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CICLISMO | La desaparición del último gran escalador

El misterio rodea la muerte de Pantani

A la espera de la autopsia, que se hará hoy, el fiscal que investiga el fallecimiento del corredor italiano excluye el suicidio

Carlos Arribas

Ni suicidio, ni sobredosis, ni muerte violenta. El fallecimiento de Marco Pantani, el sábado, a las 16.00, en un hotel de mala muerte en Rímini, en la costa adriática italiana, es un misterio que quizás aclarará hoy la autopsia. "¿Suicidio? Lo excluyo", dijo ayer a los periodistas el fiscal del caso, Paolo Gengarelli; "pero no excluyo un desarrollo de las investigaciones después de la autopsia". El cuerpo de Pantani, de 34 años, fue encontrado a las 21.30 del mismo sábado por los empleados del hotel Le Rose tirado en su habitación del quinto piso, vestido sólo con unos vaqueros. A su alrededor, varias cajas de ansiolíticos y antidepresivos y unos papeles con el membrete del hotel escritos a bolígrafo por Pantani. "No era una nota de suicidio", precisó el fiscal.

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Marco Pantani se había registrado en el hotel, al que llegó solo, hacía cinco días. Era, según los camareros, "una persona extraña y silenciosa" que únicamente salía de su habitación para desayunar. Después se subía a ella y cerraba la puerta por dentro. Ésa era su vida en una ciudad de veraneo en pleno invierno, en la ciudad de Fellini y de Amarcord, Gradisca; en un hotel del paseo marítimo con olor a moho en el que en los meses bajos se concentran los equipos locales de baloncesto y voleibol.

Sólo a la hermana de Pantani, Manola, le permitió la policía entrar en la pequeña salita del hospital de Rímini donde está encerrado el féretro con el cuerpo del ciclista. En la puerta del hospital, centenares de aficionados intentaban ayer enterarse de algo, sentirse cerca de su ídolo, que murió solo junto a una caja de Orfidal, otra de Dormodor, otra de Surmontil. Medicinas para el insomnio y la tristeza. Contra la soledad. "Sabemos que Pantani, que estaba enfermo, tomaba esos medicamentos", dijo el fiscal; "y que los llevaba consigo cuando fue al hotel. Y también llevaba recetas médicas para comprarlos". Pero también el fiscal excluyó inicialmente la hipótesis de una sobredosis. "No me cuadra", dijo; "no hemos encontrado nada sospechoso en el registro de la habitación".

En Rímini, en toda Italia, en todos los ambientes ciclistas se respira un ambiente de remordimiento de conciencia colectiva. "La última vez que hablé con él fue en su cumpleaños, el 13 de enero", dice Andrea Agostini, un amigo suyo de toda la vida; "ya entonces vi que no estaba muy bien". Y, así, todos los que le conocían, los pocos que se enteraban de sus últimas andanzas, su amigo Michel, con el que le gustaba ir de discotecas. Nadie estaba con él. "Él quería estar solo. No quería que nadie le ayudase. ¿Cómo se puede ayudar a alguien que rechaza a todos?", continúa Agostini, que actualmente es el jefe de prensa del equipo Fassa Bortolo; "y, la verdad, yo estaba ya un poco lejos de él. Sólo le llamaba de vez en cuando. En un momento dado, tuve que elegir y la vida me llevó a otra parte". Como Agostini, los periodistas italianos se lamentan. "Todos aquellos que como yo", escribía Gianni Mura en La Repubblica, "se habían abonado a una fórmula cómoda -yo lo consideraba desaparecido en Rusia- para no admitir hasta el fondo la inquietud, el desasosiego".

Nadie preguntaba por él. Nadie quería saber nada. Tampoco sus padres, que habían comenzado los trámites para inhabilitarle legalmente, para que no pudiera tomar decisiones sobre sus bienes. Tampoco Kristine, su novia danesa de siempre, con la que rompió hace varios meses. Cuentan que él quería tener un hijo y que ella, embarazada, había preferido abortar.

El fiscal y la policía empezaron el domingo a interrogar a amigos y conocidos de Pantani. Hablaron también con Manuela Ronchi, la mánager y amiga de Pantani, quizás la única persona que intentó ayudarle hasta el final. El Pirata acudía a pasar algunos días a la casa de Ronchi en Milán y ésta, que sentía hacía él una atracción protectora irrompible, se multiplicaba, se afanaba en buscarle proyectos de futuro, en abrirle puertas, en enviar noticias a la prensa, esquelas así: "Pantani está gordo, pero dispuesto a volver a la bicicleta, a concentrarse. Quiere volver a ser un campeón".

Si Pantani hubiera querido, Ronchi le habría organizado un equipo en un santiamén, que para eso estaban sus irreductibles, los corredores que siempre irían tra él, y estaba el patrocinio de Mercatone Uno, que siempre estaría dispuesta a poner el dinero necesario, o le habría colocado de mánager de un proyecto imposible, aquel equipo Stayer que nunca nació.

Otro amigo de Pantani, el periodista Enzo Vicennari, dijo por televisión que él y Mario Cipollini le estaban ayudando, que Pantani quería recuperarse, que el 27 de este mes se irían a Bolivia para entrar en una comunidad de desintoxicación.

El cuerpo de Marco Pantani es introducido en el furgón a la puerta del hotel Le Rose (a la derecha), <b>de Rímini, en el que el sábado murió el ciclista.</b>
El cuerpo de Marco Pantani es introducido en el furgón a la puerta del hotel Le Rose (a la derecha), de Rímini, en el que el sábado murió el ciclista.AP / REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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