_
_
_
_
_
Reportaje:Final de la Copa de la UEFA | FÚTBOL

Nadie caminó solo

Confraternización de hinchadas en Dortmund y toda Vitoria convertida en una 'grada'

No es fácil perderse en Dortmund. Casi todo conduce hasta la plaza del Viejo Mercado y en una final de la Copa de la UEFA, con ingleses de por medio, el sonido ambiental es suficiente para guiar al peregrino.

Si acaso el oído se avería, el color indica el camino: el grupo rojo, el del Liverpool, tira hacia la estricta plaza, salpicada de cerveza desde primeras horas de la mañana; el grupo arco iris, el del Alavés, hacia la carpa adyacente, donde huele a salchichas y se prodiga la cosecha vinícola traída desde la propia tierra. Por una u otra vía, lo cierto es que nadie caminó ayer solo en Dortmund. Y tampoco en Vitoria.

Ayer, un miércoles cualquiera de labor, Vitoria trastocó su rutina para seguir la primera final europea de su equipo de fútbol, un milagro como otro cualquiera. El azul y blanco oficial del club quedó suspendido en los balcones, los bares y la ropa de muchos ciudadanos, vestidos como si fuera día de Liga. No lo era.

Tras la bofetada, algunos cohetes en la capital alavesa. Los coches no se detenían en la plaza de la Virgen Blanca, pero tocaban el claxon
Más información
El símbolo entrañable
Los chicos de Mané
El Alavés cae repleto de gloria
El lujo de estar más de 100 minutos en la gloria
El club de la segunda oportunidad
El Alavés, recibido al grito de campeones en el aeropuerto de Vitoria
Diario AS:: Todas las claves de una final histórica

Era el día más importante de un equipo que pertenece a una capital volcada con el deporte. Aquéllos que no pudieron desplazarse a Dortmund, nostálgicos de una fiesta memorable, quisieron celebrar de la mano el triunfo o lamentar la derrota en el pabellón de Mendizorroza frente a una pantalla de cine menos grande de lo deseado.

El color traduce la historia de club. El Alavés es la modernidad del arco iris. La traducción cromática de la mercadotecnia. El azul, el amarillo, el blanco, el rojo, el naranja y el rosa identifican las seis camisetas que ha lucido a lo largo de su historia moderna, fruto de la euforia por la imagen.

Eso sí, camisetas blanquiazules siempre, bipartitas a partes iguales, primeras y segundas equipaciones (blanquirrojas, naranjas) hasta alcanzar el rosa pálido de Europa y la imitación del Boca Juniors elegida para la final. Los más auténticos preferían aquellas rayadas históricas, a las que ni siquiera habían borrado el nombre.

Pero todos compartían una camaradería inesperada. La mayoría inglesa no se tradujo en abuso alguno. Repartidos a diez metros, con varias furgonetas policiales sin quitar ojo, el mestizaje era continuo y alcanzaba a todos los estratos de la afición. Varias mujeres de jugadores alavesistas bailaban la conga al lado de la carpa y pasaban por debajo de una pancarta del Liverpool sostenida por aficionados del club de Anfield.

Dentro de la carpa, lo que dominaba era la música de los vallecanos S-kape y su himno a la Resistencia. Más allá, los ingleses optaban por la actuación en directo: el karaoke organizado por el Ayuntamiento de Dortmund era un desfile de voces aguardentosas, un remake de Rod Stewart cantando en un pub el You'll never walk alone (Nunca caminarás solo).

Mientras tanto, Vitoria simulaba la bajada de Celedón, bajo una impresionante tormenta y era tal la simbiosis de unos y otros que hasta un improvisado traductor explicó a los ingleses que se agolpaban en la carpa alavesa el significado de Celedón.

A las 20.45 sonaba el pitido inicial en el pabellón de Mendizorroza, disfrazado de grada: no faltaban las bufandas, las camisetas rosas, las ikurriñas ni las reacciones habituales del fútbol. También se escuchaba algún lamento previo, como el de Pedro Espinosa: "Lo bonito habría sido estar allí, en el campo. Unos amigos que viajaron en tren hasta Dortmund organizaron un campeonato de mus en el tren y se apuntaron 200 parejas. Son cosas que hay que vivir". Se trataba de sentirse como en el Westfalenstadion. Las circunstancias adversas enseguida resumían la fe de los aficionados en un grito: "¡A por ellos, oé, oé, oé!".

Los clientes de la cafetería El Batan, junto a Mendizorroza, acogían el inicio del segundo tiempo con escepticismo... hasta que Contra se inventó un centro imposible, origen del 2-3. En la pared, una camiseta de la selección rumana enmarcada y firmada por Contra parecía sonreir.

El autobús de línea número 1 pasaba vacío camino del centro de la capital alavesa. La plaza de la Virgen Blanca, centro neurálgico y escenario de cualquier celebración que se precie en Vitoria, estaba desierta. Como todas las calles. Faltaban tres minutos para el final del encuentro: 4-3 para el Liverpool. El sueño se esfumaba. O no. Un alarido compartido se escapaba de los numerosos bares que circundan la plaza. Jordi había empatado. Todavía podía darse la gran fiesta anunciada.

La prórroga confirmaría lo contrario, aunque, tras la bofetada inicial, se escucharon los primeros cohetes en el centro de Vitoria. Poco a poco, los aficionados se acercaron a la plaza, los coches pasaron sin detenerse aunque haciendo sonar sus claxones.

Muy pocos aceptaban detenerse en el altar de las celebraciones. Resultaba duro festejar una derrota. Todos desfilaban, atravesaban la plaza directos a los bares de la parte vieja. Nadie les podía prohibir acabar la jornada con una copa en la mano, aunque no fuera la deseada.

Varios aficionados exhiben sus festivos atuendos multicolores en la plaza del Viejo Mercado de Dortmund.
Varios aficionados exhiben sus festivos atuendos multicolores en la plaza del Viejo Mercado de Dortmund.MABEL GARCÍA
Un suguidor del Alavés llora la derrota final.
Un suguidor del Alavés llora la derrota final.REUTERS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_