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EL TOUR

Las diferencias son mínimas entre los favoritos ante las últimas etapas alpinas

Luis Gómez

Las diferencias entre los favoritos son tan escasas para la entidad de las cumbres alpinas que han de escalarse, que cualquier juicio puede resultar precipitado. Dos finales de etapa en cimas de categoría especial (el Alpe d'Huez y La Plagne) y otra en descenso tras un puerto de la misma importancia (Joux-Plane) son arsenal suficiente para permitir vuelcos, remontadas, hundimientos o, simplemente, dar la razón a un líder. Sólo una leyenda reciente dice que el que sale de amarillo en el Alpe d'Huez llega a París como líder.

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Un final terrorífico.
Tres días en la cumbre.

Delgado lo sabe, como también Roche. Ambos lo dijeron ayer, con una media sonrisa, ante la televisión francesa. El minuto que Herrera perdió ayer produjo un efecto óptico final opuesto. Hace 24 horas que estaba a 8.18 del líder. Hoy, a 6.47.En el trueque entre Bernard y Roche salió ganando, pero quienes rodean al colombiano saben que se mueve por estados de euforia. Perder en el Mont Ventoux y quedarse detrás de Roche y Delgado ayer han minado su moral, pero Herrera conoce la victoria en el L'Alpe; d'Huez y sabe que es montaña donde se pueden establecer sensibles diferencias.

Quien puede cambiar de táctica es Roche. Sabe la leyenda de esa montaña, pero también le han comentado que dicha cumbre nunca la ha ganado el líder. Pero ahora va de amarillo, en el terreno que menos domina y con los contrarrelojistas Mottet y Bernard, a 41 segundos y 1.39 minutos, respectivamente. A Roche le queda la reserva de la contra reloj de Dijon, así que sus peores enemigos son Delgado, sobre todo, y Herrera. Principalmente, si alguno de los dos ataca.

El dúo francés, Mottet-Bernard, parece más castigado que el resto. Han atacado ya, han sido líderes, han tenido malos días, han vivido de todo. Entre Bernard y Mottet hay un ligero debate en la Prensa francesa porque ninguno de los dos ha mostrado la consistencia suficiente. Para el orgullo de Bernard, el varapalo de ayer ha tenido que ser duro, pero ha demostrado ser un corredor que sabe sobreponerse. No están tan derrotados como parece, porque están ahí, a menos de dos minutos y con los Alpes de por medio.

Delgado y los Alpes

Y queda Delgado. Para Delgado, los Alpes son ya un viejo demonio familiar. Delgado siempre ha caído en los Alpes. Entre esas montañas cuyas faldas están repletas de veraneantes, conoció sus días malos, se rompió la clavícula y se enteró del fallecimiento de su madre, ayer hace justo un año. Delgado sabe mejor que nadie, sin necesidad de que se lo recuerden los entrevistadores a diario, que su destino siempre se ha torcido en esas cumbres. Recuerda que pudo haber sido una gran estrella en 1983 cuando en su debú en el Tour arañaba el liderato y recibía la visita de Anquetil y Merckx, mientras descansaba en su hotel. Pero en los Alpes se le indigestó la comida y llegó a perder cerca de 25 minutos al día siguiente. Cuando Delgado. se incrustó contra una valla de cemento en 1984, la subida al L'Alpe d'Huez' ya le había resultado tortuosa, con seis minutos por detrás del primero. En 1985, terminó, sí, y fue sexto en la general, pero no sin vivir otro mal día. En 1986, en pleno romance Hinault-Lemond, Delgado se trasladaba en coche a Grenoble para intentar asistir al entierro de su madre.

Mejor situado

Así que nadie tiene que decirle nada. Él sabe que aún no ha atacado, que esta vez ha dejado pasar los Pirineos, que quiere afrontar su destino y ver otra vez a los demonios de cerca. Sólo que con más fuerzas, mejor situado que nunca, más experto, y con algunas respuestas a su pregunta de siempre: ¿Cuál es la causa de mi mal día? Delgado quiere ver de cerca L'Alpe d'Huez de nuevo, mirarle a la cara, saber si lo que ha hecho hasta ahora ha valido para algo, si tantos análisis médicos, si tanta consulta, si tanta preparación específica...

Pero el Tour es el Tour, como diría Bahamontes, y la edición de 1987 resulta la más interesante, agresiva, emocionante, de la presente década. Tal es el beneficio de un Tour abierto, o de un Tour sin un líder autoritario. Aquí ya nadie pide permiso a nadie y Roche viajará hoy de amarillo, pero con la cara descubierta, sin lugartenientes, casi sin equipo. Sólo en 1983, con Delgado tras los pasos de Fignon, el Tour llegó a los Alpes sin favorito. En 1984, Fignon impresionaba. En 1985, Hinault celebraba su equiparación con Anquetil y Merckx mientras Lemond cortaba cabezas y Herrera le ponía una silla de mano para: subirle por las cumbres. En 1986, sólo Lemond e Hinault corrían el Tour y se daban la mano, firmaban la paz y sellaban una particular ley sucesoria, precisamente subiendo L'Alpe d'Huez. En esos años, los tímidos aspirantes navegaban entre los seis y los 12 minutos del líder y esperaban el milagro de un severo desfallecimiento. En 1987, nada es igual. Todos están cerca. Basta con saber elegir rueda o con atacar en el momento preciso. Los Alpes dirán. Hablan hoy, mañana y pasado.

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