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MUNDIAL DE FÚTBOL VIAJE

Las manos de España

Iker Casillas, portero de la selección española, es uno de nuestros jugadores más carismáticos. Su imagen de hombre sereno y sanote no engaña. Responde a un ambiente familiar que le ha enseñado el valor del esfuerzo y el trabajo honrado. Éste es el retrato de un joven de Móstoles al que le gusta pasear solo y perderse en el campo

Diego Torres

La noche del 17 de mayo de 2002 las colinas que rodeaban Jerez parecían el lugar más armonioso de la Tierra. Una suave brisa mecía los pinos de Montecastillo. Nada pronosticó la caída de un frasquito de perfume sobre un dedo del pie de Santi Cañizares, que se acicalaba en su habitación. El propio Cañizares, Cañete para los amigos, declaró más tarde que fue una botellita de Acqua di Gio, de Armani, lo que le dejó fuera de combate. Compareció ante los médicos con un tendón cortado por el presunto vidrio y la portería de la selección que acudiría al mundial de Corea y Japón se quedó vacante a última hora. Lista para que la ocupara Íker Casillas, el héroe infantil que se abrió paso para salvar a España de la mediocridad que la persigue desde 1950. Aunque la selección no consiguió pasar de los cuartos de final, aquel viaje a Corea marcó la consolidación del jugador más carismático del fútbol español. Cuatro años después, el niño ya no es niño. A las puertas de otro mundial, en Alemania, el portero del Madrid prepara sus guantes de nuevo con esa mezcla de introversión y genio escénico que hacen de él un jugador un poco misterioso. Un competidor implacable.

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Se presentó como un chico normal, sin más ambiciones sociales que jugar al mus con sus amigos. Hoy dice ser el mismo, pero cada vez que camina por un lugar concurrido a su alrededor se escucha un ruido casi permanente de hinchas maniacos, de niños y de adolescentes fuera de sí, persiguiéndole, exigiéndole algo con ese grito como un silbato de estación: "¡Iiiiiiiiiiiiiiiiikeeeerrrrrrr!". Un autógrafo, tal vez. O más. Una camiseta firmada, quizá. O sus calcetines.

Quizá por eso, para hablar de sí mismo prefiere encerrarse en su BMW X5 azul metálico a modo de campana de silencio. Allí nos contó su vida, como en el salón de su casa, con la frente despejada, con esa expresión neutra, como de haberse dado un masaje facial. Salvo por las gafas anaranjadas, tipo abejorro, no había nada estridente en su imagen de muchacho en chándal.

"Esto es más o menos como lo de El show de Truman", dice. "Me han visto crecer. Me han visto en el metro, en el autobús, andando por la Castellana camino a la Ciudad Deportiva… Son cosas que hacen que la gente diga: '¡Joder!, si este chaval, que es de Móstoles, ha llegado, ¿por qué no puedo llegar yo?".

Si Móstoles es un símbolo, Casillas es el símbolo de Móstoles. En 2003, durante las fiestas patronales de la ciudad del sur de Madrid, el portero ofreció el pregón desde el balcón del Ayuntamiento. "¡Viva Móstoles!", gritó. Lo aclamaron 25.000 vecinos como acólitos. La mayor concentración pública en la historia del Gran Sur de Madrid se reunió para verlo a él. Diciendo: "Estas calles llenas de recuerdos…".

A los 18 años Casillas se convirtió en el portero más joven de la historia en levantar una Copa de Europa. A los 20 recogió la segunda. Ha ganado dos Ligas y una Copa Intercontinental. Ha hecho paradas que cortaron la respiración de chinos, tailandeses, ingleses, japoneses, alemanes, españoles, italianos. Ha dado saltos de gato bajo palos de Hong Kong, Tokio, Bangkok, Chicago, Los Ángeles, Nueva York, Roma, París, Glasgow, Chamartín, Bilbao. Ha cumplido 25 años y ha visto el mundo a través de multitudes amontonadas en graderíos que siempre han esperado algo de él.

El destino es extraño, porque a Casillas no le gusta el ruido. "La ciudad me agobia mucho. A mí Madrid me encanta, pero me agobia. Yo me he criado en Móstoles, y ahí no veo agobio de ningún tipo. En Madrid sí. El tráfico, los coches, todo siempre abierto: a cualquier hora que quieres algo, lo tienes… Creo que te da demasiada comodidad".

"Siempre me ha gustado mucho pasear solo", confiesa. "Y ahora lo hago, pero no es igual que antes. Antes me gustaba ir una tarde a dar una vuelta por Móstoles, por donde he ido de pequeño… Por mi barrio… Siempre iba por la calle principal, daba una vueltecilla de 25 minutos, una hora, y luego me volvía para casa. Me gustaba estar tranquilo. Que nadie me molestase".

Nació en Madrid el 20 de mayo de 1981, cuando Caperucita feroz, de La Orquesta Mondragón, irrumpía en Los 40 principales. Fue uno de esos niños que inundaron Móstoles con la misma velocidad con que se superpobló Fuenlabrada, Leganés, Coslada, Parla y Alcorcón para consolidar el universo urbano que se conoce como el Gran Sur de Madrid. Para entonces, los crecimientos demográficos del 100%, el 200% y hasta del 300% anual habían terminado. La explosión de los setenta tocaba su fin, y la onda expansiva dejaba kilómetros de vivienda barata, recién construida.

Antes de la explosión de 1965, Móstoles tenía 2.000 habitantes. En 1981 alcanzaba los 200.000, sólo 2.000 menos que en 2003. Hoy, al alcalde Esteban Parro, del PP, le encanta juntarse con Casillas para jugar a las cartas. Pero, sobre todo, le encanta hablar de su "visión".

"Móstoles", explica Parro, "tiene que desgarrarse de esa imagen de ciudad dormitorio donde las gentes estábamos apelotonadas, donde teníamos una dependencia de Madrid total. Conseguir una identidad y mejorar la calidad de vida son la misma cosa. Ahora tenemos una universidad, un parque tecnológico, un grandísimo teatro donde se celebra ópera y un proyecto de museo de arte contemporáneo. Hay que producir orgullo de ciudad. No ser una ciudad dormitorio, sino una ciudad de empleo, de progreso. Para eso estamos aprovechándonos de la imagen que nos da Casillas. Queremos ser la gran capital del sur de la corona metropolitana, y a eso contribuye Iker, que nos produce una imagen limpia, suave, dulce, atractiva".

Hace 16 años, Casillas entró en el Real Madrid seguro de que era un diamante. Tenía nueve y, como él dice, "era un poco ceporrín". La estatura, como a todos los niños, no le ayudó, pues en la Ciudad Deportiva no había más que porterías reglamentarias. "La portería para un niño es su mayor enemigo", dice Manuel Amiero, el preparador de porteros que formó a Casillas. "A un niño que mide 1,40, 1,50, le metes debajo de una portería de 7,32 x 2,44 y te le pones a chutar desde fuera del área…, y lo primero que hace es mirar para arriba y decir: '¡Madre mía!".

Amiero se sorprendió con su nuevo pupilo, porque conservaba la calma. Nada le intimidaba, y competía serenamente, como si estuviera ensimismado y de paseo. "Cuando empiezas a jugar no te imaginas que llegarás", dice Casillas. "Lo ves como un hobby, vienes los fines de semana con los chavales, te lo pasas bien, te ríes. Pero es cierto que cuando tienes 15, 16 años, te dices: '¡Joder! Me he sacrificado aquí siete años, y si me sacrifico otros cuatro a lo mejor llego al primer equipo y puedo vivir de esto'. Entonces te sacrificas un poco más, aprietas más los dientes. Intentas fastidiarte lo que te tienes que fastidiar: el verano, las vacaciones, si tus amigos están de fiesta… Pues tú tienes la recompensa. Yo puedo decir que soy un privilegiado".

"A lo mejor no está bien que lo diga", añade, "pero me acuerdo cuando me mandaba cartas con amigos y amigas. En una carta firmé con mi firma de ahora y decía: 'Toma, para cuando valga millones'. Lo veo ahora, y digo: '¡Joder! ¡Madre mía!, me acuerdo de esta carta como si fuese ayer, y han pasado 14 años".

"Hacía kárate", dice. "Mezclaba el kárate con el fútbol. Llegué a cinturón naranja-verde y gané bastante elasticidad. Lo tuve que dejar porque era el lunes entrenamiento con el Madrid; martes gimnasio; miércoles, entrenamiento; jueves, gimnasio… Siempre me he considerado, aparte de tímido como persona, uno que en gimnasia destacaba. Estaba seguro de que podía superarme a mí mismo y superar a los demás. Siempre he estado convencido de que podía ser mejor que cualquiera, la verdad. No es de sobrado, pero en el colegio si jugábamos un partido de fútbol con mayores yo sabía que iba a coger el balón y decir: 'Gol', y ya está. Es confianza, más que nada. Estar confiado en ti mismo es lo principal".

"Luego elegí la portería porque mi padre lo quiso", recuerda. "Con cuatro años, más o menos. Íbamos los fines de semana a jugar a un colegio, y él me puso en la puerta. Me empecé a poner de portero, de portero, de portero… Y hasta ahora".

José Luis orientó al niño hacia la portería, y Mari Carmen, metida en casa como estaba, no pudo evitar que la imaginación le llenara la cabeza de sospechas. "Mi madre, de pequeño, se pensó que esto era una broma", dice. "Pensaba que mi padre hasta se iba por ahí de fiesta y le decía que venía conmigo los fines de semana a jugar. Se pensaba que eso del Madrid era un equipo de niños del Madrid. Decía: 'Eso no se lo cree nadie'. Hasta que vino un fin de semana y lo comprobó, y ya le empezó a gustar".

Llegar al primer equipo del Madrid fue una emancipación. Su debú en Primera coincidió con su primer coche y con la posibilidad de echar un vistazo en profundidad a la capital, que hasta entonces, para él, no pasaba de ser un laberinto. "Yo vivía en la calle de Las Palmas, de Móstoles", dice, "y mis padres nunca, nunca, me dejaban salir de la manzana. Pero nunca. Tenía que ir con mi hermano Unai a todos lados, y era una cosa de locos. A veces me escapaba y me iba con mis amigos al colegio Joan Miró, a jugar al fútbol. De mayor iba al Burger. Cuando teníamos 12 o 14 años ir al Burger era la leche. Era una cosa de locos, vamos. Era como ir a ver a Jesucristo. Lo estábamos flipando".

En julio de 1999, John Toshack, entonces técnico del Madrid, lo incluyó en la lista que haría la pretemporada. Y Casillas se fue a la localidad suiza de Nyón, probablemente sin saber que su destino ya nunca iría separado del primer equipo.

Había ganado el campeonato del mundo sub 17 de Nigeria, pero no se había sacudido la timidez. Cuando Toshack dio el día libre a los jugadores, el portero, el más pequeño de la expedición, optó por quedarse en la recepción del hotel, un vestíbulo sombrío a espaldas del lago Leman, de plática con los botones. ¿Por qué no se juntó con los demás? ¿Por qué no se fue con Helguera o con McManaman, Salgado, Hierro, Raúl, Morientes, Redondo…?

"Pero porque claro, ¿yo qué sé?", se excusa. "Llegas a un sitio nuevo y te han dado libre, ¿pues yo qué sé? Encima, conociendo a toda esta gente, imagínate lo que es: ¿¡con quién te vas a juntar!? Si dices algo, a lo mejor dicen: '¡Mira este gilipollas de niñato, viene aquí de listo! Y si no dices nada, se creen que eres tonto. Pues ya ves qué gracia. ¡Prefiero que me digan que soy tonto y no que soy un niñato!".

Casillas acentuó su perfil cándido como parte de su política. Hizo de su condición de chaval periférico una ventaja a su favor. Ante sus compañeros y ante la prensa. Amparado en el caparazón de benjamín observó el paisaje. Caló a sus colegas. Conoció mundo y diseñó su estrategia para el futuro. Y las cosas le fueron de maravilla hasta la primavera de 2002, la peor época de su carrera y la que precedió al extraño mundial de Corea y Japón.

Cuando el entrenador del Madrid, Vicente del Bosque, lo mandó al banquillo, las convicciones de Casillas se tambalearon. "Claro que dudé de mí mismo", recuerda. "Date cuenta de que has estado jugando y, de repente, te quitan cuando el equipo está bien en Liga, en Champions, en Copa del Rey… Y encima para mí también fue duro, porque estaba jugando la Copa en los octavos, los cuartos, la semifinal y… ver que llegas a la final y justo una semana antes te quedas fuera… Pues es jodido. ¿Por qué no? Es jodido. Respeto las decisiones, pero en ese momento estuve jodido. Llegué a pensar que no valía para el Madrid. Y si aquí no vales, ¿por qué no puede haber otro equipo en el cual te des la alegría de jugar?".

"El mundial de Corea", dice, "fue ese punto de inflexión que todo el mundo tiene en su vida, tanto a nivel personal como profesional. A mí me marcó el mundial. Fue el momento de decir: 'Llevo tanto tiempo sin jugar… ¿realmente soy tan malo por lo que me han quitado?, ¿realmente he hecho tantos fallos por los que me han criticado?'. Yo del mundial salí muy contento y muy reforzado. De ahí empecé poco a poco a ir a lo mío, a entrenar y a jugar bien, a estar confiado conmigo mismo".

A Casillas le bastaron tres días para llegar al mundial como el primer portero de España. El 15 de mayo, en la final de la Liga de Campeones que enfrentó al Madrid con el Bayern en el Hampden Park de Glasgow, César, su competidor, se lesionó un pie, y Casillas tuvo que entrar en los últimos 10 minutos para rescatar al Madrid con tres acciones eléctricas. Justo cuando el Madrid estaba siendo acribillado a pelotazos. Hizo un asombroso despliegue de velocidad. Tapó todos los agujeros de la portería y levantó la Copa de Europa por segunda vez. Para que se le abrieran las puertas de la portería de España sólo precisó un poquito de suerte. Un frasco de Acqua di Gio.

Con 20 años Casillas era una estrella "dulce y tierna", con velocidad de reacción de sobra. El estado sublime del cerebelo, el funcionamiento culminante de la médula espinal, del sistema nervioso, de la coordinación muscular, de las glándulas suprarrenales lanzando adrenalina al torrente sanguíneo… No había nada que Finnan, Conally y Harthe pudieran hacer contra esa obra maestra de la naturaleza apostada sobre dos piernas como muelles. El milagro momentáneo de ser joven y fuerte. ¿Quién podrá olvidar esa tarde de Suwon? Esa tarde Casillas salvó a España en la tanda de penaltis contra Irlanda, y consiguió el pase a los cuartos de final.

El 16 de junio de 2002 la gente se echó a las calles en Móstoles. El alcalde de entonces, José María Arteta, comparó la hazaña con los acontecimientos de 1808, cuando el pueblo encabezó la rebelión contra el Ejército de Napoleón: "Móstoles y Casillas salvaron a España otra vez…".

"Mi vida ha cambiado mucho", dice Casillas. "Porque antes veía las cosas de una manera… Antes podía ir por la calle, podía reírme por la calle. Me gustaba pasar un rato inadvertido alguna vez. Ahora tienes que madurar más rápido y ser coherente con el lugar que ocupas. Por eso evito estar en sitios donde haya mucha gente. Es cierto que a lo mejor me escapo porque también me da el venazo, y quiero recuperar ese tiempo… Pero es complicado, porque te sientes observado, sientes que la gente te mira. Y tú lo que quieres es estar tranquilo. Me di cuenta al final de mi tercera temporada en el Madrid. La gente me reconocía. Y ya no es que te conocieran en Madrid; también te conocían alrededor, en España".

"Muchas veces he tenido ganas de salir corriendo", admite. "Muchas. Pero digo: '¡Uy! Si a lo mejor estoy dos semanas sin jugar y ya tengo ganas de jugar, ¿no? Me pasa en Navidad, me pasa en verano. Si estoy tranquilamente y no me acuerdo del fútbol, bien, pero en el momento en que veo un partido, o algo, digo: '¡Hostia, están jugando al fútbol! ¡Joder! ¡Qué guay!, ¿no?".

Su padre José Luis todavía suele ir a verle entrenar. Es una figura discreta confundida entre los aficionados. Tiene unos 40 años y le mira con esa serenidad campesina que heredó su hijo. Con distancia y afecto al mismo tiempo. Casillas es agradecido: "En casa nunca faltó un plato de comer, nunca, pero sí es cierto que alguna vez hemos tenido que apretarnos el cinturón. Pero, vamos, que es lo normal. Raro sería que no pasase, ¿no? Además, yo estoy muy orgulloso y muy contento. A mis padres les he sacado de una situación que realmente… pues, bueno, que no era favorable quizá para ellos. Ten en cuenta que el gasto de mantener a un chico que esté jugando al fútbol es jodido, porque con un 124, con la gasolina, con la ropa, con los guantes… Era mucha paliza". "Una vez, cuando era un crío, mi madre me compró unas zapatillas de esas que no tenían marca. Me las dio nuevas y me acuerdo que fue la primera patada que le di al balón y se le abrió entera la parte de delante… Madre mía. Por ahorrarse 6.000 pesetas me compró las que no eran de marca, y fíjate…".

Mucho antes del BMW azul metalizado y los contratos publicitarios con la marca de ropa deportiva Reebok, con automotores Hyundai, con neumáticos Continental y con Pepsi, el pasatiempo favorito de Casillas era vivir en su pueblo, Navalacruz, al norte de la sierra de Gredos. Cuando era un crío soñaba con estar allí, del mismo modo que todavía quiere huir del ruido. Cada vez que puede sube por Ávila o por la N-403 desde Madrid, hasta la sierra de la Paramera. El camino es estrecho y sinuoso, y se adentra en un país que se quedó medio desierto. Una España antigua con un paisaje intacto, sembrado de pueblos solitarios con casas recubiertas de tejados oscuros como escamas de animales prehistóricos: San Juan de la Nava, Navalmoral y Navarredondilla. En invierno la nieve cubre todos los valles.

Bartolomé Casillas tiene un bar en la calle del Consultorio. Vive frente a la casita de sus parientes, los padres del portero. Los Casillas en Navalacruz son multitud. Pero Bartolomé nunca se movió del pueblo. De pie, en el umbral de su bar, el bar de Barto, recuerda que no se movió ni cuando las cosas se pusieron duras de verdad, entre la Guerra Civil y 1955. "No teníamos zapatos", dice Barto. "Andábamos con albarcas hechas de cuero y trapos atados con correas".

Después de la guerra el pueblo tenía unos 1.200 habitantes, 300 en edad escolar, y 12.000 cabezas de bovinos. La dieta básica de un vecino corriente de Navalacruz variaba según tuviera ovejas o no. Los que tenían ovejas vivían bien, comían queso, disponían de leche, lana y, ocasionalmente, de carne. Los que no, se tenían que contentar con nueces, patatas y centeno para hacer pan. Cuando se amasaba, se juntaban hogazas para dos semanas. El pan tierno apenas duraba cinco días, y los cerdos, si los había, proporcionaban una abundancia efímera.

Casillas pasó buena parte de su infancia en Navalacruz, compartiendo con sus abuelos muchas de las experiencias de la vida ancestral. Haciendo chorizos y vino, acudiendo a la huerta a cuidar el manzano y las patatas y cargando al borrico. Escuchando, de día en día, las sentencias que debieron repetir los celtíberos: "Guardar, que el mundo da muchas vueltas". Durante la Copa del Mundo de 2002, Casillas dijo que llamaba poco a sus padres porque la conexión telefónica desde Asia era demasiado cara.

A finales de los setenta los padres de Casillas se casaron y emigraron para buscarse la vida como funcionarios en Bilbao, y luego en Móstoles. Pero siempre regresaron. El pueblo se convirtió en un refugio para el portero. El espacio perfecto para compartir la amistad, estar solo y aprender a vivir sin audiencia. A Navalacruz se retiró Casillas hace dos semanas, antes de viajar con la selección en busca de la Copa del Mundo.

Hoy el pueblo tiene 220 habitantes permanentes. Desde la plaza del Ayuntamiento no se ve el horizonte, sino paredes de roca y robledales. Sobre la ladera del cerro, al otro lado del valle, unos farallones de 30 metros amenazan con precipitarse al vacío. En lo alto del risco hay rocas sueltas, y sobre las rocas hay otras rocas haciendo equilibrio. El paraje de la sierra de la Paramera abunda en rocas haciendo equilibrio. Como si la naturaleza se hubiera entretenido en dejar las cosas sin demasiado acomodo y su seña fuese la piedra colgante.

"Ahí", dice Barto, señalando los robles, "suelen andar jabalíes. Y ahí arriba, donde las piedras, hay perdiz. ¡Mire qué piedras! ¿Ha visto qué grandes que son?".

El joven portero será titular indiscutible con España.
El joven portero será titular indiscutible con España.ALFREDO CÁLIZ

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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