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Columna
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Bajo el signo del ruiseñor

'Pájaro del espanto', el ruiseñor canta en el último y excelente libro del poeta valenciano Carlos Marzal, Metales pesados, que se publicará en el mes de septiembre. Desde Virgilio está sonando el ruiseñor en la poesía europea. Canta en Garcilaso, canta en Shakespeare, canta en Keats, canta en Juan Ramón Jiménez, canta en el agónico Lorca de El público, canta en el año 2001 en los versos de este joven poeta. Nadie ha podido hasta ahora desterrar al ruiseñor de los jardines de la literatura. Quisieron apedrearlo los jóvenes futuristas -muchos de los cuales cayeron después en brazos del fascismo- a él, a la luna, a la rosa, a las estrellas, al fuego, al sol..., pero su pedrada fue inútil. La literatura se ha seguido engendrando a sí misma y la muerte del vanguardismo como actitud es uno de los signos estéticos más nítidos de este cambio de siglo. En realidad, ahora hay que defender al vanguardismo de los nuevos bárbaros, que son mucho más peligrosos que los futuristas y vienen con poderosas armas audiovisuales, educativas y triviales dispuestas a no dejar que la hierba crezca en los jardines donde cantan todavía el ruiseñor y sus amigos poéticos y literarios.

El siglo XX ha sido maravilloso y atroz. En el platillo pesa bastante más la atrocidad porque nunca se cometieron tantas
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Ya la lucha no se establece entre vanguardismo y tradición, sino entre el arte y el no arte, y ello obliga a ser muy precavidos con los planteamientos estéticamente iconoclastas. El fervor por la tradición se impone como actitud innovadora. Amar la tradición no significa ser tradicionalista, que ama el pasado únicamente como tal pasado, según señaló, perspicaz, Ortega. Pues hay que ser tradicionales, no tradicionalistas. De la desintegración de la tradición sólo sacan partido quienes combaten al arte. Y cuando hablamos del arte, no nos referimos únicamente al arte de la palabra; nos referimos a todo el arte, incluida la arquitectura. El príncipe Carlos de Inglaterra, gran lector de Leopardi, es menos reaccionario de lo que sus polemistas creen. Hay que revisar eso de que Le Corbusier era un arquitecto genial, pues ¿qué adjetivo dejamos entonces para los grandes arquitectos del Renacimiento?

El siglo XX ha sido maravilloso y atroz. En el platillo pesa bastante más la atrocidad porque nunca se cometieron tantas como en su transcurso. La maravilla habrá que ponerla en el haber del arte y de la técnica, pero sólo de cierto arte y de cierta técnica. La técnica militar ha sido execrable; el arte basado en el olvido sistemático de la tradición ha resultado, casi todo él, nefasto, casi todo porque a veces el olvido era nada más que aparente; pero la ruptura con el sentido, la pérdida de la realidad, la reversión de conceptos milenarios de belleza y armonía, la pedrada -sí- al ruiseñor..., han sido otros tantos pasos en la autofagia del arte. Ciertas monstruosidades de las que a veces se oye hablar en instalaciones y exposiciones no son sino manifestaciones extremas de esa autofagia.

Oigamos, pues, escuchemos de nuevo al ruiseñor, 'peregrino del asombro', 'cálida criatura de congoja', en los brillantes versos de Carlos Marzal, suspirando 'en dulce canto y en amoroso llanto', en la voz de seda de Garcilaso; ese canto o llanto que se volvía 'vasto y fúnebre' en la celeste escritura de John Keats.

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