_
_
_
_
_
Final de la Copa de la UEFA | FÚTBOL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Víctima de la sobreactuación

El Alavés fue víctima en la final de un caso flagrante de sobreactuación, por definir en términos teatrales su terquedad en protagonizar todos los registros del partido. Los buenos, que fueron abundantes y hablan de un equipo con carácter que estuvo a punto de lograr una proeza, y los malos, varios y decisivos en su derrota. El Liverpool sólo dejó testimonio de su eficacia para aprovechar las concesiones defensivas del Alavés. El equipo inglés lanzó tres veces a gol en el primer tiempo y todas acabaron en la red. El cuarto gol hay que atribuírselo a la habilidad de Fowler y a la parálisis de los defensas. El quinto lo marcó Geli en propia puerta, en la prórroga, a dos minutos del final. No se puede decir nada del Liverpool, excepto que es un equipo cualquiera, alejadísimo de la gloriosa tradición que instauró Bill Shankly. Se defendió mal y jugó peor. O al revés. Los mejores fueron los que salieron del banquillo, Smicer, Berger y Fowler, lo que habla de la clase de entrenador que es Houllier, uno de estos técnicos profesorales que convierten el fútbol en un peñazo.

Más información
El Alavés cae repleto de gloria
Los chicos de Mané
'¡Cuánto lo siento por esta gente!'
El símbolo entrañable

La actuación del Alavés se explica menos por el lado fútbolístico que por su capacidad para producir sucesos. Para interpretar el partido como una ópera, vibrante, excesiva, bufa y épica a la vez. Fracasó el portero y patinaron los defensas; pesó la ingenuidad de unos futbolistas inexpertos en una materia tan exigente como una final europea; se desenchufó el equipo con el el cambio de Javi Moreno, que marcó dos goles y fue sustituido en el momento de mayor crecida de su equipo, cuando era evidente que ese partido estaba más para la locura que para la táctica; padeció dos expulsiones y terminó por derrotarse con un gol en propia puerta. No podía ser el Liverpool quien marcara el gol ganador. Ese papel sólo se lo podía reservar el Alavés. Llevó su sobreactuación hasta el final. En eso fue el equipo más coherente del mundo.

Pero los fatales errores del Alavés no impiden señalar lo obvio de su memorable actuación: por coraje, por decisión, por su negativa a aceptar una situación dramática y hasta por juego, si lo comparamos con la nadería del Liverpool. Con la historia en la mano, ningún equipo ha sido capaz de dar tanto color a una final y a una larga e inolvidable aventura en Europa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_