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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pakistán, eslabón débil

Pakistán, un país equipado con armas nucleares,poblado por 135 millones de personas en su mayoría de religión islámica, es uno de los eslabones débiles en esta fase de la guerra contra el terrorismo de Bin Laden. El régimen presidido por el general Musharraf, que llegó al poder hace dos años mediante un golpe de Estado, apoya la acción bélica de EE UU y le presta su espacio aéreo, pero es a la vez el único Estado que reconoce oficialmente al Gobierno afgano de los talibán. Numerosos grupos de paquistaníes se han manifestado violentamente en varias ciudades contra la acción militar de EE UU y contra el apoyo prestado por su Gobierno. La represión policial ha causado ya la muerte de al menos cuatro civiles.

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El Gobierno paquistaní parece controlar de momento la situación. Pero el mayor partido islamista de Pakistán, Jamaat-e-Islami, amenazó ayer con sacar a millones de sus seguidores a la calle. Esta sublevación popular era previsible, y el presidente Musharraf no sólo carece de legitimidad democrática ante ella, sino que no parece asentado sobre una base firme ni siquiera en el ámbito militar. Lo indica el hecho de que, una vez iniciada la ofensiva militar anglosajona, haya depurado a algunos de sus principales mandos más proislámicos, entre ellos el general Aziz, comandante de las tropas paquistaníes en Afganistán, y el general Ahmed, jefe de los poderosos servicios de inteligencia. Este último había desempeñado un papel notorio en el fracasado intento de convencer a los talibán de que entregaran a Bin Laden. Pakistán no sólo apoyó y formó a los muyahidin contra el régimen prosoviético en Afganistán, sino que su colaboración fue decisiva para transformar a los talibán en una fuerza militar capaz de hacerse con el poder en Kabul.

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Musharraf ha asegurado públicamente que tiene garantías de EE UU de que la acción en curso será 'corta y dura'. Cuanto más se prolongue, más riesgo de desestabilización corre su Gobierno, con el consiguiente efecto negativo sobre la coalición internacional forjada por EE UU. La situación es sumamente compleja y delicada para Musharraf. Una parte importante de los paquistaníes son pastunes, la etnia de la que procede la mayoría de los talibán. Además, están los dos millones de refugiados afganos, y una nueva avalancha humana en la que se entremezclan los que huyen de los bombardeos de EE UU, de los talibán, y del temor a que llegue al poder en Kabul la Alianza del Norte, considerada contraria a los pastunes. El propio Musharraf ha declarado que la Alianza del Norte 'debe mantenerse a raya', pidiendo un 'Gobierno equilibrado' y 'amigo' de Pakistán.

Para conseguir esto, la comunidad internacional puede verse obligada a una larga presencia sobre el terreno, como en Bosnia, Macedonia o Kosovo, con el fin de generar estabilidad y construir un Estado. Afganistán ha vivido durante los últimos 22 años una guerra civil internacionalizada. La paz también tendrá que internacionalizarse y apuntalarse con una ayuda económica que asimismo habrá de ir a Pakistán, de donde se está retirando la inversión extranjera.

Lo único positivo de esta situación es que haya impulsado el diálogo entre Pakistán e India, enemigos feroces. Desde su encuentro en julio, Musharraf no había hablado con el primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee. El lunes lo hizo por teléfono, aparentemente con buen tono, para coincidir en la necesidad de cooperar en la lucha contra el terrorismo. La crisis general también crea problemas a India, con las manifestaciones de los separatistas musulmanes de Cachemira, cuya situación, como la de Palestina, está en la lista de los conflictos cuya resolución exige Pakistán. Es como un racimo de cerezas. Al tirar de un problema salen otros detrás.

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