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El hipnotizador de América

Ante todo un pragmático, Reagan encarnó el 'sueño americano' y gozó de gran popularidad a pesar de su apariencia simple

Ronald Reagan ha muerto como vivió: rodeado del afecto y la admiración de sus conciudadanos, que, aunque no compartieran muchas de sus decisiones, siempre vieron en él la personificación del american dream o sueño americano. Que un hombre, como Reagan, carente de un currículo brillante y con una incultura manifiesta, sólo superada por el actual presidente, alcanzara la primera magistratura del país, demostraba al estadounidense de a pie que todo era posible en Estados Unidos.

Sin embargo, esa premisa no se ajusta totalmente a la realidad. Porque, Reagan podía parecer simple, pero no era simplista. Podía ser considerado, sobre todo fuera del país, como un ultramontano de la derecha, cuando sus ocho años de mandato demostraron que, en todo momento, gracias a la influencia de su mujer, Nancy,-la única consejera a la que prestó atención-, el pragmatismo se impuso siempre a las consideraciones ideológicas.

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El 40º presidente de EE UU fue siempre una contradicción permanente, un enigma todavía no descifrado por historiadores, periodistas y estudiosos de su obra. Su historiador oficial, Edmund Morris, que tuvo acceso permanente a Reagan hasta el punto de ser invitado a las sesiones del Gabinete presidencial, excepto cuando se debatían temas de seguridad nacional, encontró tan indescifrable a Reagan, que optó por escribir un relato de ficción sobre el personaje en lugar de un estudio biográfico, como el excelente que publicó sobre Theodore Roosevelt.

El hipnotismo que ejerció Reagan sobre el pueblo estadounidense no se conocía en EE UU desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt. Incluso en los tiempos más negros de su presidencia, como por ejemplo el escándalo del Irangate -la venta de armas a Irán para financiar a la contra nicaragüense- Reagan consiguió salir airoso. A pesar de que la operación contravenía dos decisiones del Congreso prohibiendo la negociación con terroristas y la financiación de la guerrilla antisandinista, los estadounidenses creyeron una vez más a su presidente y acusaron a sus colaboradores: el vicepresidente George Bush, el vicealmirante John Poindexter (asesor de seguridad nacional) y al teniente coronel Oliver North de engañar al jefe del Ejecutivo.

El que luego fuera secretario de prensa de la Casa Blanca, Marlin Fiztwater, durante la presidencia de George Bush padre, confesaba una vez atónito que "el genio de Reagan es que cuando algo va mal, su popularidad sube. Y cuando va bien, sube todavía más". Y, por su parte, uno de sus adversarios políticos, el demócrata Thomas Tip O'Neill, entonces todopoderoso speaker (presidente) de la Cámara de Representantes le manifestó, tras su arrollador triunfo sobre Walter Mondale en 1984: "En mis 50 años de vida política no he conocido a nadie que sea más popular que usted con el pueblo americano".

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Reagan percibía su relación especial con sus conciudadanos, porque, como confesó una vez, durante la campaña electoral de 1980, "quizás los americanos se vean reflejados en mí". "Siempre me he sentido como parte integrante de ellos mismos", fue la respuesta a un periodista que le preguntaba qué veían los estadounidenses en él.

Reagan llegó a la Casa Blanca cuando el prestigio de la presidencia estaba en su nivel más bajo desde Dwight Einsenhower. Tras sufrir el asesinato de un presidente, John Kennedy, la renuncia de Lyndon Johnson a presentarse a un segundo mandato por Vietnam, la dimisión de Richard Nixon, por el caso Watergate, y la humillación y el desastre nacional que supuso la etapa de Jimmy Carter, Estados Unidos parecía haber perdido el norte. Ronald Reagan, con su optimismo inagotable, le devolvió ese norte perdido.

Durante su primer mandato, Reagan impulsó el plan de reformas más ambicioso emprendido por el Gobierno federal desde los tiempos del New Deal de Roosevelt. Basados en sus premisas de que "el Gobierno es el problema y no la solución" y su fe carbonera en la economía privada y en el espíritu emprendedor estadounidense, Reagan bajó los impuestos un 25%, subió los gastos militares hasta límites insospechados mientras adelgazaba los programas sociales, con la esperanza de que el tirón del consumo interno resolviera todos los problemas. El resultado fue un aumento del déficit presupuestario que, al final de su mandato ascendía a 175.000 millones de dólares.

Las clases más desfavorecidas- negros, hispanos y marginados- pagaron el pato de la nueva política ante la reducción de los programas sociales, mientras que las clases medias blancas y con empleos estables progresaban vertiginosamente con el mayor desarrollo de la economía del país en tiempos de paz, sólo superado después durante la presidencia de Bill Clinton. Se creó lo que el profesor Manuel Castells, de la Universidad Autónoma de Madrid, describió como "una sociedad dual, reflejo de una economía también dual", en la que el progreso de unos sectores se contraponía a la crisis que afectaba a otros. Las desigualdades crecían, pero las cifras macroeconómicas, todas positivas, hacían olvidar las penurias de una parte de la población.

Después de capear una fuerte depresión en 1982, -"¡Mantengamos el rumbo!", pedía Reagan- el PIB empezó a crecer a un ritmo del 3% anual mientras que la inflación bajaba del 13,5% en 1980 al 3,7% en 1988 y en ocho años se creaban 15 millones de empleos. Reagan desarboló de contenido al Partido Demócrata hasta el punto de conseguir en su reelección en 1984 el voto de la mayoría de los afiliados a las dos grandes centrales sindicales del país, la AFL-CIO y el sindicato de trabajadores de la industria automovilística.

Durante su segundo mandato, en el que prevaleció la política exterior sobre la doméstica, Reagan dio la sorpresa al mundo con su política con relación a la URSS. Cuatro años después de calificar a la Unión Soviética como "evil empire" (imperio maligno), -¿de dónde habrá sacado Bush hijo lo del "eje del mal"?-, y a pesar de su anticomunismo visceral, Reagan acordaba con los rusos la eliminación de los misiles de alcance medio en Europa y se abrazaba con Mijaíl Gorbachov en la Plaza Roja de Moscú, siguiendo los consejos de su amiga y aliada Maragaret Thatcher para quien "Gorbachov era un líder en quién se podía confiar".

En las relaciones con la antigua URSS, Reagan demostró una vez más su pragmatismo frente a los halcones de su Administración, que preconizaban una postura inflexible frente a Moscú. Como lo había hecho antes en temas relevantes de la política interna estadounidense, como la oración en las escuelas, la religión, el tema del aborto y la protección a la familia, cuestiones en los que nunca se rindió a las presiones de la derecha fundamentalista de su partido porque siempre intuyó que serían rechazados por el americano medio que él creía representar.

Hay un antes y un después de Reagan en Estados Unidos, como ocurre en Gran Bretaña, y en Europa en general, con Thatcher. Equivocados o acertados, ambos impusieron una visión especial de la política que acabó impregnando a sus sucesores. Si no hubiera estado ya afectado por el Alzheimer, Reagan hubiera sonreído complacido al escuchar a Bill Clinton en el discurso sobre el Estado de la Unión de 1994 proclamar, ante el escándalo de los demócratas tradicionales, el fin del estatismo y de la intervención gubernamental en la vida de los ciudadanos (naturalmente, el 11 de setiembre y los escándalos de Wall Street no se habían producido todavía).

Su carisma se transmitió no sólo a sus conciudadanos sino también a sus críticos más acervos, como el senador Edward Kennedy. A la mitad de su segundo mandato, el último de los hermanos del asesinado presidente rindió tributo público a Reagan por restaurar el prestigio de la presidencia. "Mi hermano John no hubiera estado siempre de acuerdo con usted, pero hubiera admirado la fuerza de su compromiso y su capacidad para hacer avanzar a la nación".

Ronald Reagan besa a su esposa, Nancy, en su casa de Los Ángeles, en su 89º cumpleaños, el 6 de febrero de 2000.
Ronald Reagan besa a su esposa, Nancy, en su casa de Los Ángeles, en su 89º cumpleaños, el 6 de febrero de 2000.AP
Reagan con su esposa en Hawai, en 1984.
Reagan con su esposa en Hawai, en 1984.AP
Reagan caracterizado de <b><i>sheriff </b>en una película de 1953.
Reagan caracterizado de sheriff en una película de 1953.AP

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