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El Ejército de Estados Unidos se estanca en Afganistán

El Pentágono pierde por el mal tiempo un helicóptero y cuatro tripulantes resultan heridos

Enric González

Cuatro semanas de guerra en Afganistán arrojan como balance un puñado de evidencias: que los talibanes son mucho más duros de lo que esperaba el Pentágono, que el conflicto será largo y que el mundo ignora lo que en realidad ocurre dentro de las fronteras afganas. La caída de un helicóptero estadounidense en territorio talibán el viernes por la noche demuestra que la auténtica guerra, más allá de los ataques aéreos y la propaganda de ambos bandos, resulta invisible desde el exterior, y que el Ejército de Estados Unidos está sufriendo más reveses de los que sus portavoces admiten.

Para la población de EE UU, ésta es una guerra con dos frentes. El doméstico, urgente y angustioso, concentra casi toda la atención. El miedo a nuevos atentados terroristas sigue vivo en la mente de cada ciudadano, y se hace más obsesivo cada vez que las autoridades renuevan una inconcreta 'máxima alerta'. La lenta y hasta ahora inexorable difusión del ántrax (carbunco) ahonda la sensación de inseguridad colectiva. El FBI carece de la menor pista sobre el origen de los ataques bacteriológicos.

La primera incursión de comandos halló una resistencia feroz y 12 soldados fueron heridos
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La tensión interna permite que el Pentágono, que libra su guerra en un frente externo muy remoto para el ciudadano medio, cuente aún con margen de maniobra. Porque, si las miradas se fijaran en Afganistán, la presión sobre los militares sería difícilmente sostenible. Las primeras tropas fueron enviadas al golfo Pérsico y Asia Central sin saber lo que iban a encontrar. A estas alturas se percibe que la estrategia inicial se resumía en arrojar bombas y tratar de ver qué pasaba. El objetivo comenzó siendo Osama Bin Laden y la organización Al Qaeda, y ahora son los talibanes. Toda la campaña, al cabo de casi un mes, pende de un aliado tan inestable y ambiguo como Pakistán.

Lo más inquietante radica, sin embargo, en la invisibilidad de la guerra. 'Habrá cosas visibles e invisibles, cosas que contaremos y cosas que no contaremos', advirtió el presidente George W. Bush. Todo apunta a que la parte secreta es mucho más voluminosa que la pública y a que el Pentágono trata de ocultar sus tropiezos.

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La breve incursión de comandos lanzada el 20 de octubre contra la residencia del máximo líder talibán, el mulá Mohamed Omar, fue definida como 'un éxito', sólo levemente empañado por el accidente de un helicóptero de apoyo en territorio paquistaní.

El prestigioso reportero Seymour Hersh ofrece, en el próximo número de la revista The New Yorker, una versión totalmente distinta. Según Hersh, la incursión topó con una resistencia feroz y 12 miembros de Delta Force, la unidad más selecta y secreta dentro de los cuerpos de operaciones especiales, sufrieron heridas esa noche, graves en tres casos. 'El equipo Delta se vio obligado a abandonar uno de sus objetivos, el de insertar un comando clandestino tras las líneas enemigas, y todos los participantes emprendieron la fuga', escribe Hersh en una versión provisional del artículo difundida ayer.

Las informaciones de los talibanes (ayer hablaban de 50 soldados estadounidenses muertos) no suelen resultar creíbles. Pero el discurso del Pentágono tampoco encaja con los pocos datos comprobados. Un portavoz oficial explicó el viernes por la noche que uno de sus helicópteros había sufrido un accidente a causa del mal tiempo en territorio talibán, que cuatro tripulantes resultaron heridos, que todos fueron rescatados y que aviones F-14 destruyeron el aparato dañado para que no cayera en manos enemigas. El propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, había admitido la víspera que el mal tiempo y el fuego enemigo impedían introducir en Afganistán más soldados de apoyo a los guerrilleros de la Alianza del Norte. Si ése es el caso, se hace poco verosímil la afirmación de que la guerra proseguirá al mismo ritmo en invierno.

Un helicóptero de los <b></b><i>marines,</i> modelo CH-53, se posa sobre la cubierta del portaaviones<b></b><i> Peliliu</i> en aguas del golfo Pérsico.
Un helicóptero de los marines, modelo CH-53, se posa sobre la cubierta del portaaviones Peliliu en aguas del golfo Pérsico.EPA

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