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El bienio negro de Lopera

El dueño del Betis, muy demacrado, eclipsa el ascenso anunciando su marcha

'Roberto, ya no puedo más, me voy. Como no tengo hijos, mis herederos son los béticos y ellos serán los que gobiernen el club. Lo único que les pido es que busquen a alguien que no arruine al Betis'. Esta conversación la mantenía en la madrugada del lunes Manuel Ruiz de Lopera con el presidente del Sevilla, Roberto Alés, apenas unas horas después de que anunciase su intención de abandonar la presidencia del Betis, club del que es dueño desde 1992.

Extremadamente delgado -asegura que ha perdido 19 kilos en dos meses-, demacrado y con un tono cerúleo más propio de un muerto que de un vivo, Lopera eclipsaba con su anuncio la noche en que el Betis conseguía su vuelta a Primera División. 'Llevo dos meses pasándolo muy mal. Me he visto muy solo y he sufrido mucho. Estoy muy encima del Betis y por eso he recibido muchas guantás cuando lo único que yo quería era devolverlo a Primera y con una economía saneada', explicaba Lopera, quien aseguró que un notario dará fe de la firmeza de su decisión.

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¿Qué circunstancias llevaron a Lopera a anunciar su marcha la misma noche que su Betis alcanzaba la gloria? ¿Será un farol más a los que acostumbra cuando las cosas le vienen mal dadas o esta vez habla en serio? Aunque el anuncio pillara por sorpresa a más de uno, no es la primera vez que Lopera lanza un globo sonda de este tipo para azuzar a su masa social, la que ayer festejaba el ascenso en la Plaza Nueva de Sevilla portando un retrato de su presidente con la fe que en el Irán de los 80 se le profesaba a Jomeini.

Ni los Loperólogos más avezados, que en Sevilla son legión, se atreven a determinar si esta vez habla en serio. 'Ya lo dijo en Burgos y no se fue', recuerdan refiriéndose al último ascenso que se vivió allá por 1994. Pero basta con repasar los avatares de las últimas dos temporadas para saber a qué se refiere Lopera.

A su incapacidad de asimilar el fracaso de su ambicioso proyecto deportivo -Lopera se jactaba de haber gastado casi tanto como el Madrid o el Barça en fichajes, unos 18.000 millones de pesetas en un par de cursos, para situar a su equipo entre los seis primeros del país- que propició que el Betis diera con sus huesos en Segunda, se unieron otros problemas que, por inesperados, casi hacen saltar el club por los aires.

El viejo motín

A mediados de agosto la plantilla se amotinaba. Unas cantidades de dinero que el club les adeudaba fueron el detonante, aunque las críticas de los futbolistas se extendieron a las malas formas y amenazas que empleaba su presidente. Lopera montó en cólera. Acusó a varios de sus jugadores de ser unos 'borrachos' y de estar 'riéndose del Betis', alegando en su defensa que la rebelión era la respuesta de los futbolistas a la austera política de incentivos que pretendía aplicar esta temporada. 'Los he mimado demasiado y me han tomado por tonto', decía.

Ya iniciado el curso y pese a sus promesas de moderación, Lopera volvió a las andadas. Eso en cuanto se recuperó del susto que le dio la fiscalía de Sevilla, que le imputaba un supuesto delito fiscal en el tejemaneje del entramado empresarial que dirige. Recobrado el aliento, Lopera se dispuso 'a morir por el Betis': caso Barata, peleas con otros presidentes.... Y su batalla inconclusa: el nuevo estadio bautizado con su nombre. Derruida 'media caja de herramientas' como se refiere al antiguo Villamarín, Lopera asegura que 'alguien' -¿Hacienda quizás?- le impide concluir su megalómana obra.

Harto de decir no a un hipotético traslado del Betis al Estadio de La Cartuja quizá ésta sea la única motivación que encuentre Lopera para seguir al frente del club, 'aunque en vez de trabajar 15 horas al día para el Betis aminore la marcha', comentaban ayer sus consejeros, preocupados por el precario estado de salud de su presidente.

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