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Un victoriano de hoy

Anthony Burgess ha sido un frecuente colaborador en EL PAÍS desde febrero de 1982, con artículos sobre temas de actualidad y de crítica literaria. Éste es su último texto enviado, sobre Robert Louis Stevenson.

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Louis, como McLynn se refiere, alternativamente, al escritor escocés en su reciente obra Robert Louis Stevenson. Una biografía (Hutchinson, Londres, 1993), estaba completamente enmarcado en la era victoriana: el año que viene celebramos el primer centenario de su muerte. Pero, al igual que su contemporáneo Hopkins (muerto en 1889), es más moderno que muchos cuyas vidas se adentraron en el siglo siguiente -James, Kipling, Barrie, Bridges, Hardy-. En efecto, algunos críticos han encontrado en una de sus últimas obras, El náufrago, elementos modernos (RLS dijo: "Empieza la historia por cualquier parte que no sea el principio y acábala por cualquier parte que no sea el final"), así como una "deconstrucción', en el mito del tesoro enterrado. Joseph Conrad fue sin duda uno de los grandes precursores de la literatura moderna, pero debía a Stevenson el tema de la corrupción colonial, y del mismo modo, el muy posterior Borges, como él mismo reconoció, se empapó del realismo mágico en una obra tan temprana (de hecho, su primera novela) como The House of Eld. En este relato, Jack, el protagonista, vive en una tierra en la que se pone a los niños grilletes en el tobillo derecho cuando nacen. Ésa es la tarea de un mago al que hay que identificar con los padres de Jack. Jack mata al mago y, por tanto, a sus padres; así desaparecen los grilletes, sólo para volver a aparecer, esta vez en el tobillo izquierdo.Los lectores superficiales de RLS han encontrado una macabra cualidad fantástica y, basándose en la fuerza de obras como La isla del tesoro y Raptado, han visto en él un escritor de libros infantiles. Pero eligió el género de aventuras como la mejor forma disponible de transmitir temas que, presentados con mayor desnudez, habrían resultado inaceptables para los lectores victorianos (Graham Greene le siguió en el género, aunque no en la intención). Como deja claro McLynn, el contenido sexual de la obra de RLS está estrictamente codificado. El elemento del mal no teológico, que una historia de aventuras puede presentar como una forma de inocencia, está siempre presente, y la eterna dicotomía moral encuentra expresión alegórica en Dr. Jekyll y Mr. Hyde -otra obra escalofriante- así como forma histórica en El señor de Ballantrae.

Como escocés, RLS era consciente de la doble vena retorcida que coexiste en la vida de su país. El calvinista frente al jacobino. En la ficción, era fácil convertirlos en una oposición de significado moral. RLS, aterrorizado en su infancia por los cuentos infernales que le contaba su niñera calvinista (en quien se inspiro para el personaje de Thrawn Janet), reveló en su vida madura lo que sólo puede clasificarse de conservadurismo bohemio. Por su forma de vestir era un protohippy al que los recepcionistas de los hoteles trataban con desdén y a menudo rechazaban. Era aficionado a la bebida, y en su juventud mantuvo relaciones con prostitutas y contrajo enfermedades venéreas. Pero tenía la devoción del trabajador escocés por el trabajo y despreciaba al proletariado británico por considerarlo congénitamente vago: "No se reconoce lo suficiente que nuestra raza detesta el trabajo". No estaba dispuesto a tomarse de manera romántica a las clases bajas, ya fueran peones camineros irlandeses o súbditos coloniales polinesios. La humanidad, a cualquier nivel, dejaba bastante que desear; no obstante, RLS tenía un temperamento optimista, acorde con una energía creativa desmesurada.

Robert Graves cometió el error de condenar las Songs of Travel de RLS como mórbidas fantasías de habitación. "Duermo en los matorrales para que las estrellas me vean. / El pan, lo mojo en el río". Ningún verdadero vagabundo pensaría de esa manera, dice Graves. Supuso que RLS era tísico crónico y anhelaba una libertad al aire libre que no podía permitirse. No es así. RLS escupía sangre, por lo general después de hacer un esfuerzo, pero, aunque murió a la misma edad que George Orwell y D. H. Lawrence, no parece que padeciera su misma enfermedad. Bastaba con meterle en la cama y darle un poco de Jack para que inmediatamente saltara de ella, listo para la acción. Y acción había bastante. Viaje en burro por Cevenas debería haber convencido a Graves de que los cielos estrellados eran un techo familiar para RLS. En el relato de su viaje transatlántico y del transcontinental que le siguió (The amateur emigrant y Across the plains), aunque todavía era un escritor pobre, que p esaba menos de 50 kilos, siempre propenso a sumirse en la debilidad, da muestras de inmenso valor y resistencia. La ex ploración del Pacífico en el yate Casco forjó en su capitán, Otís, la idea de que RLS, cuya Isla del tesoro empezó a leer pero abandonó pronto, era un hombre sin nada que ocultar y sin ningún temor.

La escapada sin dinero a la costa oeste de Estados Unidos fue para seguir a Fanny Osbourne, una morena dama americana considerablemente lujuriosa y bastante mayor que él, que odiaba a su adúltero marido pero no podía pasarse sin su cama. RLS, cerca de la muerte pero presto a recuperarse, fue a parar a Monterrey, donde, según tengo entendido, todavía se habla de él. Su matrimonio, como tantos matrimonios literarios, sigue siendo un enigma. Fanny era a un tiempo una mujer pionera rápida en sacar la pistola y una hipocondriaca. En cuanto RLS caía enfermo, ella enfermaba también. Casarse con ella significaba casarse con sus hijos Lloyd y Belle, ambos gorrones inveterados. RLS escribía sin parar, demasiado, y escribía para subvencionar la vaguería del marido de Belle y las ineptas ambiciones literarias de Lloyd. No es que él careciera de impulso despilfarrador, siempre estaba dispuesto a solicitar limosnas paternas durante la época en que sus escritos le reportaban escasos beneficios. Empezó a prosperar con Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y al final de su vida ganaba unas 5.000 libras al año -una suma colosal para aquella época- Pero nunca era suficiente. Pasó sus últimos días en Samoa, en la hacienda llamada Vailimia. Era una extraña elección de domicilio, aunque hasta su madre viuda lo aceptó, y vino después de su aventurado viaje por los mares del Sur, que había expuesto ante él todos los demás posibles destinos infestados de tabúes.

La extrañeza se disipa si, como hizo RLS, vemos la finca como un feudo de las montañas escocesas, y a él mismo como un cacique que ejercía un control total y administraba justicia con benevolencia. De esta manera accedió al nivel social de los jefes nativos, que le visitaban ceremoniosamente para comerse su salmón directamente de la lata. Aunque escribía frenéticamente, no podía pasar por alto la política local; pero la política local implicaba el comercio alemán y las ambiciones bismarckianas en los mares del Sur. Las fragatas británicas hicieron escala allí, y en Vailimia se prodigó entretenimiento a sus tripulaciones: RLS detacó la presencia británica.

Lo que pudo haber sido un conflicto entre los intereses alemanes y los anglosajones nunca llegó a nada. RLS fue nombrado Tusitala, que se supone que significa "el que cuenta cuentos". De hecho, hay un componente mágico en el nombre: ningún samoano creería que un hombre pudiera hacerse rico garabateando signos en un papel; Tusitala era rico porque tenía un duende en una botella.

El final llegó cuando, tras un buen día de trabajo, RLS propuso hacer una mayonesa para aderezar una ensalada samoana. Se sintió raro y cayó. Sufrió un ataque del que nunca se recuperaría. Uno de los médicos a los que Fanny convocó reparó en la delgadez de sus brazos y se sorprendió de que su producción hubiera podido ser tan prolífica.

Demasiado, piensa McLynn, y todo por una familia política de ingratos. Ninguno de los Osbourne parece haber considerado a su benefactor más que como un medio de subvención: en ningún sitio consta palabra alguna de afecto. Parece que Fanny, al igual que su hijo, guardaba rencor al genio literario de RLS: ella también tenía sus propias ambiciones literarias, que se manifestaron sobre todo en su labor de edición de la obra de su marido: no permitió que se publicara la primera versión sin revisar de Dr. Jekyll y mr. Hyde.

La muerte de Stevenson supuso un pingüe beneficio para toda la familia. Y si ellos no le lloraron, los samoanos sí. Sea cual sea nuestra opinión sobre RLS como poeta, tenemos ese epitafio -"Bajo el ancho y estrellado cielo..."- grabado en nuestra memoria. "Y la casa del cazador desde la colina".

El libro de MeLynn es una magnífica biografía. No se publicará nada mejor este año, no puede imaginarse mejor estudio sobre la vida de RLS. Es un libro intensamente físico, en consonancia con lo físico de su tema. Las comidas están detalladas plato por plato, los viajes relatados paso a paso, la náutica en el relato del viaje a bordo del Casco es magistral por su exactitud. Hay fotos admirables, desde las que RLS nos dirige una mirada burlona, haciendo ver que nos conoce mejor que nosotros mismos. El libro debería fomentar un renovado interés por este victoriano que, en su parquedad, agudeza psicológica y acusada capacidad para transmitir conocimiento a través del entretenimiento, nos pertenece a nosotros más que a su propia época. ¿Un mero epígono de sir Walter Scott? Menuda tontería. Gerard Manley Hopkins, que no es un crítico cruel, encontró más literatura en el dedo meñique d( RLS que en toda la pesada producción de Scott. Tenía razón.

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