. Otra vez, vio a un enanito rosa con un buey paseando por el suelo de su habitación. "Fue mi experiencia premigraña más extraordinaria", explica sonriente en su salón.

A sus 53 años, Hustvedt no parece inquietarse lo más mínimo ante estas experiencias. Da la impresión de vivir en perfecta armonía con los paisajes creativos y mentales que escapan a la realidad más tangible. "Los personajes de mis novelas me hablan cada noche antes de dormirme", cuenta tranquila. "Tienen conversaciones entre ellos y esto me ayuda a entender quiénes son. ¡Es una manera estupenda de irse a dormir!". ¿Y siguen hablando después de entrar en las librerías? "No, cuando acabo un libro son suplantados por los nuevos personajes". Mientras tanto, sostiene, la ficción impone sus reglas. "Una historia se genera a sí misma. Los personajes dicen y hacen cosas que tú en principio no podías predecir. El autor pierde poder y la historia se descubre".

Erik, el protagonista de su nueva novela, entró en escena al principio del proceso creativo. Desde el principio vio en él a un "hermano imaginario", un personaje que le permitió examinar las relaciones paterno-filiales desde un nuevo ángulo: el masculino. "Freud acertó de pleno en esto. Quizá no tanto en el caso de las mujeres, pero el asunto de Edipo y la competición con el padre es muy acertado". Elegía para un americano es la segunda novela que Hustvedt narra a través de la voz de un hombre. En Todo cuanto amé se trataba de un señor mayor judío. Esta vez buscó a alguien más joven, más próximo a su contexto. ¿Por qué esta insistencia? "Es muy divertido ser un hombre. Además, al comenzar a leer una historia el sexo está oculto, las palabras en sí mismas no te dicen nada sobre este asunto. Hasta que aparece una referencia directa, la narración en sí misma no te lo indica. Todos tenemos los dos géneros dentro. Al fin y al cabo, todos hemos nacido de un hombre y de una mujer. El mundo de la dualidad sexual no es algo nuevo", sostiene. Pero entonces, ¿por qué asumir una voz masculina? "Quería saber qué implica ser un hombre narrador. En nuestra cultura, una voz masculina tiene más autoridad que la de una mujer. Es divertido asumir esa posición. Las mujeres tienen el poder de la marginalidad, que no debe ser subestimado, pero es diferente. Desde mis principios como escritora he jugado con el travestismo. Me interesa investigar este asunto y jugar con estos roles. ¿Qué es masculino y qué es femenino? ¿Qué significa esto?". En la novela en la que ahora está trabajando sólo aparecen mujeres. Ya tiene el título: El verano sin hombres. ¿Una relectura de la mítica película Mujeres, de Howard Hawks? "Quizá, es probable que aquello haya resonado en este trabajo".

En la novela son recurrentes las reflexiones sobre el poder de la narrativa, las historias que cada cual cuenta para seguir adelante. "Sí, la confesión y la no confesión, lo que uno cuenta y lo que uno calla. El oído en el caso del trabajo de Erik es un eco de todo esto. Los pacientes cuentan y callan, como el padre en sus memorias. El psicólogo es un confesor", explica. Ella no entiende la narrativa como algo fijo sino como un material dinámico, en constante movimiento. "Las historias que nos contamos van cambiando, tienen agujeros. Tratamos de establecer los vínculos que juntan los trozos de la vida, una vida que necesariamente salta por encima de esos huecos. Siempre hay cosas que faltan. Toda historia que nos contamos es un intento de salvar esto". Sostiene Hustvedt que fuera de este hilo queda, por ejemplo, el trauma. "Eso es lo que no se puede incluir en la historia y que nos persigue", afirma. "La neurobiología ha demostrado que los recuerdos traumáticos se almacenan de una manera distinta en nuestro cerebro, no tienen palabras".

¿Y cómo ha cambiado su historia como escritora? "De alguna manera con este libro he retomado algunos de los asuntos que traté en mis primeros poemas. La reiteración de algunas frases; el regreso a un mismo punto; las fugas verbales; un tema eligiendo el siguiente; todo eso está aquí, pero este libro es más elaborado que aquellos versos", reconoce.

Hustvedt se siente más mayor, habla de su experiencia, y en ella incluye no sólo lo vivido sino también lo leído. "Siento que puedo bailar más. Tengo la capacidad de moverme con mayor agilidad, con un marco más amplio. Mi vida interior se ha vuelto más y más gorda. Mi repertorio íntimo es más grande y puedo sacar de él cosas que producen eco, cosas profundas. Ahí también se ven las influencias de otros escritores que se transmutan en tu obra".

Las voces externas, los ecos a los que alude, pueden anegar el propio trabajo. ¿Hay que construir un muro para preservar la voz? A pesar de compartir su vida con un escritor, Hustvedt no ha sentido la necesidad de aislarse, aunque, eso sí, nunca ha compartido el espacio físico de trabajo con su esposo. Ni siquiera al principio. "En el primer apartamento en el que vivimos él tenía su estudio justo encima del mío y yo le escuchaba aporrear su máquina de escribir. El lugar de trabajo es el santuario, donde un libro ocurre o se queda estancado", asegura.

El estudio en el que hoy trabaja está en la tercera planta de su casa. Es amplio y luminoso. Varias pilas de libros y un par de folios desperdigados ocupan parte del suelo. Sobre la mesa un ordenador plateado y un tomo de Dostoievski. Las paredes están forradas con estanterías blancas. En una repisa está enmarcada una foto en blanco y negro de su esposo con sombrero. Junto a ella un dibujo infantil dedicado a "papi y mami".

Hustvedt habla sin tapujos del proceso de trabajo que tiene establecido con Auster. Siempre ha elegido el momento en el que quería enseñarle su trabajo. "Muchas veces ha tardado en llegar y no ha sido hasta que tenía completado un borrador. En el caso de esta novela le enseñé varios trozos y lo único que quería es que me dijera si debía seguir adelante, y él me dijo que continuara". ¿Y a la inversa? "Él me lee en voz alta según va avanzando. Después de la primera lectura del trabajo del otro, hay muchas otras con notas más detalladas".

Unas misteriosas cartas que aparecen tras la muerte del famoso escritor, esposo de Inga, mueven una de las tramas del nuevo libro y hacen salivar a la reportera. ¿Deben dejar rastro los escritores? "Ante esto hay dos posturas. Puedes ser muy protector o por el contrario pensar que ya que estás muerto, qué más da", comenta, y a continuación recuerda con entusiasmo la visita a una exposición de la New York Public Library -donde se encuentra el archivo personal de su esposo-. Allí vio las notas de trabajo de varios autores. "Aquello fue una experiencia maravillosa. De pronto te metes en el trabajo de cada escritor mirando por ejemplo las fichas con las que Nabokov armaba sus novelas. También me impresionaron mucho las cartas de George Eliot que leí hace muchos años. Fueron una auténtica revelación. Aunque con estas cosas conviene tener cuidado; hay mucho fetichismo".

La exposición pública del mundo privado es un tema que recorre una de las vías subterráneas de Elegía para un americano. La dichosa reportera y un obsesivo artista fotógrafo representan este arduo papel. "Quería explotar el tema del voyeur intrusivo", explica. Quizá Hustvedt sintió algo de todo esto tras la publicación de su anterior novela, cuando los medios encontraron ciertos ecos entre la historia de ficción de Todo cuanto amé y el oscuro episodio de Daniel Auster. El hijo de su marido y su anterior mujer fue condenado por el robo de 3.000 dólares a un camello, que murió en oscuras circunstancias a manos de un promotor de la noche neoyorquina. "En la vida miramos desde nuestra subjetividad, pero las cámaras capturan todo aquello que nos pasa inadvertido. Los ojos no ven el detalle. Pero el fotógrafo lo encuadra. La fotografía es una cosa extraña. Me sigue pareciendo complicada la idea de coger la imagen de alguien. Esto me hace pensar en Barthes y en Sontag. Hay un cierto morbo implícito en lo estático, en lo congelado. De alguna manera representa lo perdido, y una foto atrapa todo esto".

La mirada crítica de Hustvedt no se detiene sólo ante el periodismo sensacionalista y la supuesta documentación artística. En Elegía para un americano la escritora lanza una severa mirada a la sociedad contemporánea y a la cultura estadounidense. La reacción de los medios tras los atentados del 11-S es otro de los puntos calientes que denuncia en su libro. Al personaje de Inga le produce tanta repugnancia que decide escribir un libro a propósito de ello titulado La cultura de la náusea. "Éste era un proyecto que yo tenía en mente desde hacía tiempo", explica Siri. "Pensé en escribir acerca de todos y cada uno de los aspectos de la cultura que me vuelven loca. Y sí, estoy completamente de acuerdo con lo que dice mi personaje. Me espantó la respuesta mediática al ataque", comenta aún indignada. El atentado a las Torres Gemelas le permitió resucitar la experiencia de una de sus hermanas en la piel de sus personajes. "Nosotros estábamos aquí. Era el primer día de clase de mi hija en una escuela en Manhattan, pero mi sobrina tenía sólo seis años y acudía al colegio más próximo a la Zona Cero", recuerda. De nuevo, realidad y ficción. "La forma en que la novela funciona te permite traer estas historias íntimas a un nuevo plano". -

La autora Siri Hustvedt, en su residencia en Nueva York.
La autora Siri Hustvedt, en su residencia en Nueva York.JON URIARTE

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Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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