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Reportaje:Dos meses de lucha contra el chapapote | CATÁSTROFE ECOLÓGICA

El enemigo incansable

Los marineros cuentan su experiencia y su desasosiego en la lucha, que ya dura dos meses, contra el fuel del 'Prestige'

Hoy hace dos meses que comenzó su ofensiva sobre las playas gallegas. Llega, incesante, desde el fondo del mar, a una profundidad de 3,6 kilómetros, y nadie sabe cuánto, cuándo o dónde atacará. En tierra le espera un ejército que viste de blanco en las costas y de traje en los despachos, movilizado desde hace 60 días y resignado a aguantar muchos más. Lo llaman chapapote, o galipote, cuando invade las calas y coloniza las rocas, pero en origen es simplemente fuel. Es el regalo envenenado del buque Prestige, hundido, desde el pasado 19 de noviembre, a 240 kilómetros al oeste de Finisterre y embarazado aún con 50.000 toneladas de petróleo.

Las primeras manchas llegaron con la rotura del barco, la tarde del 13 de noviembre. Seis días después, cuando el Prestige se partió definitivamente en dos, sus 12 tanques habían arrojado al mar más de 10.000 toneladas de petróleo: la primera marea negra que asoló las playas gallegas. Desde entonces no ha parado de vomitar el pestilento fuel. Ahora son 80 toneladas diarias, que fluyen de una decena de grietas abiertas en su casco y atracan unos días en Muxía o Camariñas, otros en Carnota, Fisterra o Corcubión, a capricho de vientos y corrientes.

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"A veces tratamos de hacer planes de futuro y organizar la recuperación de las playas, pero es imposible. Sabemos que el barco va a seguir mandando petróleo. Sólo podemos esperar y concentrarnos en el día a día", musita Marcelo Saborido, concejal de Medio Ambiente de Carnota (A Coruña). Él y otros vecinos plantaron cara al fuel cuando, a principios de diciembre, se acercó peligrosamente a la piscifactoría de rodaballo del pueblo, la mayor de Europa. A María García, técnica medioambiental del municipio, aún se le crispa el gesto al recordarlo. "Teníamos 3.000 toneladas de chapapote junto a los pozos de pescado, imagínese qué angustia. Vinieron expertos franceses que nos decían: ¡Rápido, rápido! Hay que succionar el fuel o se solidificará. Pero no había bombas de succión, y se solidificó, claro. Quedó en la arena y en las rocas".

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El Ayuntamiento pidió entonces al Gobierno que mandara barreras anticontaminación. "Llegaron, pero sin libro de instrucciones y nadie al mando. No teníamos ni idea de cómo se ponían. Así que allí estuvimos varias noches, metidos en el mar con el petróleo hasta las rodillas, los coches aparcados en la playa enfocando con las luces largas y nosotros tratando de instalar las barreras como podíamos".

Aquellas primeras semanas de diciembre fueron las peores. Ahora, aunque la situación no es tan dramática, el fuel sigue llegando, y el trabajo se ha hecho más especializado. "Además de las manchas nuevas, hay que sacar el petróleo pegado a las rocas y recoger minúsculas galletas de chapapote de la arena", señala Saborido. "Es un trabajo muy ingrato".

Muchos problemas de limpieza en la costa dejarían de existir si el fuel pudiera interceptarse en el mar. Es lo que ocurrió en las Rías Bajas, donde el arrojo de los marineros, que se lanzaron al agua con sus pequeñas barcas y sacaron el petróleo a brazadas, sin descanso, durante cinco días, evitó que el chapapote se instalara en las rías. Fernando Malvar, miembro de la Asociación en Defensa de la Ría de Pontevedra, pasó cinco días allí como voluntario, ayudando a los pescadores. "Tuvieron que organizarse solos, porque el Gobierno les dio de lado. Salían con las barcas por la mañana y volvían empapados de petróleo. En el puerto, estudiantes de la Universidad de Vigo les ayudaban a idear a toda prisa nuevos aparejos. Ningún helicóptero nos avisaba de por dónde entrarían las manchas. Fue un desamparo absoluto".

Les echó una mano el estado del mar, que en esa zona es más calmo. En la Costa da Morte, siempre embravecida, recoger así el fuel es casi imposible. No obstante, algunos pescadores de Camariñas o Carnota siguen saliendo al mar en busca de manchas, sean éstas de petróleo fresco, recién vertido por el Prestige, o restos de chapapote desplazado por las olas desde otras calas. Muchas de estas manchas viajan entre aguas, medio sumergidas, y sólo se ven al llegar a la playa. Para descubrirlas, los marineros usan un cubo de madera, con el fondo de cristal, al que llaman "espejo" y que hasta el pasado noviembre les servía para pescar centollos. Asomado en cubierta, un marinero mete la cabeza en el cubo y va observando el fondo por el cristal, como en un acuario. "Podemos ver hasta siete metros de profundidad", explica el patrón mayor de Pindo, Antonio Castro.

Ese mismo día, en la ría de Vigo, 40 marineros de Cangas do Morrazo se zambullen frente a las islas Cíes, la joya ecológica del parque nacional de las Islas Atlánticas, en busca del petróleo que lleva un mes depositado en el fondo marino. Regresan a la superficie con fuel en los dientes. "Estamos tratando de conseguir más equipos y mascarillas. Los buceadores suben embadurnados", se lamenta Pablo Villar, patrón mayor de Cangas.

Es la penúltima batalla de una lucha sin cuartel contra un enemigo que no se rinde, y que cada día recuerda a los marineros una dolorosa verdad: en el fondo del mar, las tripas del Prestige guardan aún 50.000 toneladas de combustible listo para ir arruinando, sin prisa pero sin pausa, las playas de Galicia, el ecosistema marino y el medio de vida de miles de familias.

Un soldado limpia con una espátula las rocas de Nemiña (A Coruña).
Un soldado limpia con una espátula las rocas de Nemiña (A Coruña).EFE

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