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Tribuna
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El retorno de Gwendolyne

Me temo que va a caerle al pobre Julio Iglesias una cascada de críticas, al estilo de las que, desde el campo contrario, abrumaron a Antonio Banderas a raíz de su decisión de mostrar públicamente su apoyo al partido más cercano a su corazón. Y no sería justo. Sobre todo, habida cuenta de que, mientras el ídolo de ambos mundos mantuvo una astuta indefinición -mientras el PSOE estaba seguro en el poder- nadie le reprochó jamás, por ejemplo, que no pague sus impuestos aquí.Hubo un tiempo aciago en mi vida -¿qué mujer no tiene una mancha en su pasado?- en que me tocó seguir a Julio Iglesias para acabar, eso sí, escribiendo un libro en el que me di el gusto de tomarle el pelo. Era un tiempo en que los felices ochenta ya estaban aquí y el éxito empezaba a justificarlo todo. Iglesias, que una vez, en Los Angeles, miró a su alrededor desde el ventanal de su casa me dijo que Europa estaba acabada, que los camellos cagan al pie de las pirámides y que el futuro se encuentra en. los EE UU, consiguió deslumbrar a los nuevos mandarines del socialismo en el poder.

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Sólo así se: explica que el presidente González le recibiera -el 9 de septiembre de 1983- y mantuviera con él una entre vista de 140 minutos, ni uno más, ni uno menos. Nunca pude imaginar cómo consiguió el presidente mantenerse despierto durante tanto rato, o quizá era el deslumbramiento por el triunfo del, por entonces, te nido por el nuevo Frank Sinatra -hoy ya sabemos que sólo hay, un Sinatra; los noventa han roto los espejismos- lo que dio morbo al encuentro. Vi a Iglesias poco después y le pregunté qué le había dicho a González. Sonrió, se tocó el cruzado de su chaqueta y, alzando la mano me apuntó con el dedo índice: "Le he dicho, tú eres un triunfador como yo". Hey.

Doce años después, Felipe González ya no es un triunfador y Julio Iglesias ya no tiene necesidad de hacerle la pelota. Está en su derecho de volver al espacio natural, que nunca abandonó, por otra parte. Y es bueno para todos. Era duro para los progresistas serios, socialistas o no, tener que aguantar la babosería desplegada a lo largo de todo este tiempo ante un señor que podrá balar muy bien, pero tiene la responsabilidad histórica de haber azotado a América Latina a su hija Chábeli -el otro día la vi en la tele, junto a Fujimori, vestida con poncho, declarando que su programa de televisión en Miami es para dar "preparación a los pueblos latinos",-, y el tremendo peso en la conciencia de haber soltado al mundo, en general, a esa cosa indescifrable, que emerge con un relincho de un jersey corto de talle y largo de mangas", llamada Enrique Iglesias.

Dicho todo lo anterior, lo que todavía no me cuadra es que Rodrigo Rato dé hoy un mitin en el auditorio municipal Víctor Jara, de Arganda. Ya sé que Arganda cambió al PP en las últimas municipales, pero tiempo de sobra tuvieron de cambiar también el nombre de su auditorio y ponerle, en aras de la coherencia para este tipo de actos, el de Julio Iglesias, el de Bertín Osborne o el de Norma Duval. Porque hay me morias que, por mucho que se empeñen, no son patrimonio de todos.

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Lo bueno que tiene todo este asunto es que cada oveja vuelve con su pareja y que yo, finalmente, voy a poder entregarme al placentero destrozo del primer Boeing de Iberia que vuelva a endosarme por el hilo musical a María Ostiz o al susodicho baladista para amargarme aún más los trágicos momentos del aterrizaje o el despegue.

Qué gusto, no tener que aparentar que soy civilizada.

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