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Una exiliada en Paris

María Casares, María Riquelme, Luis de Funes... Los hijos de la República fueron algunos de los grandes creadores del teatro francés. La hija de Casares Quiroga: el hombre más odiado por las derechas después de Azaña: en La Coruña, donde nació, arrancaron de cuajo la hoja del registro civil donde estaba inscrito su nacimiento. María Riquelme, hija de un general leal, entró en la revista, en el género musical: un corresponsal de Arriba, Manuel de Agustín, la atacó por sus desnudos mezclando el nombre de su padre, y ella le abofeteó en el café Fouquet. No sería casualidad que estuvieran algunos fotógrafos por allí... Funes, hijo de ministro republicano: fue el sucesor de Fernandel en el cine cómico y sus películas forman parte de la antología francesa. Se hicieron franceses.María, no. Quiso seguir siendo siempre española: hasta el punto de que cuando trabajó en la Comédie Française como primerísima actriz le quisieron dar el grado de sociétaire (asociada: miembro de la Asamblea que rige la histórica compañía y elige el administrador general), pero renunció porque tenía que adoptar la nacionalidad francesa. El embajador de España, Conde Casa Rojas -un gran caballero-, me preguntó si aceptaría un ramo de flores y el pasaporte oficial (ella tenía el de refugiada y el que emitía el Gobierno de la República: sin valor); fue a visitarla, le entregó un ramo de flores, pero ella no aceptó el pasaporte franquista: no quería la nacionalidad francesa ni tampoco el documento oficial por respeto a la memoria de su padre. Prefirió ser "residente privilegiada" -un permiso especial-, y ése es el nombre que dio a sus vibrantes y claras memorias.

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Salieron su madre y ella de España al comenzar la guerra. Era, cuentan los que la conocieron entonces, tensa, nerviosa, dura. Muy española, pensaban los franceses. Muy republicana, también; muy perdedora con rabia, muy creyente en que podría alguna vez volver a España. Los que la conocimos después comprobamos que siguió siendo igual. Aspiraba con ansiedad cigarrillos negros gruesos: creo recordar que eran los Boyard, los mismos de Sartre, y quizá fue quien se los dio por primera vez: pero ella prefirió a Camus. Lo prefirió en todo: como intérprete, año tras año, y como compañero de su vida. Su éxito extraordinario fue una Juana de Arco de Peguy: fue ese personaje el que la llevó a la Comédie Française, donde estuvo unos años. Hasta que no quiso dejar de ser española.

Fue al Teatro Nacional Popular, en unas temporadas que me parece que son históricas; y en el nuevo cine de entonces, el de Bresson o el de Cocteau -los dos Orfeos-, pero puede ser que la historia la retenga, sobre todo en Les enfants du paradis, de Carné. A ella y a la gran película.

Y un día volvió a España. Volvieron juntos ella y el teatro de Alberti, El adefesio. No fue un éxito. El público no estaba acostumbrado a ese tipo de voz, a esa manera de actuar del gran teatro francés; y en castellano tenía acento gallego. El homenaje fue absoluto: pero ella supo que éste no era su sitio. Se lo habían quitado.

Volvió a Francia y siguió siendo la gran actriz del teatro francés. En esa gloria ha muerto.

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