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Francia reabre el debate de la eutanasia más allá de ideologías

Una posible "muerte rápida" divide tanto a la izquierda como a la derecha

Antonio Jiménez Barca

En Francia es un debate recurrente. Desde el año 2000, cada año, un parlamentario, un senador o un grupo de ellos trata de que el Parlamento francés apruebe una ley encaminada a regular el derecho a morir dignamente. La penúltima intentona de instaurar la eutanasia en Francia naufragó en 2009 en la Asamblea Nacional. La última, se fraguó hace una semana en la comisión de Asuntos Sociales del Senado. Los senadores examinaron anoche una proposición, presentada por tres senadores, uno socialista, otro comunista y otro perteneciente a la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de centro derecha de Sarkozy, en la que el artículo primero decía así: "Toda persona, en fase avanzada o terminal de una enfermedad grave e incurable que le cause un sufrimiento físico o psíquico que le sea insoportable puede pedir asistencia médica a fin de procurarse una muerte rápida y sin dolor". La proposición tenía muy pocas posibilidades de salir adelante. Horas antes, incluso, una senadora de la UMP y otro del RDSE (partido heterogéneo, compuesto en su mayoría por senadores de izquierda), introdujeron una enmienda encaminada a vaciar de significado este primer artículo determinante. La senadora Marie-Thérèse Hermange, de la UMP, partidaria de esta enmienda, lo explicó así: "La proposición se ha redactado con precipitación". "¿Cómo definir lo de sufrimiento psíquico?", se preguntó.

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Por lo general, los diputados y senadores de la derecha están en contra; y la izquierda, a favor. Pero solo en general. En Francia, la discusión sobre la eutanasia traspasa las fronteras políticas. De hecho, hay voces dentro del partido de Sarkozy, y de sus aliados centristas, que son favorables a que se modifique la ley a fin de que los enfermos terminales puedan morir dignamente. En un asunto de conciencia como este, la UMP dio ayer a sus senadores (mayoritarios en el senado) libertad de voto. Ahora bien: el primer ministro francés, François Fillon, mediante una tribuna publicada en el periódico Le Monde de ayer, se cuidó de dejar claro (a sus senadores incluidos, por supuesto) cuál es su postura respecto a la proposición: "La cuestión consiste en saber si la sociedad está en condiciones de legislar la muerte. Creo que ese límite no debe sobrepasarse. Por otra parte, sé que en este debate, ninguna convicción carece de sentido", sostiene Fillon. Y añade: "Nuestra estrategia es clara: desarrollar los cuidados paliativos y evitar un encarnizamiento terapéutico". El primer ministro agrega que el texto aprobado la semana pasada le parece precipitado, improvisado, que no ofrece garantías, y especifica: "Sobre estas cuestiones tan profundas, con resonancias éticas tan profundas, no nos deben guiar ni los sondeos ni el humor del instante".

A la izquierda, la socialista Ségolène Royal, ex candidata presidencial, mantiene su distancia con el texto: "Se tiene que llegar al final de la vida con dignidad pero tengo grandes reservas sobre la legislación acerca de la eutanasia". El senador socialista y ex ministro de Justicia, Robert Badinter, coincide con Royal. Por el contrario, la primera secretaria, Martine Aubry, del Partido Socialista francés y el ex primer secretario, François Hollande, manifestaron que, de ser senadores, habrían votado a favor.

Los ciudadanos parecen tenerlo más claro: una encuesta llevada a cabo en octubre, citada ayer por el periódico Libération, aseguraba que el 94% de la población es partidaria de regular la eutanasia.

Actualmente, el cuidado de enfermos terminales en Francia se regula por la denominada Ley Leonetti, aprobada en 2005, que prohíbe el "encarnizamiento terapéutico", autoriza que se detenga el tratamiento cuando lo pida el paciente y que se le sede para paliar el dolor aunque esto acarree riesgos para el enfermo.

El Observatorio del Fin de la Vida, un organismo creado en 2010, analiza desde entonces las condiciones en las que mueren los franceses a fin de elaborar un informe que estará listo en 2012. "En un año, habrá un debate verdadero que se podrá sostener en datos científicos y no en ideologías", aseguraba ayer en Le Monde Régis Aubry, presidente de este observatorio. "De informe en informe, a las personas se las deja sin solución", replica el senador socialista Jean-Pierre Godefroy, uno de los impulsores de la regulación de la eutanasia.

Cóctel de fármacos empleados en un un suicidio asistido en Suiza.
Cóctel de fármacos empleados en un un suicidio asistido en Suiza.R. C. C.

Antecedentes

- Holanda. Ha sido el primer país del mundo en regular la práctica de la eutanasia. Lo hizo en 2001, y actualmente estudia su ampliación a enfermos inconscientes o, incluso, a otros que, sin tener una dolencia crónica y sin salvación, aleguen que están cansados de vivir.

- Bélgica. En este país no se llegó a aprobar la posibilidad de la eutanasia para menores de edad. Según una ley de 2002, puede solicitar la muerte asistida, mediante petición consciente, un adulto enfermo terminal o que padezca una dolencia que genere sufrimiento y dolor insuperables. Un médico ha de dar su consentimiento.

- Luxemburgo. Es el tercer país del Benelux, y el último en adoptar una ley que regula la eutanasia. Lo hizo en 2008 en medio de un conflicto constitucional, porque el gran duque Enrique se negó a firmar la ley alegando problemas de conciencia.

- EE UU. Aunque la eutanasia es ilegal en todo el país, en tres Estados (Oregón, Washington y Montana) se permite el suicidio médicamente asistido. Es decir, el médico no puede inyectar un cóctel mortal al paciente que lo desee, pero sí puede facilitárselo y que sea él quien se lo administre. El médico Jack Kevorkian llevó esta teoría al límite, al fabricar un dispositivo que simplificaba al máximo esta posibilidad: bastaba con que el enfermo pulsara un botón para recibir la combinación letal.

- Suiza. El caso de Suiza es peculiar: la eutanasia no está permitida, pero un vacío legal autoriza el suicidio asistido. Como en el caso de EE UU, el paciente no puede estar inconsciente, ya que debe ser el que, al final, se tome las pastillas que los facultativos le han preparado.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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